Casi un 20% de los adolescentes se ha autolesionado alguna vez

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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El jefe de Psiquiatría del HUBU, Juan García Mellado, cree que se trata de una conducta más social que psicopatológica que denota una gran necesidad de escucha. «Ocurría por la noche, en mi habitación y con unas cuchillas», cuenta Laura, de 23 años

Hasta un 18% de los adolescentes se ha autolesionado alguna vez. - Foto: Luis López Araico

Hasta un 18% de los adolescentes se ha autolesionado alguna vez. Es una cifra oficial del Ministerio de Sanidad que coincide con la realidad que el servicio de Psiquiatría del HUBU ve en su actividad asistencial, pero que su jefe, Juan García Mellado, la acota en cuanto a las edades. Asegura que cuando más se ven estos comportamientos es entre los 12 y los 15 años y que, en ningún caso, pueden vincularse a conductas suicidas; de hecho -aclara- el término con el que los expertos se refieren a ellas es autolesiones no suicidas. «Según la literatura que hemos revisado, más de la mitad de los chicos o chicas que se han hecho daño nunca lo ha hecho más de tres veces. En la mayoría de los casos se trata de un hecho con el que tratan de aliviar un conflicto emocional, un fracaso sentimental, un insulto en el colegio... cambios madurativos que, en lugar de expresarlos con llanto o con tristeza se hacen de esta manera».

Estas matizaciones no quieren decir que se le quite importancia al hecho de un joven se haga daño a sí mismo porque entre los factores que lo provocan hay algunos más sociales y otros que sí que precisan una atención asistencial, sobre todo, afirma, García Mellado, por parte de los psicólogos: «Nosotros, los psiquiatras, tenemos poco que hacer en esto. La respuesta que se debe dar a esta conducta es, en primer lugar, no castigarla y, sobre todo, generar expectativas de ayuda con terapias bien diseñadas cognitivo-conductuales o dialécticas, centradas en la escucha».

Porque dentro de los factores de riesgo para que se produzcan las autolesiones está el de la sensación que tienen algunos chavales de que ante una situación que viven como un conflicto no son escuchados. Lo que otros buscan es aliviar un dolor emocional muy intenso traduciendo esos síntomas por otros de carácter físico; en tercer lugar, se encuentra la imitación de conductas que se ven en las redes sociales y en cuarto, el enmascaramiento de síntomas depresivos: «Esto es más habitual que ocurra en las chicas. Cuando lo hacen de manera oculta, no lo cuentan a nadie, ni a sus padres ni a los médicos y, finalmente, se sabe, encontramos que detrás hay un cuadro depresivo».

Y es que, como en tantas otras cuestiones relativas a la salud, hay diferencias entre mujeres y hombres. La primera, el tipo de autolesiones: las adolescentes optan más por los cortes en extremidades y abdomen mientras que los chicos se golpean, por ejemplo, contra las paredes, ambas conductas -insiste García Mellado- no suicidas. Se trata, añade, de una cuestión en la que influyen, además de cuestiones biológicas, otras vinculadas a la educación de unas y otros: «A las mujeres se les encamina a reprimir sus emociones y a los hombres, a manifestarlas, pero un corte y un golpe es la respuesta a un mismo malestar emocional».

En la mayoría de los casos se trata de lesiones que no comprometen la integridad física de la chavalería. De hecho, García Mellado relata que la mayoría de los casos que llegan al servicio de Urgencias (son muy puntuales), tras la atención por el psiquiatra no necesitan ingreso «salvo que el profesional detecte que detrás de ese comportamiento puede haber un problema grave que precise esa medida». Lo que sí ocurre es que se le dan pautas para poder canalizar la situación: «La principal, la escucha activa. A los jóvenes les faltan personas de confianza que les escuchen».

En este sentido, pone el ejemplo de los adultos jóvenes que acuden a la unidad de suicidio tras un intento autolítico: «Más del 70% supera estos impulsos tras la intervención intensiva de tres meses y eso pasa porque se sienten escuchados en un momento de crisis: esto se puede trasladar a gente con cinco años menos que probablemente se han hecho cortes por un problema parecido».

¿Es posible que en algún momento se salte esa barrera y se esté pensando en acabar con la vida propia? Ocurre de forma excepcional, concreta el psiquiatra. «Tenemos que estar al tanto con los más mayores, a partir de los 15 o los 16, porque pueden pasar de los arañazos a las pastillas o las intoxicaciones alcohólicas, y tener en cuenta qué tipo de personalidad tienen, perfeccionista (muy habitual en chicas con anorexia) o con inestabilidad emocional (trastorno de personalidad, bulimia)».

Este experto está convencido de que las autolesiones son más un problema social que psicopatológico, «un reflejo de una conducta relacionada con factores sociales y culturales» pero precisa que si se detecta el más mínimo indicio de que pudiera estar encubriendo una intención suicida los menores llegan a Psiquiatría. «La red de enlace de prevención de la conducta suicida que tenemos con Educación funciona muy bien y si en los colegios o en las familias se alerta de un caso, nos lo envían, lo valoramos y si es necesario lo vemos en apenas unos días y se toman las medidas que se consideren necesarias».

Inmigrantes. La reflexión sobre que se trataría de un conflicto con raíces sociales la extrae García Mellado de la observación y el análisis del trabajo asistencial de su servicio: «Estamos viendo un incremento de estas conductas en adolescentes inmigrantes que llegan de contextos complejos, no solo económicamente sino de tipo familiar o ambiental y que sufren un desajuste en su integración social y en su adaptación a un país nuevo porque todos deseamos que se integren pero... ¿contamos con todos los recursos necesarios para ello?».

En este sentido, el jefe de Psiquiatría opina que a la vez que va incrementándose el número de vecinos inmigrantes en Burgos va aumentando también el de los ingresos de esta población en su servicio «y a esto hay que darle un valor para darle una respuesta». Y para abordarlo considera que se tiene que empezar a desarrollar la psiquiatría transcultural, que consiste en abordar los problemas mentales de una persona teniendo en cuenta su contexto y los aspectos socioculturales que la rodean. 

Ese 18% de jóvenes que alguna vez se han autolesionado no solo es una cifra que ha puesto en alerta a los especialistas sino que también el DSMV -que es el manual de trastornos psiquiátricos que publica la Asociación Americana de Psiquiatría y que se considera la 'biblia' de la especialidad- en su edición de 2022 ha empezado a considerarlo como un problema de salud pública al que es necesario prestar atención. De alguna manera, a juicio de García Mellado, está vinculado a cómo vivieron muchos jóvenes el confinamiento de 2020: «Supongo que ese porcentaje se rebajará, sobre todo si se toman medidas y empiezan a cambiar los modelos de educación y de ocio, que este sea más relajado, que posibilite mirar a la gente a los ojos y no a través de una pantalla y que no se les exija ser tan competitivos».

«Ocurría por la noche, en mi habitación y con unas cuchillas»

Laura, de 23 años, estuvo cinco provocándose cortes. Aquí cuenta esta experiencia

Mi primera autolesión fue a los 13 años a causa del bullying. Sentía tanta rabia, tristeza, frustración y ansiedad dentro de mí que no sabía cómo gestionar aquello hasta que descubrí la autolesión como una manera que tenía de canalizar todo ese sufrimiento. Prefería sentir el dolor físico antes que seguir sintiendo ese dolor emocional que tanto me superaba. Por así decirlo, era mi válvula de escape, cada vez que lo realizaba sentía alivio.
Ocurría por la noche, en mi habitación y con unas cuchillas. Me hacía pequeños cortes en los brazos. Los ocultaba llevando sudaderas o camisetas de manga larga. No hablaba sobre ello, lo mantenía en secreto y en silencio. Tenía mucho miedo a que la sociedad no me entendiera o simplemente fuera juzgada por ello. Fueron pasando los años hasta que finalmente, con 18, decidí pedir ayuda profesional. Era consciente de que no podía seguir así. Me diagnosticaron un trastorno de la conducta alimentaria y trastorno límite de la personalidad. Poner nombre a lo que me pasaba supuso un gran cambio en mí ya que podía trabajar desde ahí. 
Hoy tengo 23 años y aunque el miedo a recaer siempre existe porque, al final, es como una adicción, gracias a la medicación y a la terapia psicológica, he ido aprendiendo a gestionar mis emociones pudiendo llevar una vida plena sin avergonzarme de ello.