«Necesitaba beber para poder hablar y para poder andar»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Chus Sardón explica cómo los recursos públicos le han ayudado a superar la adicción que padece. Lleva 17 meses sobria y afirmaque está totalmente rehabilitada «y empezando a ser la protagonista de mi vida»

Chus Sardón, en la sede de Arbu. - Foto: Alberto Rodrigo

Nunca lo tuvo fácil Chus Sardón. Hija de un padre alcohólico y maltratador, víctima de bullying en el colegio y con una autoestima bajísima a consecuencia, explica, de la obesidad que padeció de adolescente, solo cuando el vino y la cerveza hacían su efecto encontraba un poco de paz frente a la hostilidad que le rodeaba y una solución a su innata timidez. «Beber me hacía una chica simpática, alegre... la reina de la fiesta en plena década de los 80. Y seguía bebiendo aunque notaba que cada vez era más la cantidad de alcohol que necesitaba para estar a gusto: mis amigas se iban a casa y yo me quedaba con gente mayor, que casi siempre eran hombres, para tomar otra copa más porque, además, por los problemas de mi casa no tenía ninguna restricción de horarios: podía llegar a los dos o a las tres de la mañana y nadie me ponía pegas», recuerda esta mujer de 52 años, en el centro de día de Alcohólicos Rehabilitados de Burgos (Arbu) poco antes de empezar las actividades que allí realiza de forma habitual.

Empezó tomando cortos de cerveza y las mezclas imposibles de aquellos años como Coca Cola con pipermint y similares. Luego llegaron los cachis y el calimocho que le catapultaron directamente a los cubatas. «A pesar de ello nunca faltaba a clase aunque, a veces, iba bebida: si había estado todo el domingo de resaca, el lunes por la mañana bebía un poco para coger el puntito». Aún con todo, Chus terminó un grado profesional de Informática de Empresa y empezó a preparar oposiciones, pero se desanimó pronto pues, cuenta, cada vez salían menos plazas. «Además, mi vida se desmoronó porque mi madre enfermó muy pronto y tuve que cuidarla. En todo ese tiempo me convertí en lo que yo llamo una alcohólica seca, es decir, no bebía una gota pero la adicción, bastante grande, seguía ahí, solo que el hecho de que yo quería que mi madre tuviera los mejores cuidados me impedía beber un solo sorbo».

Ese tiempo de 'alcoholismo seco' se alargó durante 12 años, en dos periodos diferentes en los que hizo de cuidadora -también de su padre- pero como los problemas que le habían llevado a la botella seguían presentes «porque no había hecho nada para solventarlos», cuando falleció su padre recayó a lo grande. «En aquella época trabajaba en una residencia de ancianos y volví a beber tanto que muchas veces dejaba de ir por responsabilidad, porque notaba que con tanto alcohol no estaba en condiciones y no podía cuidar bien a los mayores. Y me echaron por absentismo, además de porque una vez me pillaron con una botella».

(El reportaje completo en la edición impresa de Diario de Burgos de hoy domingo)