Julia, la única víctima mortal burgalesa del 11M

RODRIGO PÉREZ BARREDO / Burgos
-

Natural de Milagros, falleció a los 53 años como consecuencia del artefacto que los yihadistas hicieron explotar en la estación de Santa Eugenia, en cuyo andén se encontraba la burgalesa, que estaba casada y tenía dos hijas

Culta, inteligente y cariñosa. Así definían a Julia sus allegados. - Foto: DB

Llevaba cuatro años residiendo en Madrid con su marido y sus dos hijas, pero en cuanto tenía la ocasión, que solía ser a menudo, Julia Moral García se escapaba a su pueblo, Milagros, donde se sentía plenamente feliz. Amaba profundamente la naturaleza. Le fascinaba dar largos paseos por las riberas del Riaza, y se extasiaba observando el vuelo de las aves rapaces. Tenía 53 años, poseía una elegancia natural que siempre era elogiada por sus íntimos, y conservaba un aire juvenil que le hacía irradiar magnetismo y belleza.

Otra de las pasiones de esta burgalesa  de la Ribera del Duero era la cultura: era una lectora voraz y le gustaba visitar museos, pero era el teatro lo que la volvía loca. Todos los veranos, era la encargada de organizar el tradicional festival escénico de su pueblo. Ya estaba, seguramente, dándole vueltas a la edición de ese año, que diseñaría con la misma pasión de siempre.

Pero a las 07,38 horas del 11 de marzo de 2004 Julita, como la conocían sus más allegados, no estaba en Milagros, ni en ninguno de los talleres de escritura y arte en los que solía participar en su tiempo libre, ni tan siquiera en su trabajo como monitora en un autobús escolar. Se encontraba en el andén esperando al tren que, a esa hora, se detuvo en la estación de Santa Eugenia, cuando ya empezaba a clarear y se recortaban, a lo lejos, los más altos edificios de Madrid, como la silueta de los dientes de una sierra irregular. De camino a la terminal había observado con placer cómo los almendros y los ciruelos del barrio más ajardinado de la capital exhibían ya sus flores blancas y malvas, poniendo la nota de luz y color al plomizo amanecer. Aunque estaba nublado, la primavera ya era casi una realidad.

Sin embargo, a esa hora precisa, estalló el invierno, la muerte, con el artefacto explosivo que había depositado en el convoy el terrorista yihadista Jamal Zougam. Catorce personas murieron allí.Julia, cuyo cuerpo tardó mucho tiempo en ser identificado, fue una de sus víctimas. Raquel y Patricia, de 19 y 17 años, respectivamente, se quedaron sin madre. Francisco García, también burgalés, sin esposa. De alguna manera, como confesó hace dos años a este periódico, también él murió ese día, en aquel maldito andén. «No volví a ser la misma persona. Nadie puede imaginarse algo así si no le ha sucedido». Cuando supo que una de las bombas había estallado en la estación de su barrio, algo en su interior le hizo salir del trabajo, coger a toda prisa su moto y acercarse a casa. En ningún momento tuvo temor por ninguna de sus chicas, pero quiso ir porque la terminal del tren se hallaba escasos 400 metros de su hogar.Cuando llegó, encontró a su hija Raquel y respiró: ese día había huelga de profesores, así que la joven no había tomado tren alguno, como era lo habitual, para ir a su facultad.

(El reportaje completo y otros testimonios sobre los atentados yihadistas del 11-M, en la edición impresa o aquí)