La resurrección de Kader

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Triunfó en Got Talent, programa televisivo de enorme audiencia; conoció la fama, pero también su envés sombrío. Ahora, afincado en Burgos, el músico Kader Adjel ha hallado su lugar en el mundo y quiere volver a hacer de la música su modo de vida

Kader Adjel triunfó en Got Talent pero desapareció durante un tiempo. Ahora ha encontrado en Burgos su lugar en el mundo. - Foto: Patricia

Aunque no conserva aquella melena afro que peinaba cuando se hizo famoso en un exitoso programa televisivo, sigue teniendo el pelo ensortijado, la mirada profunda y una sonrisa cautivadora, de esas que son irresistibles. Si se pone a cantar guitarra en mano, apaga y vámonos: su voz rasgada es como una caricia, como el roce de la brisa a la orillita del mar. Tiene mucho talento, y la música ha sido y es su vida. Y no va a dejar de trabajar para que lo sea también en el futuro. Kader Adjel, músico de origen argelino que llegó a ser finalista de Got Talent, programa de Telecinco que arrasaba en audiencia, vive desde hace medio año en Burgos, adonde llegó por amor. Trabaja como camarero en el bar 'Las Huelgas', taberna castiza donde el naipe es religión, pero su horizonte no es otro que vivir de la música y para la música.

Ya lo hizo, porque triunfó. Pero también conoció el envés sombrío del éxito y la fama. Quizás era demasiado joven y no supo gestionarlo bien. Llegó a tocar fondo. A desaparecer durante un tiempo. Pero está de vuelta. Se siente feliz en Burgos, donde dice haber encontrado su lugar en el mundo después de haber vivido en Bilbao, Madrid o Salamanca. Y después de haber girado por toda España en una noria imparable cuando se encontraba en lo más alto. En la cresta de ola. Aprendió mucho, de lo bueno y de lo malo, de aquel trajín en el que cada mañana se despertaba en la habitación de un hotel de una ciudad diferente. Establecido con su familia en Bilbao, siendo una criatura menor de edad, Kader empezó a tocar en la calle, que reconoce que es la mejor escuela para un músico. Allí, en la intemperie, conoció a un violinista ruso con el que terminó haciendo un exitoso dúo: las calles del Botxo fueron en adelante su primer gran escenario. Les fue tan bien que les fueron saliendo bolos privados, aquí y allá (...).

(Reportaje completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos o aquí)