Quizá más que nunca, esta Semana Santa se ha notado la ausencia de políticos en las páginas de los periódicos, en los informativos de radios y televisiones. Es como si estuviesen tomando fuerzas e impulso para lo que viene, que va a ser el mes y medio más agitado que recordemos desde hace mucho tiempo. Las mini-vacaciones se acaban para todos. También para ellos, y uno no sabe si agradecer este regreso a la normalidad o, más bien, alarmarse ante la muy segura hipótesis de que estos días santos no hayan servido para hacer reflexionar a más de uno acerca de la conveniencia de un cambio de rumbo.
Dí en pensar sobre qué ocurriría si las trifulcas políticas se ausentasen de manera definitiva de nuestros medios de comunicación, y estos se quedasen 'solamente' para dar noticias sobre hechos reales, obviando los titulares sobre cruces de declaraciones hostiles. Creo que, en ese caso, las campañas electorales, tan abundantes en nuestro país incluso cuando no tocaría hacer campaña, perderían su salsa perversa, todo el picante que dan esas pequeñas, y no tan pequeñas, maldades que se intercambian quienes nos representan o aspiran a ello.
Pero reconozco que, de cuando en cuando, se agradecen estos períodos de paz, en los que las fotografías dominantes son pasos de nazarenos, el Papa en su actividad tradicional o gente tumbada al sol en las playas abarrotadas, y la política se convierte en un recuerdo de lances pasados, en una pura encuesta, para lo que valga, o en una especulación sobre lo que va a ocurrir en las menos de siete semanas que nos quedan para acudir a las urnas. Y lo cierto es que presuponemos que va a ocurrir mucho, pero nos faltan datos esenciales sobre recomposiciones de partidos, transferencias de votos de unas formaciones a otras --es una de las claves del presumible terremoto político que se nos viene encima--.
Lo que quiero decir es que consta que la aparente calma semanasantera no ha sido, en el fondo, tal. Llegan a mis oídos rumores acerca de varias maniobras orquestales en la oscuridad que trataron de gestarse, a derecha e izquierda, en estos días procesionales. Porque, como me dijo un día el lamentablemente fallecido Josep Piqué, cuando ya había abandonado la política, un político de verdad no descansa nunca. No hay descanso para la conspiración permanente en la que un político se mueve, añadiría yo.
Y en esas estamos: en un viaje de regreso que es un retorno a más de lo mismo. Y los periódicos se volverán a llenar de fotos ante atriles mitineros, de declaraciones y contradeclaraciones que han ido madurando en unas vacaciones que para ellos no han sido, en el fondo, tantas. Ya verá usted, ya, la que viene.