Monasterio de Lerma acoge ya eventos que afianzan su proyecto

R. PÉREZ BARREDO / Lerma
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Su imponente zona ajardinada, escoltada por los muros más altos jamás construidos en recinto monástico alguno, es muy demandada. Ha recibido 1.500 visitas en 4 meses

En el impresionante jardín de 10.000 metros cuadrados ya se han celebrado actos multitudinarios. - Foto: Patricia

Entre los muros más altos jamás construidos para convento o monasterio alguno, en lo que un día fueron huertas hoy reina un jardín precioso rodeado de avellanos.Es una extensión enorme, 10.000 metros cuadrados, donde nunca falta el agua: una esgueva saltarina y alegre lo atraviesa. Es un jardín sobrio, nada versallesco, acorde al recinto que lo acoge: pertenece al convento de las carmelitas descalzas que se levantó en Lerma, extramuros, en el siglo XVII. El templo, desacralizado tras la marcha de las monjas y la venta del edificio a unos particulares, se ha convertido en unos pocos meses en otro reclamo turístico de la hermosa Villa Ducal. Pero no uno más: quienes ahora la gestionan tienen un proyecto que trasciende la clásica visita turística. Están convirtiéndolo en un centro dinámico, que ya ha comenzado a desarrollarse y a expandirse. Un centro cultural y de ocio que contribuirá al mantenimiento de este fabuloso lugar.

No en vano, en esta extensa zona ajardinada escoltada por los soberbios y altísimoss muros con contrafuertes ya se han celebrado diferentes eventos (bodas, cumpleaños multitudinarios, encuentros para ver estrellas y rutas teatralizadas) que afianzan e impulsan el proyecto del que se ha dado en llamar Monasterio de Lerma. Un plan que ya es imparable: desde que se abriera a las visitas, se cuentan ya por cientos las personas que han podido conocer de cerca dónde y cómo ha vivido esta comunidad religiosa durante los últimos cuatrocientos años. Literalmente: nada, en el interior de la clausura, varió en ese tiempo; hasta el punto de que sólo entrado el siglo XXI las últimas moradoras incorporaron la luz y el agua corriente a sus estancias. Increíble pero cierto.

Pero no sólo el inmenso jardín del convento barroco tiene ya nuevo destino.Otras estancias del cenobio serán escenario de talleres de todo tipo, explica Gustavo Peña, gestor cultural de Monasterio de Lerma. Sus nuevos propietarios van a acometer en septiembre la reforma de las cubiertas de una de las zonas del convento, en la que se encuentran el palomar y la estancia en la que las monjas tenían colmenas para elaborar miel. «No sé si al final cerraremos para las obras, porque tenemos muchísimas reservas. La verdad es que está funcionando muy bien», admite. Respecto de los eventos a celebrar en los jardines, Monasterio de Lerma está convirtiéndose ya en un centro codiciado. Una de sus ventajas es que no se trata de un lugar aislado, sino que está en el casco urbano de la Villa Ducal, frente al Arco de la Cárcel. «A partir del próximo año la intención es acoger el mayor número de eventos posibles. Ha despertado mucho interés. 

Respecto a las visitas, ya son más de 1.500 las personas que han podido contemplar el siempre misterioso interior de una clausura; pero no de una cualquiera: la de las carmelitas descalzas se halla varada en el tiempo, tal como estaba cuando el convento se puso en marcha a comienzos del siglo XVII. Es el interior de este cenobio un canto a la austeridad, el mejor escenario para la oración, el silencio y la soledad, tan propias de las órdenes mendicantes. Levantado, como el resto de los conventos de la villa, en tiempos del duque de Lerma, valido del pío Felipe III, este convento se ubicó en un lugar de privilegio, a los pies del Camino Real, rodeado de agua, y con una tapia que, según se cuenta, costó más que el propio edificio que albergó a las monjas carmelitas. Recorrer sus estancias vacías es adentrarse en una cápsula del tiempo. El claustro, por el que entra la luz de forma caudalosa, es pura sobriedad; las celdas, intactas, dan medida de una vida espartana. Aún se conservan los catres en los que dormían las monjas, con los jergones hechos a base de paja de centeno. También, en la estancia en la que se hacían labores manuales, quedan algunas viejas ruecas como las que usaban las hilanderas de Velázquez.

La atribulada historia del convento (sobrevivió a la invasión y ocupación napoleónicas, a las desamortizaciones, a las guerras carlistas y a la Guerra Civil) contiene historias de índole casi mágico, como el hecho de que en una urna se protegiera durante siglos el cuerpo incorrupto de una de sus moradoras, Luisa de la Cruz, consuegra del duque de Lerma y priora que fue del convento. Cuando las monjas dejaron el edificio en el año 2017 se llevaron el cuerpo de la monja al convento del que procedía. El comedor se encuentra asimismo intacto, con sus mesas corridas y la calavera sobre cenizas que recordaba a las monjas, en cada almuerzo, la fugacidad de la vida; la cocina, con un fantástico y enorme horno de leña, es igualmente un espacio jamás alterado en cuatrocientos años. Según explica Peña, ya ha acogido algún taller gastronómico y la idea es que se convierta en uno de los puntos fuertes del lugar. Si el citado palomar es un verdadero espectáculo, este recinto monástico contiene un tesoro poco o nada conocido: se trata de un espectacular moral que, según la documentación de la fundación del convento, ya se hallaba allí cuando se levantaron sus muros. «Quizás sea tan antiguo o más que el famoso de Villoviado», apunta Peña.

La primera del duque. El convento de las carmelitas descalzas fue la primera fundación del duque de Lerma en la villa. Las obras se iniciaron en el año 1608, con un acto fundacional al que asistieron los reyes Felipe III y Margarita de Austria y concluyeron dos años después.Se invirtieron 30.000 ducados en su construcción, que se levantó de acuerdo a las directrices de sencillez de Santa Teresa: La casa jamás se labre... no haya cosa curiosa... tosca la madera... casa que cumpla la necesidad y no la superfluidad... fuerte lo más que pudieran... cerca alta con campo...