La magia de la naturaleza

A.S.R.
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La cerámica y la madera se funden en las obras que Pipo cuelga en la primera exposición de la cervecería Covanera. El reciclaje de materiales y la inspiración en su entorno marcan el paso

Pipo sujeta una de las piezas en las que fusiona madera de distintos árboles, cerámica y vidrio. La colección se puede visitar hasta el 18 de mayo. - Foto: Alberto Rodrigo

Pipo vive en la Montaña Palentina, en medio de la nada, en medio de todo. Rodeado de naturaleza salvaje, de vegetación con mil y una formas e infinitas texturas, de casas de otro tiempo que soportan la huella del abandono y de una paleta cromática sin artificios. Este entorno aflora mágico para un creador inquieto. La naturaleza, la más próxima y también la que descubre en sus viajes a otras culturas, se articula como su mayor inspiración y su mejor proveedora. Madera y cerámica bailan juntas en las obras con las que el artista vuelve a Burgos, una ciudad muy presente en su trayectoria, a la que ahora suma un capítulo más. La primera exposición de la cervecería Covanera (Juan Ramón Jiménez, 10), que ha reabierto sus puertas tras muchos años cerradas y ha creado un coqueto espacio para el arte en su planta superior. Esta muestra inaugural permanecerá hasta el 18 de mayo (de martes a sábado de 19.30 a 23.30 h.). Las propuestas se renovarán cada dos meses. 

Cuando Pipo, siempre explorando nuevos caminos en el arte, descubrió la fusión entre madera y cerámica, empezó a recoger las que encontraba en los bosques donde vive, con una variedad increíble. Haya, roble, tejo, chopo, sabina... También husmeó por viejas edificaciones. Cada una con unas tonalidades y unas texturas. Descubrió que con la cerámica se llevaban bien, muy bien. Y explotó esa senda con distintas combinaciones. El último paso ha sido introducir vidrio, que aporta un vibrante color a las piezas. 

Cardos de un azul eléctrico sobre fondo blanco, placas cuadradas de colores cálidos con pequeños cuadraditos y texturas mates que superpuestas trasladan a un poblado del desierto, hojas de roble que vuelan y se escapan por el marco veteado, paisajes castellanos con horror vacui, escenas de los masai trabajando sus campos, con sus vacas, su río y su sol... Unas más figurativas, otras más abstractas. Todas provocadoras de sensaciones. 

Pipo onda la sostenibilidad y el reciclaje como banderas. Todo vale. Añicos de cristal floreados bien jugados se convierten en una geisha. «Sigo aprendiendo. Esto es un campo infinito», advierte y cuenta que ahora mismo investiga las posibilidades del metal y de los huesos de animales muertos dejados a la intemperie. «Bien pulidos y trabajados dan unos resultados impresionantes. Lo peor es que al cortarlos o lijarlos, huele a rayos. ¡A cuerno quemado! Nuestros ancestros ya hacían herramientas y utensilios. Es un material duro, de una textura y una blancura espectaculares», destaca este infatigable buscador y hacedor de nuevos caminos. 

Unos hallazgos que antes o después presentará en Burgos. Porque siempre, casi desde tiempos inmemoriales, desde sus inicios en la pintura, es parada obligada de su arte. Algunos lo conocerán del mítico Mármedi y otros habrán seguido sus pasos en la Bodega Obregón o Masala. Cuando quiere huir de ese paraíso en el que vive, la ciudad del Arlanzón se antoja un gran destino. Siempre halla una cerveza y buenos amigos.