El volumen de tarea en Primaria divide a la comunidad educativa

Gadea G. Ubierna / Burgos
-

¿Ajustada y beneficiosa o excesiva y contraproducente? Centros públicos y concertados, familias, sindicatos y Administración defienden sendos puntos de vista en una polémica que atañe a niños de entre 6 y 11 años

Una niña de ocho años llega a casa en vísperas de unas vacaciones de Semana Santa e informa a sus padres de que tiene que resolver más de trescientas sumas y restas. A esto hay que añadir la realización de alguna ficha de Ciencias Naturales, materia que en su colegio se imparte en inglés y que le supone tener que memorizar, por ejemplo, los nombres de los mamíferos en un idioma distinto al materno. También tiene que hacer  ejercicios de Lengua y leer todos los días, porque le mandan tanto en el colegio como en casa. Este supuesto es real y se da en centros de Castilla y León, pero ¿es ajustado a la edad de la escolar y beneficioso para su apredizaje o excesivo y causa de lloros y tensión ante el empacho de cuentas e inglés? Los deberes en Primaria son un asunto cada vez más polémico y en el que la comunidad educativa de Burgos no tiene un criterio unánime: directores de centros públicos y concertados, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres, sindicatos y la Administración se dividen entre quienes los consideran ajustados, necesarios y beneficiosos y quienes los tildan de excesivos, contraproducentes y fruto de un modelo obsoleto.
Entre los segundos está el director del colegio Jesuitas, José Antonio Póo, quien declara que «son muchísimas las tareas que se mandan en Primaria y eso no mejora ni el retraso educativo, ni el rendimiento ni la motivación. Hay que buscar una alternativa a este sistema. Deberes hay que hacer, pero no estamos ni en modelo ni en cantidad». Un planteamiento que parece estar tan extendido entre los miembros de la Compañía de Jesús que les ha llevado a implantar  en este curso y en tres de sus ocho centros de Cataluña un modelo completamente distinto al tradicional: ni asignaturas ni exámenes ni tareas para casa. Se ha denominado Horizonte 2020 y pretende empezar a educar de acuerdo a los criterios y métodos que creen serán los propios de la segunda década del siglo XXI. Y aunque por ahora ha empezado como experiencia piloto, el propósito de la Compañía es exportarlo al resto del país. «Es un proyecto muy ambicioso, muy apetecible y deseable. Y sí es cierto que lo vemos posible aquí, pero también hay que ser conscientes de la realidad: solo en Barcelona hay seis centros Jesuitas, por lo que el trasvase de directores y docentes es muy fácil; hay años de preparación con involucración de profesorado, alumnado y familias; y en tercer lugar, en Cataluña hay apoyo y respaldo de la Generalitat», afirma este religioso, que tampoco oculta que la sociedad «somete» a los centros educativos a tal «competitividad» entre pruebas de nivel y diagnósticos que, al final, se cae en los mismos hábitos una y otra vez y la materia que no se ha podido dar en clase, se manda para casa. «Y el retraso no se remedia con incremento de tareas», añade.
El director del Liceo Castilla-Maristas, Nicolás García, tiene un planteamiento semejante al de Póo al considerar  que «hay que dar una vuelta a cómo estamos haciendo las cosas, quizá debamos ubicar los exámenes en un contexto que permita tener un ritmo más equilibrado y no ir a trompicones. Tiene que cambiar la forma de evaluar, orientarse a lo práctico de adquisición de competencias y no tanto a la memoria». Un viraje que, a juicio de García, se acabará produciendo porque el modelo imperante en Europa no es el de los deberes y, de seguir encargándolos, sí considera que tienen que ser en cuestiones prácticas y para un tiempo limitado. «Lo cual no significa que haya menos esfuerzo, sino que es un esfuerzo más equilibrado y que se hace con más gusto», apunta García.
Quienes también vinculan directamente tareas con modelo educativo son los responsables de la Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos de Centros Públicos de Enseñanza no Universitaria, la Fapa. El portavoz en Burgos, Enrique García de Viedma, asegura que «estamos por un cambio del modelo actual, que sigue siendo tradicional y apegado al libro de texto. Somos partidarios de las comunidades de aprendizaje: menos libro de texto y más aprendizaje de proyectos». Y añaden que hay profesores que ya están apostando por este método y lo ponen en práctica en clase, evitando la carga de trabajo en casa. Pero otros no lo hacen, con la consecuencia de que escolares de un mismo centro y curso tienen distinto volumen de trabajo para casa. «No sé si ahora hacen más tareas que hace unos años pero, desde luego, son excesivas. En Fapa estamos por la reducción total», dice. Y de ahí que vayan a solicitar de manera formal al próximo gobierno autonómico un replanteamiento del sistema. «Lo vamos a pedir en un decálogo que presentaremos de cara a las próximas elecciones autonómicas y también para las generales», anuncia el portavoz de Fapa en Burgos. 
No es la primera reivindicación de estas características. Hace dos semanas se colgó en la página web Change.org una petición dirigida al Ministerio de Educación bajo el título Por la racionalización de los deberes en el sistema educativo español que el viernes 20 por la tarde ya habían firmado 11.656 personas y a la que se han adherido numerosas asociaciones de padres y madres de la provincia. El objetivo es que la administración tome cartas en el asunto y no deje la cuestión a merced del criterio de un colegio o de un maestro o maestra en concreto. 
En Castilla y León, o al menos en Burgos, el planteamiento de la administración con respecto a las tareas y al modelo es más bien clásico. El director provincial de Educación, Juan Carlos Rodríguez Santillana, explica mediante un correo electrónico que ignora si se están encomendando en exceso o en defecto -«no creo que haya nadie que pueda contestar a esa pregunta; depende de cada maestro, de cada materia, de la tradición de cada centro e incluso de la capacidad del niño», dice-, pero añade que «de todos modos, hacer deberes o tareas en casa es muy positivo, especialmente si se hacen tutelados por los padres: refuerza el aprendizaje, disciplina a los alumnos, prepara para la autorresponsabilidad que la vida y la sociedad les va a exigir; ayuda a organizar el tiempo; y permite, especialmente a los que son un poco más mayores, buscar otras fuentes de aprendizaje e información...». 
 
Padres y jornadas.
Y es, precisamente, el matiz acerca de la involucración de los padres lo que menos convence a los discrepantes con los deberes tal cual se conciben hoy. ¿Por qué? Porque alegan que genera desigualdades. Porque el contexto familiar de cada niño es distinto y ni todas las parejas pueden dedicar el mismo tiempo a los deberes de sus hijos, ni tienen idénticos conocimientos ni tampoco es igual el poder adquisitivo, determinante a la hora de ayudar con clases particulares, sobre todo a medida que avanza el proceso de formación. En este punto coinciden la Fapa, el  director de Jesuitas o el del colegio público de Infantil y Primaria Río Arlanzón, Andrés Iglesias. «No hay mayor desigualdad que tratar a todos por igual. Creo que no se puede generalizar ni en tiempos ni en cantidades, hay que respetar el ritmo individual de aprendizaje y ajustar las tareas», apunta, para matizar que esto es más difícil de llevar a cabo si perdura el apego a lo que marca un libro de texto determinado, pero relativamente fácil si se saca todo el provecho posible a las nuevas tecnologías. «Nosotros las potenciamos mucho porque facilitan el desarrollo individual: quienes quieren indagar más pueden hacerlo y quienes no llegan a la media también se adaptan mejor. Pero todo depende de las líneas metodológicas del centro y de los docentes. El sistema nunca va a ser perfecto», concluye el director del colegio de la calle Vitoria.
El responsable del también público Sierra de Atapuerca (en San Agustín), Diego Cortezón, asegura que el volumen de trabajo se adecúa a la edad y al trabajo que se ha desarrollado en clase, de forma que quienes hayan trabajado a buen ritmo en el colegio tendrán menos ejercicios para casa y podrán aprovechar para fomentar otras competencias. «Lo que se valora es que hagan un poquito de trabajo: algunas cuentas, fichas o lectura, para que adquieran el ritmo de estudio poco a poco». Y en este contexto, afirma Cortezón, hay familias que consideran que sus hijos llevan muy pocas tareas y otros lo contrario, que son demasiadas. Una cuestión en la que este docente cree que también hay que tener en cuenta hasta qué punto se alargan las jornadas con las extraescolares. «Hay casos en los que han salido de clase a las dos de la tarde y se sientan a las siete. Y los niños no son adultos en miniatura, son niños y deben tener un equilibrio: tiempo para el estudio, para la familia y para el juego», recuerda.
La directora de otro de los centros públicos más grandes de la capital, el Miguel Delibes (ubicado en el G-3), Ana Medrano, también desliza que quizá, el problema no está tanto en el volumen de trabajo como en la duración de las jornadas de los niños de entre 6 y 11 años porque, según recuerda, «si ha venido a Madrugadores y tiene extraescolares significa que empieza su jornada a las 08.30 horas y la termina a las 17.30 o a las 18.00 horas». Y entonces, aunque el menor sea brillante y no se lleve mucho material a casa, siempre tendrá algo que leer o repasar y su jornada se prolongará todavía más. «Creo que con las horas lectivas debería ser suficiente, pero también creo que debe haber un refuerzo personal para afianzar lo aprendido y, a medida que avancen los cursos, se requerirá más esfuerzo. Pero vemos que la cultura del esfuerzo y del trabajo personal se está perdiendo y no solo en Primaria», asegura esta profesora de la capital.