Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Memorias del Espolón

17/04/2023

Cuando, hace ahora 50 años, llegué a Burgos para comenzar aquí mi vida familiar y profesional, encontré una ciudad pequeña y provinciana donde todos los caminos llevaban al Espolón. Era el corazón urbano de una población que latía a su alrededor y que iba dejando sobre él los trazos de infinitas vidas e ilusiones, como en un palimpsesto. No habría mejor cronista de Burgos que este hermosísimo paseo si, por arte de magia, pudiera contar las historias que a él le han contado los que pasean por allí. 

Heráclito hubiera dicho que nunca se atraviesa dos veces el mismo Espolón porque sigue el compás de los días y de las estaciones. En verano teje una bóveda verde para protegernos del calor, desnuda sus ramas para recibir el sol invernal y derrama a raudales el oro del otoño. Pero, además, es fiel testigo de las páginas que la vida te va abriendo. Yo recuerdo mis paseos, arriba y abajo, como joven madre de dos niños endomingados que metían el pie en el estanque y acaban irremediablemente sucios y llorando. Y también las fiestas de San Pedro, corriendo tras los Gigantillos y los Gigantones para descubrir qué había debajo de las faldas ; otras veces, si se terciaba, bailando mis buenos pasodobles alrededor del templete. Lo he atravesado cientos de mañanas camino del Colegio Universitario, más tarde UBU, repasando mentalmente la clase del día. Y he sido lectora en sus bancos y asidua de la Librería que lleva su nombre, donde Pilar siempre tenía el libro adecuado, como un hada madrina. Y qué decir de la noche, con sus tinieblas luminosas y la belleza espectral de las ramas de los plátanos a la luz de las farolas.

Cuando vuelvo ahora al Espolón, pienso en mi buena estrella de haber llegado a la vejez y seguir saboreando la vida. Confieso que una tarde me asaltaron los versos de Juan Ramón, …Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros/ cantando, y retornó ese anhelo de inmortalidad que nunca me abandona. He cumplido el precepto de tener hijos, escribir libros y plantar árboles pero aspiro, además, a dejar un pálpito sobre los jardines, algún latido en los rincones que tanto he gozado. Porque me gusta pensar que los lugares que hemos amado albergan nuestra memoria y nuestras huellas para que nunca se borren. Y que, algún día, esas huellas alcanzarán el destino, tantas veces soñado, de la eternidad.