El burgalés sin límites

R. Pérez Barredo / Burgos
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Modesto Ciruelos, artista al que se honra con una exposición en el Fórum, contribuyó desde Burgos a renovar con independencia y valentía el arte contemporáneo español

 
 
Muchos años después, frente al Guernica de Picasso, esa obra que tanto le gustaba enseñar a sus nietos, Modesto Ciruelos recordaría una y mil veces la primera ocasión que vio un cuadro del genio malagueño. Un instante que le cambió para siempre la vida. Y, quizás sin saberlo, los derroteros de una de las corrientes vanguardistas más importantes del siglo XX. Fue en 1929, en una exposición organizada por la Residencia de Estudiantes de Madrid en el Jardín Botánico de la capital. Ciruelos ya era alumno aventajado de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y sólo soñaba con pintar. Fue tal el impacto y la honda conmoción que le causaron las obras de Picasso y Juan Gris que ya no volvió a ser el mismo.
Fue su primer maestro, cuando él era un niño, quien llamó la atención a los padres: «Esta criatura dibuja y pinta de maravilla. Es algo sorprendente».El muchacho lo observaba todo con ojos de asombro, imaginando en su cabeza cómo sería llevar a un papel esto o aquello con un lápiz. Así que el arte se introdujo en su vida bien temprano. Tenía un talento innato, natural, que cultivó desde entonces. Había nacido en el pueblo burgalés de Cuevas de San Clemente en 1908 por expreso deseo de sus progenitores, que aunque oriundos de la villa, llevaban años afincados en Madrid. Pero quisieron que su primogénito recibiera la primera luz en la cuna de sus ancestros. Ese gesto marcaría su vida, ya que se aferraría a sus raíces burgalesas condicionando el resto de su longeva existencia. 
Crecer en Madrid facilitó las cosas: Modesto Ciruelos convirtió pronto el Casón del Buen Retiro y el Museo del Prado en sus refugios, en su particular paraíso. Allí quedó cautivado por Goya, quizás el artista que más le influyó hasta que se topó con ese hallazgo radical que fue Picasso. Se modeló, en aquellos de adolescencia y juventud, con una formación espléndida. Tuvo maestros de altura, como Romero de Torres, y compañeros que, como él, serían algo en el concurso pictórico nacional e internacional, caso de Salvador Dalí o Benjamín Palencia, entre otros. Y se fajó haciendo reproducciones de los grandes maestros.
Pero no sólo cultivó su afán pictórico: Ciruelos era un lector voraz y sensible, especialmente apasionado de la poesía. Fue llenando su equipaje espiritual e intelectual no con libros cualquiera, aunque algunos fueran de amigos suyos, de escritores y poetas con los que hacía tertulia en los cafés madrileños: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Gerardo Diego, Ramón Gómez de la Serna... 
«Es imposible separar al pintor de la persona», dice del artista burgalés su nieto Jesús. «El arte era su vida y esa pasión la compartió siempre.Con su mujer, con su hija, con sus nietos. Y de forma muy natural y sencilla». Comenzó a exponer en Madrid, haciéndose un hueco en la nómina de artistas llamados a la renovación. No sólo en Madrid: también en Burgos, algo que no dejaría de hacer nunca. «Todo lo que expuso fuera lo llevó también a Burgos. Ese compromiso con su tierra fue absoluto, total», explica Jesús Ausín Ciruelos.  Dos momentos de su vida habrían de marcar el carácter del artista burgalés. Uno, la Guerra Civil. Alistado en el bando republicano, llegó a pasar dos meses en un campo de concentración. Alusivas a la contienda fratricida son dos obras memorables, hoy propiedad del Museo Reina Sofía: Fusilados y Descubierta, que se colgaron en el Pabellón Español de la Exposición Universal de París de 1937 junto al Guernica de Picasso y obras de Miró y otros artistas. Su expresionismo es desgarrador.
 
de Burgos al mundo. Terminada la guerra, y tras una estancia en París, donde conoció y trató a su admirado Picasso, regresó a España, a Palma de Mallorca, donde había obtenido la Cátedra de Dibujo Artístico en la Escuela de Bellas Artes. Estar en una isla le sirvió para aislarse y concentrarse en su expresión artística, que ya apuntaba hacia la ruptura. Y para traspasar ese límite tomó otra gran decisión: abandonar ese puesto y fijar su residencia en Burgos. Fue en 1945. A partir de ese momento, desde su estudio de la Flora, Modesto Ciruelos traspasó todos los límites. La abstracción había llegado a su obra. Sobre todo a partir de la década de los 50. «Desde su estudio de Huerto del Rey fue capaz de contribuir a la renovación pictórica nacional y, a la par, educar el gusto y el ojo de sus paisanos», escribe René Jesús Payo, autor de la semblanza del catálogo de la exposición Ciruelos: Abstracción, inaugurada el jueves en la cuarta planta del Fórum. «Desde Burgos creó la innovación del arte contemporáneo español», subraya su nieto Jesús.
«Cuando pintaba se encerraba en su estudio, buscaba una intimidad absoluta, una soledad total. Cuando se hallaba inmerso en alguna serie nueva aquello afectaba incluso a su carácter. Se mostraba tenso, reflexivo, como si estuviese librando una lucha interna», sostiene Ausín. La soledad y la independencia que le procuraba residir en Burgos (sin desconectar de Madrid y sin dejar de estar presente en exposiciones nacionales e internacionales. Pudo haber liderado al grupo El Paso, del que se sintió cercano.Pero Ciruelos escogió la ciudad castellana para cruzar todos los límites y convertirse en el estilete rompedor del arte contemporáneo, en el pionero de la abstracción. «Lo que buscó al regresar a Burgos fue eso: crear de forma independiente. Aquí construyó su torre de marfil y desde aquí proyectó su arte al mundo», apunta Ausín.
Extrovertido, educado, amable, sin divismo alguno aunque consciente de su importancia, necesitaba ver las agujas de la Catedral para inspirarse, y buscaba en sus largos paseos por el centro histórico de la ciudad el recogimiento necesario para henchirse y volcarse luego sobre el lienzo. Admite su nieto que aquella independencia absoluta, aquel aislamiento que siempre le procuró Burgos, ajeno a las influencias, quizás pudiera haber afectado al reconocimiento posterior de su obra. «Pero, sin embargo, también contribuyó a crear la obra que él quiso crear. Y desde la Fundación Modesto Ciruelos trabajamos para que ese reconocimiento sea máximo. 
Los 60 y los 80 fueron décadas gloriosas para el arte de Ciruelos, ya que jamás dejó de expresarse con radical libertad, explorando nuevas formas, siendo rupturista y audaz, creando sin ataduras, sin horizontes, sin límites. Un burgalés sin límites fue Ciruelos. Y lo hizo desde Burgos. Donde nació por deseo de sus padres. Donde murió por expreso deseo suyo. Donde creó lo que nadie antes había creado.