El director que sonríe a la vida

A.S.R
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La creencia en el poder de la música para transformar el mundo mueve la batuta de Gustavo Dudamel, que desde que empezó a tomar clases de violín en su Venezuela natal ha pulverizado los números y reventado las costuras de la Clásica

Gustavo Dudamel, durante uno de los ensayos de ‘Otello’ hace unos meses en el Liceo de Barcelona. - Foto: David Ruano

La creencia en la capacidad de la música para transformar vidas y construir un mundo mejor guía los movimientos de Gustavo Dudamel. Cuando ocupa el podio para dirigir a la Filarmónica de Los Ángeles, sube al escenario para recoger uno, dos, y tres Grammys, se convierte en el batuta más joven en el Concierto de Año Nuevo de Viena, es nombrado una de las 100 figuras más influyentes por la revista Time, posa para los fotógrafos tras asumir la Ópera de París, pero también cuando comparte su tiempo con los jóvenes músicos de la Orquesta de Encuentros, creada por la Fundación que lleva su nombre, cuando se pone las zapatillas para llevar a Mahler a las zonas rurales... El director venezolano ha pulverizado los números de la música clásica. Ha alcanzado metas impensables para alguien de 40 años nacido, además, en un continente apenas tenido en cuenta en estos olimpos como Latinoamérica, y ha derribado las torres de marfil en las que aún se refugia este arte. Infatigable, siempre tiene nuevos proyectos a la vuelta de la esquina y siempre los afronta con una sonrisa en la cara. A la alegría de vivir también la tiene conquistada. 

Con ese carisma paseará Gustavo Adolfo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, Venezuela, 1981) estos días por la ciudad. Llega hoy para tomar las medidas a la Catedral y al Fórum, donde dirigirá a la Mahler Chamber Orchestra para celebrar el Octavo Centenario del templo Patrimonio de la Humanidad. 

Su honestidad y la capacidad para seguir su camino paso a paso son los rasgos que de Dudamel destaca Javier Castro, primer director e impulsor de la Orquesta Sinfónica de Burgos. «Tuvo la oportunidad de comenzar a dirigir muy joven y contó con magníficos mentores como Claudio Abbado o Sir Simon Rattle. El que se hiciera popular tan pronto, y que se intentara explotar comercialmente el hecho novedoso de que era latinoamericano y muy joven, podría haberse vuelto en contra de su maduración artística, pero ha demostrado ser un director de primer nivel poniendo por delante su musicalidad, su profesionalidad y exquisito trato y respeto con las orquestas con las que trabaja», se explaya. 

Subraya sus palabras recordando el testimonio directo de dos músicos amigos que han tocado con él y hablan de una de las experiencias musicales más enriquecedoras de su vida. «Uno de los mayores indicadores de la grandeza de una directora o un director de orquesta es dejar una huella así en las orquestas con las que trabaja», sostiene. 

A esa capacidad de seducción se refiere Ignacio Nieto, profesor de Didáctica de la Expresión Musical en la Universidad de Burgos y director de su orquesta. 

Recuerda que lo vio dirigir a la Orquesta Simón Bolívar en directo en una ocasión, en 2015, en Londres, donde él estudiaba en la Royal Academy. «Es impactante. Es un hombre muy carismático. Su gran virtud es que rompe los cánones del director clásico, académico, decimonónico», resume y lo explica por sus raíces culturales y sociales y el sistema educativo especial como es el de las Orquestas Venezolanas. «Le hace ser una persona mucho más espontánea y eso se transmite», resalta. 

Ese sistema nacional de orquestas y coros de Venezuela, llamado coloquialmente El Sistema, puesto en marcha por el maestro Abreu, del que Dudamel es discípulo y admirador confeso, promociona la música desde la infancia sin importar su cuna. A esta estructura pertenecía la Orquesta Sinfónica Juvenil Simón Bolívar, de la que Dudamel fue nombrado director con 18 años, y en su espejo se miró para crear la Fundación que lleva su nombre y tiende un puente muy vivo entre Latinoamérica y España. 

Sobre El Sistema encienden los focos Alberto Triviño, representante de la Asociación de Profesores de Música de Enseñanza Primaria, y Pedro Bartolomé, batuta de la Joven Orquesta Sinfónica de Burgos. 

Triviño comparte esa necesidad del arte, el que sea, en la formación de los niños y lo mira con envidia. «El régimen venezolano tendrá casi todo malo, pero esta promoción de la música entre las clases más desfavorecidas es envidiable», anota con la esperanza de que alguien coja el guante en España. 

Mientras que Bartolomé sitúa ahí la razón de la espectacular trayectoria del director que empezó tocando el violín cuando era niño. «Ha puesto toda su vida y su empeño en ello, desde muy corta edad ha sido un prodigio, lo demuestra dirigiendo sus obras casi siempre de memoria y con un carácter y talento que le hace ser muy amable, generoso y querido por todos», expone convencido de que esto le ha llevado a la Filarmónica de Los Ángeles, sonar para la Filarmónica de Berlín o alcanzar la Ópera de París. 

Esta es una de sus últimas conquistas. Ignacio Nieto espera expectante a que coja las riendas y aventura, divertido, que le deparará muchos disgustos. 

«Es uno de los grandes templos de la historia de la música occidental y él rompe un molde absoluto, es el primer no europeo que entra en ese sanctasanctórum», ensalza el profesor de la UBU que, sin desmerecer su gran e indiscutible talento, advierte que en su éxito también tiene mucho que decir el mundo del márketing y la imagen en el que también se mueve bien.