No tener un hogar reduce en unos 20 años la esperanza de vida

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Cáritas contempla con respeto los homenajes a los sintecho fallecidos últimamente, admite que no sabe qué es lo que ha provocado esta reacción y pide a la sociedad poner «reflexión» al sentimiento con el que se ha recibido la muerte de estas personas

Jesús, hace unos días, en el paso de cebra de la calle Vitoria a media tarde. Antes, había merendado en la casa de acogida de las Hijas de la Caridad. - Foto: Alberto Rodrigo

El invierno de 2011 tuvo unos días extremadamente fríos, y como consecuencia de las temperaturas tan extremas hubo que lamentar la muerte de tres personas que vivían en la calle, una de ellas, concretamente, debajo del puente de San Pablo, como un pobre de tebeo. La consecuencia de aquellos dramáticos hechos fueron varios discretos entierros sin apenas gente y el incremento de la implicación del Ayuntamiento -por iniciativa de la que era concejala de Servicios Sociales, Ana Lopidana- con el programa de personas sin hogar de Cáritas con la apertura de la Unidad de Mínima Exigencia (UME) a la que pudiera ir a cobijarse todo aquel que no tuviera donde hacerlo. Trece años después, la ciudad ha conocido también en un breve periodo de tiempo el fallecimiento de otros tres sintecho, Luis Héctor Moyota, que pernoctaba en un cajero de la Avenida del Cid aunque murió en el hospital; Ángel Mata, cuyo cuerpo sin vida se encontró en el Hondillo, y Adrián Adir, que pasaba los días junto a su perra Luna en el suelo de la calle de Santander y fue víctima del incendio de la infravivienda que habitaba. En estos dos últimos casos la reacción de la ciudadanía ha sido inédita: misas con cánticos, flores, altares, procesión al lugar donde se encontró a Ángel y velas y sentidas notas de despedida en el punto en el que Adrián se acomodaba a diario. 

Cáritas sabe bien cómo la calle deteriora a las personas y desde hace tiempo maneja cifras según las cuales el no tener un hogar, es decir, vivir al raso o en infraviviendas reduce hasta en 20 años la esperanza de vida de quien se encuentra en esa situación; de hecho Luis Héctor y Adrián no habían cumplido 50. «No tener una casa hace que la vida se desordene, que no se tengan horarios ni hábitos saludables de vida y que si existe una patología -y en muchos casos la hay- no se tengan en cuenta los cuidados precisos y las citas médicas. También son mayores las infecciones y las enfermedades mal curadas que se convierten en crónicas y no es infrecuente que la soledad en la que se encuentran se transforme en depresión, la gente cuando no tiene una red social o familiar se rompe», explican los profesionales de la entidad María Gutiérrez, responsable de Acción Social; David Alonso, educador social, y Diego Pereda, responsable de voluntariado y de sensibilización, que conocen bien el riesgo que corre este colectivo tan vulnerable y, a la vez, reflexionan sobre los actos realizados en memoria de los fallecidos.

Y es que anualmente, la entidad lleva a cabo campañas sobre la realidad de las personas sin hogar y pone el foco en su invisibilidad, en cómo la gente pasa a su alrededor sin percatarse de que existen. ¿Qué ha ocurrido ahora para que la habitual indiferencia se haya transformado en estas postreras muestras de afecto? «Es muy difícil saber qué va a hacer clic en la gente para que se movilice por algo. Creo que el hecho de que muchos conocían a Ángel y a Adrián por su exposición en la ciudad y que este último tuviera un perro al que algunas personas se paraban a acariciar ha podido provocar esta reacción aunque también sabemos que la mayoría nunca les ha mirado a la cara ni a los ojos. A veces se empatiza cuando hay un contacto mínimo o una identificación, es como lo de la reacción a la guerra de Ucrania, que todo el mundo quería fletar coches para ir a buscar a la gente y se movilizaron un montón de recursos. Guerras hay en todas partes, pero no hacen ese clic en la gente», reflexiona María Gutiérrez, que aprovecha para recordar que al entierro de Luis Héctor Moyota acudieron apenas tres personas.

Para David Alonso, la «efervescencia» de la sociedad actual y la emocionalidad con la que se recibe casi todo pueden tener que ver: «Pasado mañana nadie se va a acordar de Adrián. Cuando se apaguen esas velas, dentro de quince días nadie sabrá que estuvo allí. Las cosas impactan rápidamente y de la misma manera que llegan, se olvidan. Esto no deja de ser, por desgracia, una moda, por el hecho dramático de que estas personas han muerto en un corto periodo de tiempo». Pero su compañera quiere verlo de otra manera y piensa que aún no se sabe si el impacto de estos fallecimientos puede que haga que la gente se involucre: «No juzgamos las muestras de empatía hacia una realidad social y las preferimos, desde luego, a otras reacciones, que también ocurren, como son, por ejemplo, la quema de cajeros o las agresiones a quienes allí duermen».

Pensar en las causas. Por una parte están sorprendidos por estos homenajes pero, por otra, afirman que quizás haya que empezar a asumir, como dice María Gutiérrez, «que estas dinámicas sociales van a pasar; la cuestión es cómo damos el paso de esas reacciones emocionales, a la reflexión, a pensar cuáles son las causas que provocan el sinhogarismo o qué se puede hacer para erradicarlo». Para David Alonso, pasar del sentimiento por un colectivo a la acción sin que en el camino haya un análisis profundo produce o bien reacciones negativas como la quema de un cajero con una persona dentro, o positivas como poner un altar en la calle de Santander, «pero si hubiera una reflexión deberíamos poner muchos más altares».

Diego Pereda, que entrevista a todas las personas que se ofrecen como voluntarias a la entidad, afirma que se aceptan todas las motivaciones por las que la gente quiere echar una mano en Cáritas, pero que la cuestión no es esa: «No es por qué vienen sino cuál es la motivación, el análisis de las realidades que les va a hacer quedarse después de pensar en ello». De momento, añade, nadie se ha ofrecido para colaborar en el Programa de Personas sin Hogar.

Los profesionales aprovechan para recordar que detrás de cada uno de los fallecidos había un plan de trabajo, unos recursos sociales en marcha y una atención tanto por parte de los servicios municipales como de las entidades: «Todo esto estaba en marcha; en el caso de Ángel Mata, por ejemplo, tenía una cama en la UME y desde el Ayuntamiento se habían iniciado las gestiones para conseguirle una plaza en una residencia de ancianos. Otra cosa es que estuvieran solos porque cada persona decide cómo vivir y, a veces, cómo morir. Las herramientas están puestas pero, a veces, la gente decide, no sé si libremente o en función de sus circunstancias (enfermedad mental, adicciones), qué hacer, si dormir en la calle porque no aceptan los recursos sociales o venir a pasar la noche la unidad».

En este sentido, revelan que en el 95% de los casos que van a pernoctar a la UME hay una intención de iniciar un programa específico para cambiar la vida. «Esto hay que valorarlo porque nos indica que cuando persona se encuentra acogida y escuchada, siente que puede salir adelante, pero esto es una reflexión personal que tiene que hacer cada uno y que en muchos casos puede durar años. Y nosotros estamos ahí acompañando», añade David Alonso, que recuerda el caso de un hombre que a pesar de cobrar una pensión decente estuvo mucho tiempo durmiendo en la gasolinera de La Castellana: «Era su decisión y estuvimos trabajando mucho tiempo hasta que conseguimos encontrarle un recurso más adecuado y convencerle de que dejara de dormir al raso». 

El Programa de Atención a Personas en Situación de Sin Hogar y Vivienda de Cáritas ofrece un amplio abanico de recursos: Café y calor, que engloba los itinerarios en los que un grupo de voluntariado ofrece un rato de charla y algo de picar a la gente que está en la calle; el albergue municipal, que lo gestiona la entidad, la UME, el Hogar San Francisco, el centro de día, las viviendas tuteladas o el programa Housing First, en el que Cáritas Burgos es pionera y que consiste en dotar a la persona de una casa y a partir de ahí, iniciar el proceso de trabajo para que se integre de nuevo en la sociedad. «Estas son nuestras herramientas, enlazadas con los servicios sociales y el resto de recursos tanto públicos como de entidades del tercer sector, pero no todas las personas lo aceptan o encajan porque también hay déficits y faltan muchos recursos».