El vestido verde

@LouMatilla
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"Mi admiración y respeto hacia todas las personas que han conseguido atravesar este camino se van incrementando con el paso de los días, a medida que voy pasando yo también por él y vivo en mis propias carnes los estragos"

Mi admiración y respeto hacia todas las personas que han conseguido atravesar este camino se van incrementando con el paso de los días, a medida que voy pasando yo también por él y vivo en mis propias carnes los estragos que esto consigue hacerte en tu cuerpo y en tu mente. Avanzar es algo que cada día se vuelve más difícil, empiezas a notar el cansancio agotador que te está dejando sin apenas fuerzas y las sesiones de quimio cada vez resultan más brutales; la última ha sido demoledora. Por dentro la sensación es de “abrasamiento”. Sí, esa es la palabra: tu cuerpo está totalmente abrasado.

Una mucositis en la boca y la garganta se ha encargado de hacerte ver que la comida es un bien que tampoco valoramos lo suficiente; estamos tan acostumbrados a tener, tener y tirar que no nos damos cuenta. Resulta increíble que un pequeño pedazo de pan se pueda convertir en un lujo que no te puedes permitir porque tu boca no lo soportaría: un simple trozo de pan…

El esfuerzo que hay que hacer en esta situación para seguir alimentándote es descomunal porque cada vez que algo te roza un solo milímetro de tu inflamada boca, sientes como el dolor te sube hasta la cabeza, se te llenan los ojos de lágrimas y te falta hasta la respiración. Es tal la quemazón que intentas aliviarte dando puñetazos a la mesa para paliarla. Y así comida tras comida, cena tras cena.

Y mientras, pasan los días y te das cuenta de que se acerca tu cumpleaños. Ni siquiera lo vas a poder celebrar con una comida especial porque no puedes comer. Y recuerdas los cumpleaños de cuando eras niña; esos que tanta ilusión te hacían y que conseguían llenar tu casa de gente y de amigos, todos venían para verte y te traían regalos y eran sonados en todo el barrio porque tu madre se dejaba la piel preparándolos: siempre había chocolate con churros, rosquillas, dos tipos diferentes de tarta… ¡eran geniales! y era tu día especial.

Recuerdo uno en concreto en el que pasé todo el día nerviosa esperando a que llegara la hora de la merienda porque ese día iba a estrenar un vestido nuevo: un vestido verde con el que me sentía muy guapa, con unos pantys blancos; la impaciencia se apoderaba de mí según pasaban las horas. La fiesta empezó y yo estaba feliz, sonriente y agradecida hasta que una caída hizo que se rompieran los pantys asomando a través de ellos una herida sanguinolenta y se ensuciara aquel precioso vestido verde que tanto me gustaba. No podía dejar de llorar, lloraba y lloraba, era mi día y ya no estaba guapa; todo se había desvanecido en un segundo. Entonces, alguien vino a decirme que no importaba, que debía seguir jugando y yo…así lo hice. Me sequé las lágrimas, me repuse y volví con los demás como si nada.

Ahora, cada día, siempre hay alguien que me dice lo mismo: que no importa, que hay que seguir jugando. Y es entonces, cuando vuelvo a buscar en mí a aquella niña que fue capaz de sobreponerse a su tristeza y siguió sonriendo a pesar de su rodilla dolorida y su manchado vestido verde. Porque sigo pensando en aquel precioso vestido verde.