Una villa de escondida belleza y mucho encanto

J.Á.G.
-

Junto al desfiladero, en las faldas del castillo de San Marta, se extiende el casco histórico de Pancorbo, lleno de bellos rincones

Una villa de escondida belleza y mucho encanto - Foto: Alberto Rodrigo

Pancorbo es piedra, agua y agreste naturaleza en territorio de frontera, pero también historia, arte y memoria de esa Castilla milenaria, en la que escarpadas fortalezas dieron origen a ciudades. El alargado caserío, claro ejemplo también de pueblo-camino -está en la ruta jacobea de Bayona- que tiene como eje la calle Real, invita al paseo reposado y a admirar el legado que atesora antes de hacer una descubierta por las empinadas sendas y veredas junto al desfiladero y en esa enrocada y protectora dorsal de los Montes Obarenes. Controlando la garganta pancorbina se sitúan el castillo de Santa Marta, el fuerte de Santa Engracia o el mirador de la peña El Mazo, desde el que disfrutar de unas magníficas panorámicas de las comarcas burebana y de los Montes de Miranda. Pero en esta ocasión el viaje se ciñe a lo que la villa esconde detrás de esa suerte de scalextric que forman los túneles y viaductos de la AP-1, N-1 y la línea ferroviaria, que parte en dos la localidad.

Las estrechas rúas del casco histórico de Pancorbo aún conservan, a pesar de las nuevas construcciones y un urbanismo un tanto desaforado, un inconfundible aire medieval, reforzado por la arquitectura de casas de robusta solidez, una de sillería caliza y otra, no menos representativa, que exhibe bellos entramados de madera. La calle Real, calzada y camino compostelano, es el cordón umbilical de una red de estrechas y empinadas calles, plazuelas y callejas que trufan el caserío asentado a las faldas de los altos y punteagudos riscos del desfiladero, en el que la erosión ha tallado a su antojo formando curiosas siluetas. El torreón de la antigua cárcel -hoy cerrado por culpa de la pandemia- acoge la oficina de turismo y es además un centro de interpretación en el que empaparse de la historia y del patrimonio de Pancorbo, una villa que ya aparece ya citada en el 883 como Ponte Curbum en El Crónicón Albeldense. La toponimia nada tiene que ver con los cuervos y sí con la existencia de un puente curvo. El ancestral caballo losino, una raza equina que estaba en vías de extinción y que se ha conseguido rescatar, bien merece una explicación y aquí la tiene, como también toda la información sobre el fuerte de Santa Engracia. Además una enorme maqueta del parque natural de los Montes Obarenes sirve de GPS en cartón-piedra para orientarse. Mapas, folletos, cartelería, fotografía, vídeos se suman a otros soportes, a los que se añaden las explicaciones de Ricardo Romaniega, dinamizador turístico, que hace de cicerone. Tiene ganas de que se levanten las restricciones para reeditar esas visitas guiadas de antaño y que la oficina se llene de turistas.

A partir de esta singular antigua 'cárcel' y guardiana de la memoria, la visita a la villa puede durar lo que el viajero desee porque hay mucho que ver y disfrutar en ese Pancorbo más interior, tan oculto y desconocido como encantador. Dejando a un lado la iglesia de Santiago para una visita más detenida, la ruta tiene como eje central esa calle Real, por la que se llega a una recogida Plaza Mayor, presidida por una casa consistorial, dieciochesca y que otrora fue puerta de esa amurallada villa medieval. Sigue pautas de la arquitectura neoclásica y en su fachada luce el escudo de los Austrias. Atravesando su arquería asoportalada se accede al puente de Carnicerías y comunica con el barrio de San Nicolás y su también neoclásica iglesia parroquial, que parece salir de la piedra, aunque las vías del tren afean, desde luego, la perspectiva desde la plaza. Una gran cúpula central y su retablo mayor, que nunca llegó a dorarse, son algunos de su atractivos de este templo que es también parroquia. El apiñado caserío pegado a la ribera del Oroncillo se puede observar desde varios rincones. Sin olvidarse de la singular e ilustrada fuente, que era la mayor. Popularmente se la conoce como de los Carneros, por las cuatro testas esculpidas en ella. Además el recinto, incluye el lavadero, un pilón y un pequeño parque.

Una villa de escondida belleza y mucho encantoUna villa de escondida belleza y mucho encanto - Foto: Alberto Rodrigo

Casonas blasonadas de linajudas familias como los Salazar, Loyola, Urruelda... trufan las calles Santiago, San Nicolás y, por supuesto la calle Real. Son muestra también de esa época de esplendor de la villa como capital de la Merindad de la Bureba. También se puede admirar ese característico caserío sobre soportales apeados sobre basas de piedra que enmarcaban el mercado medieval. No faltan tampoco características casa de mampostería y madera, como la que se levanta en la Plaza Mayor.

Por la calle Landecilla se llega a la puerta de Santa Marta, que conserva además el tramo mejor conservado de esa muralla que protegió la ciudad medieval, desplegada ladera abajo del castillo roquero de Santa Marta. A la fortaleza se llega por una empinada senda, pero antes, a un lado quedan solares y eras donde, al parecer, se ubicó la potente judería pancorbina. Asomándose a los tapiales se puede observar al aire las excavaciones que están realizando investigadores de la Universidad del País Vasco, con los que pretenden arrojar luz sobre los primeros poblamientos. Por cierto, la piedra de la desaparecida ermita de San Martín sirvió para recrecer la iglesia de San Nicolás. En este recinto, que llaman también de Santa Marta o El Castillete, se han hallado algunas cerámicas y otros vestigios que apuntan a que Pancorbo estuvo poblada ya hace 2.500 años.

El castillo de Pancorbo se erigió en la estratégica peña Roja. La atalaya, muro de contención junto al desfiladero de las invasiones y razias sarracenas que arreciaban desde la comarca burebana, pasó sucesivamente de manos navarras a castellanas en medio de litigios de reinos y señores. No en vano la fortaleza tuvo que ser reconstruida en tres ocasiones. Se conservan las escaleras originales excavadas en piedra y algunos restos más de lo que fue su la sala, el pozo... Subir hasta los más alto por unas cómodas y seguras escaleras y contemplar desde plataformas y salientes -si la niebla no lo impide- las panorámicas se abren al desfiladero, a los montes Obarenes, a la propia villa, a los montes de Miranda -ya en la raya con La Rioja- o a infinita Bureba es una experiencia para no olvidar. Bien merece el esfuerzo realizado, sin duda.

De regreso de las alturas, es obligado acercarse desfiladero y a la dos ermitas 'urbanas'. La senda, señalizada y que discurre paralela al río Oroncillo, permite recorrer el sector más espectacular de la garganta discurre por encima de la antigua e importante calzada romana que comunicaba el sur de la Galia con el noroeste de Hispania. Al salir de la casi perpetua sombra de los altos riscos, se encuentra la venerada ermita semirrupestre de Nuestra Señora del Camino, que emerge de la pared rocosa, pegada a la carretera. A poco metros, sobre un estrecho saliente, a gran altura, se levanta un original campanil con remate triangular. Una pequeña campa permite dejar el coche. En el otro lado de la vía, junto a la ribera del río Oroncillo, se vislumbra la ermita del Santo Cristo de Barrio, también con trazas románicas. En las últimas obras de restauración además se localizaron algunas piedras con inscripciones que han sido atribuidas a época mozárabe. También se identificó la necrópolis, formada por tumbas de lajas y sarcófagos.

Junto al templo, que fue durante un tiempo iglesia parroquial, existe una magnífica campa en la que descansar, como hacen los peregrinos que recorren la Vía de Bayona, el primigenio camino de Santiago. Los túneles excavados en roca, los viaductos y los puentes situados en la rocosa e imponente garganta -entre ellos el de las Termópilas- conforman el espectacular nudo viario que comunica la comarca burebana con Miranda y el norte de España. No hay aún vía ferrata, como tal -se está estudiando- pero algunas de las verticales y sinuosas paredes del desfiladero y de las peñas que circundan la villa son utilizadas como 'rocódromos' naturales por parte de aficionados y profesionales del deporte de la escalada. Visto el Pancorbo más urbano se abren, desde los mismos accesos a la villa, numerosas rutas a pie, en bicicleta de montaña o, si prefieren en coche, con las que disfrutar de su magnífico entorno natural, que esconde en su montes algunas joyas como la ermita de San Mamés o el último bastión donde pasta el caballo losino.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 13 de marzo de 2021.