Ángel Vadillo no estaba de guardia cuando fue reclamada la presencia de los bomberos de Burgos para que trataran de rescatar los cuerpos de los mineros. Pero él, consciente de la magnitud de la tragedia, y consecuente con su carácter de hombre bueno y siempre dispuesto a ayudar, no lo dudó y se puso al volante del camión -él era su conductor habitual- que trasladó a los integrantes del parque que se trasladaron a Brieva. E hizo más: una vez en la mina, entró con sus compañeros para realizar las tares de achique del agua. Allí le sorprendió la muerte por culpa del anhídrido carbónico. Su hijo Ricardo, que tenía cinco años, nunca ha olvidado los gritos y llanto desgarrado de su madre, Goya, cuando supo que se había quedado viuda. Tampoco Mercedes, que tenía 13 años. «Fue terrible. Nos destrozó. Mi madre no volvió a ser la misma. Perdió al padre de sus hijos y al amor de su vida», explican los hijos de la undécima víctima de la mina Salvadora, acaso la más olvidada.
Ambos se emocionan al evocar el recuerdo de su padre, al que miran con ternura en unas viejas fotografías en blanco y negro: imágenes de Ángel con sus compañeros de trabajo, en el ámbito familiar... «Era un hombre bueno, siempre estaba dispuesto a echar una mano. Buen marido, buen padre, buen compañero y buen amigo. Era el primero para ayudar a quien lo necesitara. Siempre hemos estado orgullosos de él», señalan. Goya no sólo se quedó viuda y con tres hijos pequeños: fue desalojada del piso en el que vivían, junto a otras familias de bomberos. Y, a diferencia de lo sucedido con las familias de los mineros, la suya no recibió ni indemnización ni ayuda económica alguna. Tuvo que luchar como una leona para sacar, en soledad, a sus hijos adelante. «Y lo hizo. Era una mujer de armas tomar. Pero la muerte de nuestro padre le cambió el carácter. Rompió su vida». Crecer sin padre no fue fácil: su dolorosa ausencia los marcó a todos. Años más tarde, Ricardo siguió los pasos de su padre. Y se convirtió en bombero.
La madre aceptó aquella decisión con orgullo; su hermana Mercedes, con cierto temor. «Me decía que a ver si iba a pasarme lo mismo que al padre...». Siempre tuvo Ricardo muy presente a su padre mientras desarrolló su trabajo, especialmente cada vez que tenía que tomar parte en alguna intervención. «La sensación de poder ayudar, de hacer algo por los demás es... No tiene precio. Eso vale más que nada». Ricardo no ha podido visitar nunca la mina en la que su padre perdió la vida. «No he sido capaz, no sé...», dice con voz emocionada. Sí lo ha hecho en más de una ocasión Miguel Ángel, hijo de Mercedes, al que le duele que en el cartel que hay al pie de la boca aparecen los nombres de todas las víctimas salvo el de su abuelo. Ana, otra nieta del bombero fallecido en acto de servicio aquel fatídico día de 1948, asegura que en la familia siempre se ha hablado con orgullo de Ángel Vadillo, casi como un héroe. Casi anónimo, sí.
Pero héroe al fin y al cabo.