El poder hipnótico de Rothko

Antonio Torres (EFE)
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Las seductoras obras del maestro del expresionismo abstracto pueden verse de nuevo, en toda su grandiosidad, en el espacio de la Fundación Louis-Vuitton de París

La sala, ubicada en pleno bosque de Boulogne, expone 115 piezas del pintor. - Foto: TERESA SUAREZ (EFE)

El atrayente poder de los grandes lienzos de Mark Rothko (1903-1970) centra la retrospectiva que presenta la Fundación Louis-Vuitton de París sobre este maestro del expresionismo abstracto, que se podrá ver hasta el próximo 2 de abril. 

La prestigiosa sala dedicada al arte en pleno bosque de Boulogne expone 115 obras prestadas por coleccionistas particulares e instituciones culturales de referencia, como la National Gallery de Washington, la Tate de Londres y la Phillips Collection de Washington.

Divididos en períodos cronológicos coincidentes con su evolución pictórica, de lo figurativo a la abstracción total, los magnéticos y perturbadores cuadros del artista juegan con una extensa paleta de colores, de los más sombríos a los más chillones, que crean un efecto inesperado en el espectador.

«No buscaba el color en sí mismo, eso no le interesaba. Iba mucho más allá. A través de la luz, buscaba un estado emocional muy fuerte y eso creo que lo consigue con las gamas de colores más brillantes, pero también cuando los cuadros son oscuros», explica una de las comisarias de la muestra, Suzanne Pagé.

Ese trabajo de crear viveza en el lienzo se complementa en Rothko con la elección de imponentes formatos (de más de dos metros de altura), que el pintor consideraba «más humanos e íntimos», pues el espectador podía así «entrar» en los mismos y quedarse allí.

«Las obras son tremendamente seductoras, sensuales y vibrantes. El cuerpo queda magnetizado, hipnotizado», agrega Pagé. Basta contemplar piezas como Light cloud, dark cloud (1957) o el icónico cuadro no. 14 (1960), perteneciente a su período más introspectivo y escogido como cartel de la retrospectiva.

Aunque lo más conocido de su trabajo sea la abstracción pura y dura, la muestra también recupera la etapa inicial de este artista de ascendencia judía que nació en lo que era el Imperio ruso (en Daugavpils, actual Letonia) y que emigró a la costa este de Estados Unidos con solo 10 años.

Escenas del metro neoyorquino, en las que los elementos arquitectónicos predominan sobre lo humano, y el único autorretrato conocido de Rothko (1936) son obras relativamente figurativas, aunque ya con una tendencia clara a la deformación.

«Decía que no podía representar a la figura humana sin mutilarla. Por eso fue evolucionando a un segundo período llamado multiforme, en el que mezcla lo humano con lo animal», comentó la comisaria. Eso queda patente en cuadros como El presagio del águila (1942), donde se mezcla su amor por la mitología griega y su desazón por la Segunda Guerra Mundial que vive Europa.

Un exiliado permanente

Brillante estudiante becado en la Universidad de Yale y que durante la escuela llegó a ir dos cursos adelantados a su edad, Markuss Rotkovitz, el nombre de nacimiento del artista que cambió por el de Mark Rothko después de nacionalizarse estadounidense, «fue un exiliado» durante toda su vida.

«En el fondo, era un europeo. Nació en lo que entonces era Rusia y fue, ante todo, un exiliado permanente, geográfica y mentalmente», apuntó Pagé.

El último tramo de la exposición reúne obras más oscuras y contemplativas, correspondientes a la etapa que precede su muerte a los 66 años -se suicidó ahorcándose en su taller neoyorquino-.

La última sala es para los inquietantes cuadros de Rothko junto a angustiosas estatuas de su gran amigo Alberto Giacometti.

¿Era un presagio de su muerte? Para la comisaria, no. «Es un poco básico relacionar lo negro con su estado depresivo. Esta selección junto a Giacometti era un encargo hecho por la Unesco», aclara.

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