Mientras los jugadores del Real Madrid aterrizaban en Londres para disputar el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa de Europa contra el Chelsea, Joan Laporta comparecía ante una avalancha de medios de comunicación para dar sus 'explicaciones' sobre los pagos continuados a Negreira. Una rueda de prensa en la que ocurrió lo previsible. No hay nada como un ramillete de lugares comunes para intentar salir de un aprieto ante los incondicionales más catetos, dispuestos a perdonarte todo si echas la culpa al enemigo y te haces la víctima. 

No le había metido mano hasta ahora al Barçagate en este rincón de las páginas de Opinión, pero no era por falta de ganas. Me parecía demasiado fácil, e incluso cruel, hacer leña del árbol caído. Entro ahora al trapo por la falta de imaginación del presidente culé a la hora de salir al paso ante el escándalo: la culpa es del Madrit, el equipo del régimen -se supone que no se refería a uno bajo en sal, tan apropiado para su oronda silueta-. Podía haber aprovechado Laporta para achacar los males blaugranas a una conspiración merengue-masónica y responsabilizar a Florentino de echar a sus jugadores droja en el Cola Cao cuando el Bayern les metió ocho en Lisboa en unas semifinales de la Champions, cuando la Roma del gran Manolas les eliminó de esa misma competición, o el día en que el Liverpool del excelso Origi les dejó con un palmo de narices. 

Para el forofo de un equipo grande solo hay una cosa peor que ver palmar a los tuyos: que los rivales eternos se compadezcan de ti y te traten con condescendencia. Es lo que está pasando de un tiempo a esta parte con la hinchada culé. Su club sale más en las páginas de sucesos que en las de deportes y su único consuelo es que vuelva Messi a redimirles. Estoy por hacer una colecta entre el madridismo para que lo consigan.