Ruinas míticas

R. PÉREZ BARREDO / Mazariegos
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Al pie de las Mamblas, y como parte del paisaje de quienes discurren por la carretera de Soria, persisten los restos espectrales de Mazariegos, que se deshabitó en los años 50 del siglo XX

Aún son visibles los restos de algunas de las construcciones que conformaron el caserío de este pueblo. - Foto: Jesús J. Matías

Parecen ruinas míticas, como si siempre hubiesen estado ahí, al pie de las Mamblas. Pero no: una vez fueron casas que dieron forma a un pueblo. Mazariegos, en la carretera de Soria, ya sólo es un alto, un rasante para quienes circulan por ella. Las construcciones derruidas parecen ir diluyéndose, fantasmales, pero su desmoronado esqueleto resiste los embates del tiempo y del olvido. Fue uno de los primeros poblados de la provincia en deshabitarse -lo hizo a finales de los años 50- pero no por las causas que llevaron a la mayoría de los pueblos a quedarse en silencio en las dos décadas posteriores. El caso de Mazariegos es bien singular, ya que más que vecinos, tuvo colonos o renteros. En su imprescindible obra Los pueblos del silencio el etnógrafo Elías Rubio cuenta a la perfección el caso de esta localidad que nunca tuvo más de quince casas y que llegó a contar, en su momento más álgido (finales del XIX) con 63 habitantes.

«Según el Catastro de Ensenada Mazariegos era mediado el siglo XVIII 'Señoría del Real Monasterio de San Pedro de Arlanza', y como tal su abad tenía, entre otros privilegios, derecho a 'un yantar de comida zena' cada vez que visitaba este pueblo. Anteriormente, en 1525, el mismo monasterio había arrendado sus propiedades a los vecinos de Mazariegos, quienes no podían ser nunca más de doce. Esta forma de explotación de tierras por arrendamiento es la que, con distintos propietarios, siguió el pueblo hasta el final de sus días, lo que justifica que sus moradores fueran conocidos más como renteros o colonos que como vecinos».

Explica Rubio que, durante siglos, quienes habitaron Mazariegos -que poseía dos montes, uno de roble al norte del coto y otro de encina al sur- se dedicaron a la labranza «cultivando trigo, cebada, centeno, avena y titos» y a la ganadería. Y todavía los renteros «encontraban tiempo para hacer carbón de encina para la ciudad de Burgos. Según el Diccionario de Pascual Madiz, hacia mediados del siglo XIX Mazariegos aparece como perteneciente al mayorazgo de los Carrillos; y que fue a finales de ese mismo siglo cuando el pueblo fue adquirido por un particular cántabro «de Ampuero o apellidado Ampuero, para usar su término como coto de caza y lugar de recreo». Según el relato de Elías Rubio, este hombre se desposó con una joven natural de Orihuela, a la que se conocería en adelante como 'la Señorita' de Mazariegos. 

La única fachada que se mantiene en pie, con sus vanos abiertos al cielo.La única fachada que se mantiene en pie, con sus vanos abiertos al cielo. - Foto: Jesús J. Matías

«Bajo su dominio y protección fueron construidas dos barriadas de casas bajas de piedra para los renteros, cuyas ruinas todavía hoy pueden verse, y una casona, también de buena piedra, para su particular disfrute. Era una casa que, según los más viejos de la zona, tenía decorado el portal con escenas de tauromaquia. Con 'la Señorita' Mazariegos siguió siendo un pueblo de renteros (hubo incluso colonos procedentes del Cerrato palentino) (...) Poco antes de estallar la Guerra Civil española, cuendo el coto de Mazariegos y sus casas se encontraban bajo la amenaza de una hipoteca y los dueños pasaban por ciertos apuros económicos, fue vendido a treinta y dos particulares de Cuevas de San Clementre, que se unieron para su compra por '32.000 duros', quedando los vecinos de Mecerreyes, a cuyas jurisdicción municipal correspondía y aún corresponde, con la gran frustración de no haberlo adquirido ellos», recoge Rubio.

Los últimos moradores de Mazariegos fueron Valentina González, Juan Carrancho y una hija de ambos. Abandonaron el pueblo a finales de los años 50; antes lo habían hecho algunos de los granjeros que habían adquirido el coto, regresando a su Cuevas natal. «La falta de los más elementales servicios les empujó a ello (...) no había tampoco iglesia practicable, ya que cuando fue comprado el coto a principios de los años treinta fue utilizada como tenada para el ganado», escribe el etnógrafo burgalés en Los pueblos del silencio.

La N-234 lame las ruinas de Mazariegos.
La N-234 lame las ruinas de Mazariegos. - Foto: Jesús J. Matías

Pila románica. La iglesia de Mazariegos, de la que apenas queda el ábside y unos pocos muros, está comida por la maleza, especialmente por zarzas que impiden acceder a su interior. Pueden verse algunos capiteles del templo consagrado a Santa Eulalia, que data del siglo XV. Sin embargo, entre sus muros atesoró durante mucho tiempo una verdadera joya: una pila bautisma románica (siglo XII) que desde hace décadas se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (la adquirió el Estado en el año 1932). Es una pieza especial, según recoge un estudio del propio museo: «destaca por la finura de su realización y la calidad de su talla (...) merece ser destacada la elegancia con que los arcos y las columnas se adaptan a la curva convexa de la copa semicircular, así como la delicadeza de los relieves que cubren los capitelillos y la sobriedad de las palmetas que rellenan las enjutas de los arcos (...) el interés de esta pila no reside únicamente en los logros de su ejecución, sino también, y de modo muy especial, en la riqueza simbólica de sus elementos ornamentales y en el modo en que estos fueron conjugados al objeto de ofrecer una visión de la Jerusalén Celeste».