Los inquilinos del Orfeón Arandino conviven con humedades

I.M.L.
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Los fallos en la construcción y la falta de servicios son algunos de los problemas graves que soportan las 98 familias que, según la Junta, residen en este bloque de viviendas que se construyó para alquiler social hace 32 años

Quienes residen en el edificio conocido como Orfeón Arandino, sito en la avenida homónima de la capital ribereña, llevan sufriendo desde hace años una situación incompatibles con el derecho a una vivienda digna. Humedades y frío son algunos de los que más se quejan los residentes en este bloque de viviendas de alquiler social, que tiene hasta 116 pisos de los que ahora mismo hay ocupados 98, según los últimos datos de la delegación territorial de Fomento de la Junta de Castilla y León en Burgos. «Esto no es de ahora, les entregaron las viviendas sin calefacción, al igual que no tienen ascensor y sufren un sinfín de problemas derivados de una construcción de mala calidad y con materiales precarios», apunta un agente social que conoce de cerca la realidad de los inquilinos de estos dos bloques.

Para poder solucionar algunas de las carencias del inmueble, los habitantes optaron por hacer reformas por su cuenta. «La casas son como la tuya o la mía, con un salón muy grande que, al no tener calefacción, es imposible estar ahí; así que lo que hicieron fue tabicar, dividir el salón en dos, para así poder calentarlo mejor con algún sistema, como estufas de leña o piñas», comenta este colaborador e investigador de la causa gitana.

Los problemas se han ido agravando con el paso de los años y muchos de los que residen en este lugar preferirían no tener que estar ahí. Un estudio diagnóstico del edificio Orfeón Arandino realizado por la Fundación Secretariado Gitano recogía que el 84% de los vecinos les gustaría habitar en otro lugar, porque el deterioro general del edificio es un suma y sigue. Inexistencia de puertas, ventanas, buzones, luz, pintura, barandillas, timbres, telefonillos, además de humedades, grietas, deterioro de las tuberías forman parte de la larga lista de necesidades que los propios inquilinos aportaron hace diez años.

La situación que soporta ahora este inmueble es visible para cualquiera que transite por las inmediaciones. Tendederos colgados de las ventanas para no tener que ocupar espacio para secar la ropa en el reducido interior, al menos 14 pisos con sus puertas y ventanas tapiadas como medida para que los pisos vacíos se degraden más, y sendas puertas abiertas en las fachadas meridional y septentrional para ganar una salida al exterior, porque la distribución interior del edificio es poco menos que intransitable. «Hay un único pasillo de 130 centímetros a derecha e izquierda del bloque, con doce viviendas a cada lado, casi no se puede ni pasar», describe alguien que lo conoce bien desde dentro.

obras de emergencia. Desde la Junta de Castilla y León, propietaria y responsable del inmueble, aseguran que «las obras de rehabilitación se acometen de inmediato aquellas que técnicamente se consideran urgentes, las demás se acometerán en el momento oportuno en función de la disponibilidad presupuestaria». Lo cierto es que, según la delegación territorial de Fomento de la Administración regional, desde que se terminó de construir el edificio, en 1986, con una inversión de 2,7 millones de euros, la Junta ha invertido 589.767 euros en reparaciones, dotas ellas ejecutadas desde 2014. Estos trabajos consistieron en obras en el semisótano, los patios, la fachada y las instalaciones eléctricas en una primera intervención, que en 2015 se amplió a la cubierta, los aleros y la fachada, para concluir hace dos años con más obras en los sótanos, aunque los vecinos insisten en que los problemas en los sótanos no se han solucionado y están inservibles porque están apuntalados para evitar desprendimientos.

La última actuación en el edificio comenzaba a finales del pasado mes, con una inversión de 55.970 euros, después de que la Junta declarase como urgente la intervención en la fachada sur, en la que se había producido un abombamiento. «Estaba todo curvado, sobre todo se veía en la zona de arriba, daba miedo», aseguraba un anciano cuya vivienda da a la fachada afectada. Tanto es así que, a simple vista, se podía comprobar el desplazamiento del vierteaguas de la carpintería y de la hoja exterior del ladrillo caravista, que se separaba varios centímetros de la estructura de la fachada, con el consiguiente riesgo para los vecinos y viandantes. La solución que se ha buscado para este grave deterioro del inmueble pasa por desmontar la hoja exterior de la fachada para aislar el interior y luego volver a colocar la hoja exterior de ladrillo caravista recolocando las carpinterías y vierteaguas, por lo que se calcula que las obras aún durarán hasta finales de diciembre.