El año del vértigo

Antonio del Rey (EFE)
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2023 toca a su fin como comenzó, con Pedro Sánchez en la Presidencia, tras 12 meses de compleja situación política y el foco puesto en las cesiones a secesionistas y nacionalistas

El año del vértigo - Foto: FERNANDO ALVARADO

Tras superar el gigantesco impacto humano y económico de la pandemia, los españoles tuvieron que acostumbrarse este 2023 al vértigo de una compleja situación política, salpicada de incógnitas, que siguen en el aire. Y es que, nada se resolvió como parecía, y los ciudadanos se vieron obligados a convivir con coyunturas inesperadas -como la derivada de un candidato a la Presidencia del Gobierno ganador en votos pero sin escaños suficientes para serlo- y al final el año acaba como empezó, con Pedro Sánchez en la Moncloa.

El precio: una polarización y división que crecieron como nunca. La amnistía para los implicados en el procés prendió y arrastró a las calles a miles de manifestantes disconformes con las cesiones de Sánchez al independentismo, mientras los puentes entre Gobierno y oposición siguen rotos en asuntos como la renovación del Poder Judicial.

El 28-M fue una fecha clave para entender la evolución de este convulso período; aquel domingo el PP logró cambiar el mapa político, autonómico y municipal superando al PSOE, y pensó que el camino hacia la Moncloa estaba allanado para su líder, Alberto Núñez Feijóo.

Pero el socialista, en una nueva vuelta de tuerca a su famoso Manual de resistencia, recondujo rápidamente la derrota al adelantar por sorpresa las generales al 23 de julio, justo cuando España estrenaba la Presidencia del Consejo de la UE.

Su decisión desencadenó una tormenta a la izquierda del PSOE. La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, se apresuró a registrar como partido su plataforma Sumar y acabó forzando a Podemos, el incómodo socio del Gobierno de coalición, a entrar en este proyecto pero sin la ministra Irene Montero en las listas. Se cobraba la factura del desgaste ocasionado por los morados y de los efectos indeseados de la ley del sí es sí por excarcelaciones y reducciones de penas de agresores sexuales.

Todo parecía indicar que el PP acabaría gobernando, con 760.000 votos más que los socialistas en las elecciones locales, y se abrió una insólita campaña estival bajo las sombrillas, con los ciudadanos afanados en votar a tiempo por correo y preocupados por si les tocaba integrar alguna mesa.

Feijóo acudía a los comicios tras intentar afianzar desde el Senado su condición de líder de la oposición, mientras el jefe de Vox, Santiago Abascal, había movido ficha con su flamante y para muchos estrambótica moción de censura que convirtió al economista y excomunista Ramón Tamames, de 89 años, en candidato fallido a ocupar la Moncloa.

Pero el triunfo del PP el 28-M tenía letra pequeña porque los populares necesitaban a Vox para formar gabinetes en muchos ayuntamientos y regiones, y el PSOE aprovechó estas obligadas alianzas para agitarlas en la campaña de verano.

Al final, con récord de votos por correo, el 23-J dio otra oportunidad a Sánchez, la de sobrevivir una vez más. Las cuentas no daban para que Feijóo fuera investido presidente y todas las operaciones de la ecuación que podía mantener al secretario general de los socialistas en su despacho pasaban por un nombre, Junts -el partido del prófugo Carles Puigdemont- y un apellido, sus siete diputados.

Repetición electoral

La palabra amnistía ya había asomado la patita y la foto de Puigdemont y Yolanda Díaz en Bruselas rompió el tabú de la negociación con el catalán. Fue entonces cuando Feijóo no superó la investidura y se puso en marcha el contador hacia unos posibles nuevos comicios. Estaba claro que la única alternativa para evitarlo era la que podía encabezar Sánchez de la mano de Junts y el socialista habló por vez primera del perdón a los implicados en el procés para «hacer de la necesidad virtud».

Las semanas que mediaron hasta la investidura fueron frenéticas, aunque el silencio primó en las negociaciones con Sumar, ERC, PNV y, sobre todo, con los de Puigdemont, salpicadas de filtraciones y desmentidos que solo se resolvían a medida que se anunciaban los acuerdos con cada fuerza política.

Todo esto en medio de una creciente indignación traducida en la calle con manifestaciones multitudinarias que tuvieron su expresión violenta en los alrededores de la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz, donde noche tras noche había concentraciones.

Sin embargo, los acuerdos fueron fructificando, pero el de Junts se resistía en unas conversaciones a contra reloj, celebradas en Bruselas, donde el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, llegó a reunirse con Puigdemont despertando todas las suspicacias y el máximo rechazo de la oposición.

Al final, los socialistas registraron en solitario en el Congreso la imprescindible ley de amnistía sin esperar al pacto con Junts, que llegó el 9 de noviembre y desbloqueó la investidura de Sánchez, celebrada exitosamente el 16 de noviembre en un debate que evidenció las muchas dificultades a las que tendría que enfrentarse en esta legislatura.

Para tratar de sortearlas nombró un Ejecutivo de coalición con Sumar con Félix Bolaños, artífice de los acuerdos, como peso pesado, y ya sin Unidas Podemos. Ese movimiento hizo que los morados empezaran pronto a aguar la fiesta, al romper con Sumar a la primera de cambio pasándose al grupo Mixto en el Congreso.

El tiempo dirá cuánto se puede acercar este Gobierno al abismo.