La revuelta de las lavanderas

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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En mayo de 1923 las mujeres que se ganaban la vida haciendo la colada en las orillas del Arlanzón se enfrentaron a la policía y al Ayuntamiento de Burgos cuando este quiso apartarlas de los tramos más céntricos del río, donde realizaban su trabajo

Imagen de finales del XIX de las lavanderas en uno de los tramos más céntricos del río Arlanzón. - Foto: Archivo Municipal de Burgos

Los primeros años del siglo XX no fueron nada buenos para Burgos. La ciudad padecía de una falta de empleo endémica que se agravaba en los meses de invierno, y las pocas personas que trabajaban lo hacían en jornadas largas, con condiciones inhumanas y por un salario ínfimo. En este grupo de 'privilegiados' por tener un pequeño jornal que llevarse a casa destacaban, por sus peores condiciones, las mujeres. Así lo refleja la historiadora Carmen Delgado Viñas en su obra Clase obrera, burguesía y conflicto social. Burgos, 1883-1936, que explica que el carácter subsidiario del empleo femenino con respecto al del varón hacía que la fuerza de trabajo de las mujeres «se utilizase únicamente en sustitución de los hombres cuando convenía disponer de mano de obra abundante, barata y dócil para los trabajos menos cualificados». Además, «el peso de las tradicionales funciones sexuales condicionó en extremo las ocupaciones al alcance de las mujeres, que eran muy pocas y en la mayoría de los casos, prolongación de sus ocupaciones domésticas».

Era el caso de las lavanderas, cuyas condiciones de trabajo, la historiadora califica de «funestas». El suyo era un empleo eventual, mal remunerado y que se llevaba a cabo en unas circunstancias penosas porque a pesar de que las ordenanzas obligaban a hacer la colada en los lavaderos adecuados para ello, lo cierto es que estas infraestructuras tardaron mucho tiempo en construirse. Tal era la situación de estas mujeres que en 1883 el Ayuntamiento ordenó a algunos empleados municipales que recorrieran «las orillas de los ríos en los días de helada con el objeto de auxiliar a las lavanderas en caso de necesidad».

Los proyectos para construir unos espacios adecuados para hacer la colada en la ciudad se fueron sucediendo -de todos se decía que eran urgentes, pero no acababan de cuajar- pero no fue hasta 1921 cuando se inauguró el Lavadero Público Municipal junto a la iglesia de San Lesmes, lo que tampoco impidió que las mujeres siguieran yendo a la orilla del Arlanzón. Hasta el 21 de abril de 1923.

Imágenes de finales del XIX de las lavanderas en algunos de los tramos más céntricos del río Arlanzón. Imágenes de finales del XIX de las lavanderas en algunos de los tramos más céntricos del río Arlanzón. - Foto: Archivo Municipal de Burgos

Ese día, el alcalde, Manuel de la Cuesta, emitió un bando en el que se informaba a la población de que quedaba «en absoluto prohibido lavar, tender o secar ropas, pieles y otros objetos en el río Arlanzón, desde la pasarela de madera que existe frente a la calle de Vitoria y paseo de la Quinta, hasta la presa situada entre el Paseo de la Isla y la carretera de Valladolid», es decir, todo el tramo del Arlanzón a su paso por el centro de la ciudad. 

Salud y ornato público. Esta orden, que expulsaba a las mujeres al extrarradio y las obligaba a caminar muchos kilómetros con los bártulos a cuestas, era consecuencia directa de las obras de saneamiento que se habían realizado y estaba de acuerdo con lo que disponía el Reglamento de Higiene de la ciudad. También, como se aseguraba en el bando, se había hecho «en bien de la salud del vecindario (...) y teniendo en cuenta lo estatuido por las ordenanzas municipales, en lo que afecta al ornato público», es decir, que no quedaba muy bien que delante de la Catedral y del Arco de Santa María hubiera mujeres lavando la ropa, una idea que no era nueva, ya que en 1899 el Ayuntamiento ya se había pronunciado sobre la erradicación de esa imagen «para evitar el repugnante aspecto que las orillas del Arlanzón podían ofrecer» a los ciudadanos más 'sensibles' y a los incipientes turistas.

Ante esta nueva situación, las lavanderas no se quedaron de brazos cruzados, a pesar de que el Consistorio había construido unas escalinatas para bajar al río en la carretera de Valladolid que era, como informó DB, «la zona elegida por la Alcaldía para que realizasen su trabajo». Unos días después y aprovechando la manifestación del 1º de Mayo en la que estas aguerridas mujeres participaron activamente, «unos comisionados» se acercaron al Gobierno Civil con las protestas de las trabajadoras contra una decisión que DB no dudó en calificar de «inhumana», como era la de obligarlas a que efectuaran sus labores «en parajes alejados de la población». 

Con esta precisión contó Diario de Burgos la reunión mantenida: «El señor Uceda manifestó que varias de éstas habíanle visitado hacía poco tiempo y que las había prometido intervenir en esta cuestión, que abarca dos puntos: evitar contagios a la población y procurar facilidades a tan modestas obreras para que puedan realizar su trabajo en las debidas condiciones. Anunció que en breve efectuará con el alcalde un recorrido por el río, y con el inspector de Sanidad una visita al lavadero, para ver si son fundadas las quejas de las lavanderas de que las aguas reposan demasiado para que las lejías se marchen y que no reúne condiciones higiénicas, pues en cuanto al extremo de que esté lejos, eso no puede remediarlo. Pero desde luego, anticipó que su idea es retirar el lavado de ropas del río. Y en todo caso, hasta que se disponga de lavaderos suficientes, ya se verá el medio de habilitar los puntos más adecuados del Arlanzón.  Al bajar los comisionados del Gobierno Civil, se agregaron a la manifestación gran número de lavanderas, que iban dando vivas a la unión».

No solo tuvieron ese contacto institucional, sino que, además, le plantaron cara a los guardias. Porque fue ese mismo 1º de mayo el día en el que entraba en vigor la prohibición, pero ellas -unas cincuenta, según DB- se concentraron, se diría ahora, ante la Diputación y más tarde, cuando los municipales se disponían a retirar los palenques que para el tendido de la ropa tenían colocados las mujeres entre los puentes de Santa María y Bessón «ante la actitud nada tranquilizadora de las lavanderas desistieron de tal propósito», relata la crónica.

El toma y daca no quedó ahí. En la edición del 2 de mayo se da cuenta de que durante la noche, varios obreros del Ayuntamiento retiraron, por fin, los tendales que había frente a la Merced y los colocaron aguas abajo de la presa de la Isla, pero que por la mañana, a eso de las diez y cuarto, habían desaparecido, «suponiéndose que las mujeres se los llevaron a otra parte». Tres días después, el asunto saltó al Pleno municipal: Uno de los concejales, el señor Ruera, trasmite al alcalde el ruego de una comisión de lavanderas, «para que se las permita lavar entre el puente de Castilla y la presa, con lo cual en nada padecería la estética ni la higiene, y, en cambio, se ahorrarían tan modestas obreras las grandes distancias que han de recorrer. 

Manuel de la Cuesta contestó que podían estar seguras las lavanderas de que no trataba «de perjudicarlas en lo más mínimo, antes bien darlas facilidades para su labor; pero está reconocido que en el trayecto a que se refieren, en las épocas de aguas bajas, se forma una especie de masa jabonosa, casi sólida, que hace imposible el lavado de ropas». «Afirma -seguía DB- que se preocupa de este asunto; que ha hecho construir bajadas al río por ambas márgenes para acortar distancias, y que no solo ha puesto en condiciones el río sino que estudiará la manera de habilitar algún lavadero provisional mientras el asunto tiene una solución definitiva».

Aplaudida decisión. Pero un mes después 'el asunto' seguía coleando y al mediodía del 2 de junio un nutrido grupo de trabajadoras de la colada se plantaron ante el Ayuntamiento pidiendo a gritos que les dejaran lavar donde siempre. Fue el propio alcalde quien salió a recibirlas, a escuchar sus requerimientos y sobre la marcha a tomar una decisión con la que ellas quedaron contentas: «Del grupo  se destacaron hasta tres comisiones, que subieron a ver al señor alcalde, quejándose de las malas condiciones que reúne el lugar que se las ha señalado, aguas abajo de la presa que existe entre el paseo de la Isla y la carretera de Valladolid, pues por la falta de corriente, las grandes raíces de los árboles y otros muchos obstáculos  no pueden efectuar su trabajo como es debido. El señor Cuesta, ante las justas razones de dichas mujeres, las autorizó para lavar en otros sitios, hasta que los lugares marcados en el bando que publicó se pongan en las debidas condiciones. Tal determinación fue acogida con aplausos por las lavanderas que se hallaban en la calle y aquellas se disolvieron pacíficamente».