Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Anatomía de un voto

28/05/2023

Si Ud. hubiera vivido en la España anterior a 1890 solo podría votar si fuera hombre y poseyera determinado nivel de renta e instrucción. Y si fuera mujer, tendría que esperar hasta 1931, en la segunda república. Dos figuras de la talla de Clara Campoamor y Victoria Kent protagonizaron un encendido debate, la primera a favor del voto femenino y la segunda en contra, por entender que las mujeres no tenían suficiente instrucción y serían manipuladas por sus maridos y/o la Iglesia. Después, la victoria de Franco privó a la ciudadanía del sufragio universal durante cuatro décadas. 

No es extraño, por tanto, que votáramos en las elecciones de 1977 con la emoción de un momento histórico y la convicción de que el futuro de la democracia dependía de nosotros. Había, por fin, una libertad sin ira, como decía la canción, algo que Miguel Delibes inmortalizó en El disputado voto del señor Cayo (1978), más tarde llevada al cine por Giménez Rico. Hoy la democracia se da por supuesta y lo único que permanece igual es la disputa por el voto, cada vez más desabrida y más vulgar. 

Así que si Ud., respetable ciudadano/a, hoy no piensa 'perder' el tiempo votando, recuerde cuánto ha costado que pueda hacerlo con total libertad y con independencia de su sexo, raza, religión, orientación sexual o nivel de renta e instrucción. Si lo piensa, el voto y la muerte son los dos factores que nos igualan a todos en una sociedad tremendamente desigual como la nuestra. Comprendo la desgana, tras tanto ruido y tan escasas nueces en la campaña, pero qué gustazo da materializar en una papeleta las pestes que hemos echado contra algunos o el miedo a que ganen otros. Y si no le gusta nadie, vote al candidato/a menos malo o vote en blanco, como en una obra de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez (2004), donde la mayoría vota en blanco repetidamente en una ciudad ficticia. ¿ Todo un mensaje de rebeldía pacífica?

Esta noche, como siempre, para unos comenzará el llanto y el crujir de dientes mientras los de enfrente descorchan champán y algunos empiezan ya a cambiar por otros sus principios marxistas (de Groucho). Pero yo valoro y mantengo mi voto. Porque las elecciones son como cumplir años: no nos agrada mucho, pero la alternativa es tan demoledora que apuesto por una muy larga vida a las urnas. Y por seguir votando.