«Estamos entrando en una negación del mito del rock»

R. PÉREZ BARREDO
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Gurú de la crítica musical, fue junto al recientemente desaparecido Carlos Tena uno de los rostros y las voces de la gran eclosión de finales de los 70 y primeros 80. El burgalés Diego A. Manrique habla de aquella época dorada y de la actual

Unos jóvenes y melenudos Diego A.Manrique y Carlos Tena, recientemente fallecido, dirigieron en los 70 y 80 ‘Popgrama’. - Foto: RTVE

No han transcurrido tantos años desde que este país se hallara más cercano al Pleistoceno que a la modernidad: ahora recuerda riéndose de aquella ocasión, años 60, en la que se vio obligado a personarse en la aduana de la fronteriza Irún, donde había quedado varada una de sus adquisiciones, un paquete repleto de discos procedentes del Reino Unido. El agente de turno, circunspecto, ojeó con tanta severidad como displicencia las portadas de aquellos vinilos en las que aparecían algunos melenudos; al cabo, le espetó: «Beethoven no paga impuestos, pero estos tipos tienen muy mala pinta». Ríe evocando la impagable anécdota Diego A. Manrique (Pedrosa de Valdeporres, 1950); lo hace ahora, porque entonces maldita la gracia que tenía verse obligado a aflojar más dinero. Pero la música era la pasión de aquel muchacho. Continúa siéndolo, tantos años después. Es este burgalés el crítico musical más importante e influyente de España desde hace décadas; un gurú, un referente para varias generaciones de musiqueros.

El reciente fallecimiento de Carlos Tena, amigo y compañero de afanes periodísticos y musicales durante tantos años de Manrique, ha ejercido de hechizo nostálgico, y muchas miradas se han vuelto a aquella edad dorada de la música que ambos, junto a otros burgaleses como Chema Rey, protagonizaron en primera línea. «Carlos Tena nos sirvió de puente a varios burgaleses para entrar en los medios en Madrid. Era una inspiración, porque era un gran profesional, de trato muy afable; un ejemplo de rebeldía, porque la cantidad de programas que hizo, tanto en radio como en televisión, revela a un culo inquieto. Seguía la actualidad pop, pero tenía debilidades como la canción italiana o la música cubana.Estaba abierto a todo. Mi sensación es que podía haber sido en los últimos años una estrella televisiva tipo Buenafuente.Tenía soltura, humor, capacidad para conectar. Por su propio temperamento fue quemando etapas. La escasa cintura de los directivos de televisión no vieron que era un diamante bien pulido. Él y yo formamos tándem en Popgrama en defensa del rock cuando, en aquel tiempo, los demás no estaban comprometidos con la idea de sacar grupos nuevos en Madrid, que en 1980 se llamaba 'nueva ola madrileña' pero que ha pasado a la historia como La Movida. Nosotros nos la jugamos», evoca Manrique.

Se la jugaron, por ejemplo, grabando el famoso concierto de homenaje a Canito (fallecido batería de Los Secretos) en la Escuela de Caminos. «Aquella fue la presentación en sociedad de todos aquellos grupos: allí estaba Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides, Mamá... La grabación tenía problemas técnicos porque la grabación era horrible, pero para nosotros fue más importante el espíritu y la voluntad de hacerlo.A los de la televisión les costó aceptarlo, recibimos muchas críticas, pero el programa ha quedado como un punto de inflexión en la música pop de Madrid».

Carlos Tena nos sirvió de puente a varios burgaleses para entrar en los medios en Madrid"

Fueron, admite el crítico musical burgalés, verdaderos pioneros. «La Movida tuvo la suerte de contar con muchas terminales mediáticas; no éramos amiguetes de los músicos, vimos que era importante darle un impulso a aquello. Luego se nos criticó mucho por 'olvidar' a los grupos de rock urbano, los Barón Rojo, Obús... Pero esas bandas tenían ya carrera, elepés y un entramado de radios y revistas que ya les apoyaban. Lo que hicimos fue ampliar la oferta que había encima de la mesa. Fuimos pioneros porque íbamos en contra de lo que mandaba en ese momento en TVE, que era seguir los objetivos de las discográficas; discográficas que, aunque en el año 80 recibieron la nueva ola madrileña con cierto entusiasmo, como los primeros lanzamientos no vendieron (excepto Los Secretos, Zombies y poco más) en los años siguientes se alejaron muchísimo. Y ahí estuvimos nosotros para sacar a los nuevos grupos y para defender un concepto que cambiaría todo el negocio: el del sello independiente.Nos la jugamos. Fuimos pioneros, sí», apostilla. El burgalés no tiene claro que Carlos Tena le perdonara la liada de programar a Las Vulpes para Caja de ritmos. Porque fue Manrique quien tuvo la idea, pero fue a Tena a quien el fiscal general del Estado le pidió diez años de cárcel. «La propia televisión no le dio el apoyo necesario a Carlos».

No sólo Manrique y compañía fueron la palanca que, a través de diferentes programas, se dio impulso a cantidad de grupos emergentes: ejercieron de filtro de calidad porque sabían mucho de música, tenían conocimiento, eran muy rigurosos.Y profundamente audaces. Algo que hoy se añora. «La teórica democratización de la música supone, en muchos casos, que lo que se graba un chico en su habitación es lo llega a escucharse. Faltan esos consejos, esas recomendaciones. No se trata de reprimir la creatividad, sino de potenciarla». La era digital, apostilla el burgalés, ha traído consigo que no haya barreras, «que por un lado puede ser una buena cosa pero que por otra hace que te llegue con igual presencia música de altísima calidad y otra que no llega al amateurismo.Es un poco terrorífico. Y ocurre que muchos de estos nuevos artistas se enfadan muchísimo si no les prestas atención, si no les pones en las play list de Spotify; no están acostumbrados a recibir este feeback de gente que tenga un poco de conocimiento y le diga ve por allí o cambia esto.Es una situación un poco tensa».

Ahora hay que excavar para escuchar buena música, defiende Diego A. Manrique. «Es más complicado encontrar buena música porque los algoritmos te llevan a determinados sitios. Pero ni los algoritmos ni la inteligencia artificial son inocentes.Tienen unos sesgos que te empujan hacia lo que alguien quiere o a lo que la industria quiere. Hay que luchar un poco contra eso. Yo me divierto en Spotify cuando filtro cosas totalmente contrarias, y la máquina enloquece un poquitín y ya no sabe qué hacer, ta acaba aconsejando cosas que no tienen sentido». No se trata de nostalgia ni de melancolía, pero a Manrique le da miedo «que el trabajo esencial de un artista, que para mí es el disco más que el directo, no está recompensado. No sólo en España: ocurre en todo el mundo. Hice una entrevista a Elvis Costello en la que aseguró que no iba a volver a grabar ningún disco porque no compensaba el esfuerzo. Menos mal que siguió haciéndolo, pero entiendo que es difícil invertir en una producción si sabes que te van a pagar nada por cada vez que suena en el streaming de una canción».

Es más complicado encontrar buena música porque los algoritmos te llevan a determinados sitios"

Hay esperanza. Siempre la hay. «Si te olvidas de los algoritmos y te pones a buscar encuentras todo tipo de música, de una variedad infinita. Los descubrimientos potenciales son enormes, pero hay que buscar con paciencia».Aunque para Manrique en las décadas de los 60 y los 70 se dio una combinación extraordinaria de talento fresco, aún surgen de cuando en cuado grupos o artistas que ofrecen algo nuevo. Uno de los que más ha sorprendido en los últimos tiempos al crítico burgalés es C.Tangana. «La imagen que tenemos de él es la de un tipo arrogante, un poco estúpido... Y, de repente, en el último disco ves que hay una inteligencia brutal, esa capacidad de digerir, fagotizar las músicas populares tanto de España como del otro lado del Atlántico y darlas una lectura nueva.Incluso reconociendo que no sabe cantar pero trayendo a gente que sí sabe, desde Elíades Ochoa a Andrés Calamaro. Me asombra muchísimo la inteligencia que a lo largo de las años ha ido revelando C. Tangana y su capacidad para hacer músicas atractivas».

Para los grandes que sigue ahí tantos años después -The Rolling Stones, Van Morrison, Neil Young, Bob Dylan- sólo tiene palabras de admiración. «Estamos entrando en lo que, de alguna manera, es una negación del mito del rock como música de juventud. Fue música de juventud porque no habían crecido, pero ahora son señores que tienen 80 años y siguen grabando y actuando.Siguen teniendo la voluntad de estar en primera línea.Hay casos, obviamente, en los que lo hacen por necesidad económica, lo cual no invalida el resultado. Pero los Stones no tienen necesidad económica para darse las palizas que se dan cada cierto tiempo.Y lo mismo podemos decir de Young o Morrison. Como Dylan, que sigue en una gira interminable. Muchas veces piensas que cada vez tiene menos voz, que casi no puede tocar la guitarra. Pero no se retira porque no quiere y, sobre todo, porque su razón de ser es ejercer de trovador, de músico que viaja y que se presenta ante un público al que le gusta sorprender. Se le puede seguir o no, pero tiene todo el derecho a tirar la cuerda hasta que pueda». La pasión por la música que atesoran esos genios tampoco la ha perdido Manrique, claro. «Yo lo veo de una forma instintiva, esperando siempre a encontrar algo nuevo; que puede ser reciente o estar en el inmenso archivo de música de otros tiempos que ahora está siendo disponible.Está de moda criticar los cedés, que con su capacidad nos dieron una visión infinita y riquísima de la música que se hacía en diversos países en diferentes épocas. Y son más informativos que las plataformas de streaming, que no te ponen quién toca, quién produce y ni siquiera en qué año se hizo el disco. Tener acceso ahora más que nunca a muchas músicas es también una maldición, porque lo que encuentras generalmente son repeticiones de cosas que se han hecho hace quince, veinte, treinta, cincuenta años, que está bien y es una fórmula legítima pero no llama la atención. Salvo a quienes no conozcan, por ejemplo, a Led Zappelin y escuchen por primera vez a Jack White y alucinen con su guitarra».

Festivales en la encrucijada. Pura sabiduría, Diego A. Manrique hace una lectura inteligente acerca de los festivales de música que han proliferado de un tiempo a esta parte. Cree que algunos pueden morir de éxito. «Eso va a ocurrir. Han entrado en la dinámica turístico-económica. Parece que todas las ciudades, todas las regiones tienen que tener su festival. Y, me pregunto, si hay suficiente mercado para que todos ellos salgan a flote. Por un lado, tengo la sensación de que los festivales deberían ir hacia la especialización; pero, por otro, todos quieren ser grandes festivales y contratar a artistas internacionales, presentar carteles súper potentes.Esto esa una maravilla para las grandes estrellas tanto nacionales como internacionales, pero distorsionan el mercado y lo complican todo. Y eso del impacto económico de un festival... Tengo serias dudas de que algo así se pueda calcular, se pueda cuantificar y que las cifras que nos dan sean creíbles».