América es un acertijo

ROBERTO PERAL
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«La canción 'American Pie' es una formidable metáfora, plagada de alusiones encriptadas, de la turbulenta historia estadounidense de los años 60»

Imagen de la portada del disco ‘American Pie’ (1971), de Don McLean.

Queremos pensar que algo se ha removido para siempre en Estados Unidos tras el tiroteo de hace unos días en una escuela de Texas en el que perdieron la vida diecinueve niños y dos adultos, que la reacción social y política que ha desencadenado esa absurda matanza activará de una vez por todas un debate efectivo sobre el control de las armas de fuego en la nación norteamericana. Su presidente, Joe Biden, se ha declarado «harto», las imágenes del político Chris Murphy dirigiéndose enfurecido al Senado han dado la vuelta al mundo e incluso el entrenador de los Golden State Warriors, Steve Kerr, dejó de lado el baloncesto en su habitual rueda de prensa para preguntarse desolado cuándo diablos se adoptarán medidas para que este tipo de masacres dejen de constituir una atroz rutina en su país. Entre esas respuestas ha de anotarse también la del músico Don McLean, que rehusó actuar el fin de semana pasado en la convención anual de la Asociación Nacional del Rifle, conmocionado por la carnicería de la que daban cuenta los periódicos.

No ha de pasarse por alto la trascendencia del gesto de McLean, pues se trata de uno de los más queridos retratistas del alma estadounidense: si los más eminentes literatos yanquis han ambicionado alguna vez escribir la «gran novela americana», McLean es el autor indiscutible de la «gran canción americana», 'American Pie' (1971), una epopeya de más de ocho minutos de duración que se alza como una formidable y poética metáfora, plagada de alusiones encriptadas, de la turbulenta historia estadounidense de los años 60 (Vietnam, la lucha por los derechos civiles, el asesinato de Kennedy…) a través de la evolución del rock and roll. Elegíaca, enigmática y onírica, a ratos fúnebre y a ratos nostálgica, 'American Pie' es considerada por los norteamericanos como la «canción del siglo», su manuscrito original fue vendido hace siete años por la casa de subastas Christie's por 1,2 millones de dólares y forma parte de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por considerarse patrimonio de la nación.

A caballo entre la balada folk y el rock de la mejor estirpe, la obra maestra de McLean (inmerso ahora en la gira de celebración de los cincuenta años del clásico que lo elevó a los altares) se apoya en primer lugar en una melodía imbatible, pegadiza y expansiva, de esas que nos empujan a cantar en cuanto suenan los primeros acordes. Pero la magia perenne de la canción se sustenta en su letra, un inmenso collage de imágenes líricas y referencias veladas a los protagonistas de una época crucial, que ha sido puesta bajo el microscopio casi desde su publicación, obsesivamente desmenuzada y sometida a toda suerte de análisis e interpretaciones, algunas ciertamente enloquecidas.

McLean parte de la conmoción que le provocó el accidente aéreo ocurrido en Iowa en febrero de 1959 en el que fallecieron Buddy Holly, Ritchie Valens y J.P. Richardson, «el día en que murió la música», para dibujar la desilusión de toda una generación, la primera del rock, que pasó de los años 50, con una próspera clase media orgullosa de la victoria en la Segunda Guerra Mundial y que bailaba al son de los optimistas ritmos de músicos como Elvis Presley, Bill Halley y el propio Buddy Holly, a los turbulentos años 60, con sus profundos cambios culturales, la agitación política, el auge de las drogas, la amenaza de la Guerra Fría y el reclutamiento forzoso hacia Vietnam de unos jóvenes que abrazaban ya una música menos inocente y más combativa, con Bob Dylan, que había sustituido a Elvis en las listas de éxitos, a la cabeza («Y mientras el rey miraba hacia abajo, / el bufón le robó su corona de espinas»).

'American Pie', todo un tesoro de ambigüedad, va construyendo una fascinante parábola mediante un sinfín de alusiones a los Kennedy, a Lee Harvey Oswald, a la crisis de los miles cubanos, a Woodstock, a Martin Luther King, a la carrera espacial, a la orgía criminal de la secta de Charles Manson, y en paralelo saca a escena a los artistas que estaban modificando para siempre la cultura popular: los Beatles («los sargentos tocaban una música de marcha», en referencia al álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band), los satánicos Stones («Así que vamos, Jack, sé ágil, sé rápido, / Jack Flash sentado en un candelabro»), la malograda Janis Joplin («Conocí a una chica que cantaba blues y le pedí una noticia feliz, / pero se limitó a sonreír y se dio la vuelta»), The Byrds y su afición a la marihuana («Alcanzaron ocho millas de altura y cayeron rápidamente / hasta aterrizar en la hierba sucia»)…

La «tarta de manzana» (algo tan yanqui como española puede considerarse la tortilla de patatas) que cocinó entonces Don McLean inauguró una moda nostálgica de los años 50 que cristalizó poco después en películas como American Graffiti (1973), de George Lucas. Ojalá su gesto más reciente llegue a suscitar una nueva conciencia sobre las consecuencias fatales del acceso indiscriminado a las armas en Estados Unidos.