Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


Semáforos y listos

13/11/2023

El uso de los espacios públicos es uno de los debates cruciales de la vida en las ciudades en el siglo XXI y está estrechamente relacionado con la manera en que nos desplazamos y con la forma en que los distintos actores comparten esos espacios. Así, hay zonas peatonales, áreas para ciclistas, sitios para los coches más o menos asumibles... Y después están los lugares abiertamente hostiles, junglas salvajes para todo lo que no sean vehículos a motor. 

Entre estos últimos, un auténtico top en esta ciudad es la avenida Castilla y León, una vía larguísima donde cruzar la calzada supone, para un peatón, un ejercicio de fe, temeridad o directamente locura. Da igual la altura, desde el centro comercial Camino de la Plata hasta el final, la calle es un continuo de coches circulando rapidísimo (o más rápido aún si cabe). La sensación para el peatón habitual de la zona es la siguiente: te acercas a un paso de cebra y no sabes si quedarte atrás en la acera (alejado), dejar pasar los coches que están cerca y cruzar tú después, más seguro. Dependiendo de las horas del día eso puede demorar mucho el camino; no es operativo. Si, por contra, optas por hacer las cosas de forma normal, echas el pie a la primera banda del paso de cebra confiando en que el coche que se acerca va a parar, a pesar de que va zumbando a tanta velocidad que puede que no tenga ni espacio material. Lo fías todo al conductor, echas el otro pie, y que sea lo que tenga que ser. Le miras a los ojos, el tipo/a mete un frenazo; has salvado medio partido, pero la película no ha acabado. Sigues avanzando y esperas que el coche que circula a la izquierda del anterior pare también (por simpatía o vergüenza) y no te arrolle. Apura más que el primero, pero frena. Vale, con eso llegas a la mitad de la calzada, a la acera de 50 centímetros del medio; ahora quedan otros dos carriles con más de lo mismo. Vuelta a empezar.

Y esto es todo el tiempo la avenida Castilla y León, como decíamos, un lugar manifiestamente hostil, agresivo y desagradable para el que decide caminar la ciudad. Y es una pena porque corre paralela, en un trecho grande, al río Vena y su fantástico paseo arbolado, pero la agresividad de su tráfico echa para atrás. Lo bueno es que la solución es muy sencilla, basta con tener una clara voluntad de que sea un área, al menos, no peligrosa para los que caminan y, si es posible, reconquistarla para ellos. ¿Cómo? Muy fácil, con se-má-fo-ros, lo único que se respeta. Y si se tarda más en los desplazamientos en coche, no pasa nada, esto es Burgos, no será para llorar. Además, igual así alguno se anima a coger el bus, o incluso a caminar. Salud y alegría.