Que medio siglo no es nada

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Aunque fue descubierto en 1967, el árbol fósil hallado en Castrillo de la Reina no recaló en el Museo de Burgos hasta 1973. El formidable ejemplar es una pieza singular y única, un verdadero tesoro arqueológico

El árbol fósil hallado en Castrillo de la Reina en 1967 recaló en el Museo de Burgos en 1973. - Foto: Fede y Patricia

Su hallazgo constituyó todo un acontecimiento, hasta el punto de que trascendió las fronteras locales. Fue en 1967 cuando, en Castrillo de la Reina, fue descubierto un impresionante árbol fosilizado. Un roble de nueve metros de longitud, 1,5 de anchura y unas 25 toneladas de peso. Su antigüedad, apabullante: en torno a los 120 millones de años, periodo mesocretácico, era Secundaria. Una joya, una maravilla paleobotánica. «Del reino vegetal, es el ejemplar fósil más impresionante que he conocido. Ni siquiera recuerdo haber visto algo similar en reproducciones fotográficas de libros especializados», se felicitaba José Luis Reoyo, uno de los científicos que avalaron el descubrimiento. La zona en la que emergió el fósil vegetal era conocida en la comarca como cementerio de árboles, como pudo comprobarse después, cuando fueron apareciendo otros ejemplares.

Desde el primer momento se vio claro que tan fabuloso resto debía ser conservado y exhibido en un lugar que permitiera a la ciencia su estudio y a la sociedad su contemplación. Y se pensó en el Museo de Burgos, claro. Sin embargo, costó hacerlo realidad: languideció el vestigio de la glaciación en la Demanda durante unos años más en el lugar del que emergió, si bien una gota de tiempo en el océano de su edad. Hasta el mes de agosto de hace 50 años, cuando en una delicadísima operación, el roble pétreo dio con su solemne envergadura en las dependencias de la calle Miranda, desde cuyo jardín, que puede verse a través de la verja de la citada rúa, sigue descansa su eterno sueño de piedra.

«La fosilización es perfecta y como es frecuente en los fósiles silíceos, el reemplazamiento -epigénesis- de la celulosa o de la lignita, por la materia silícea, se ha realizado con extremada delicadeza. La petrificación por el ácido silícico ha considerado admirablemente los destalles anatómicos y aun fisiológicos de la planta. Su interés es extraordinario. Este ejemplar constituye una rarísima pieza de museo que, sin duda, despertará muchas codicias. Debe ser preservado de tales riesgos», había diagnósticado y recomendado el profesor Reoyo.

El traslado en varias piezas se hizo con suma delicadeza y despertó la curiosidad de numerosos burgaleses, como muestra la imagen. El traslado en varias piezas se hizo con suma delicadeza y despertó la curiosidad de numerosos burgaleses, como muestra la imagen. - Foto: Fede

A finales de agosto, fragmentado en seis grandes piezas, además de otras complementarias, pudo sacarse del seno de areniscas el formidable ejemplar arqueológico, y depositarse en la 'góndola' del transporte pesado que lo guio hasta la capital. Hubo enorme expectación en el momento de la llegada del ejemplar a Burgos. Agentes de la policía municipal montaron servicio en torno a las calles de Miranda y Oviedo para desviar el tráfico mientras duraron los trabajos de descarga de la preciada mercancía. Semanas más tarde se iniciaron las labores de restauración del fósil, que quedó instalado en el jardín sobre un plinto de hormigón armado. 

El entonces director del Museo de Burgos, el arqueólogo Basilio Osaba, se felicitó de la llegada del fósil, toda vez que por haber tardado tanto en trasladarlo las siempre ávidas manos de los amigos de lo ajeno lo habían alterado un poco. Decía Osaba: «Podemos aclarar que la fosilización de este árbol se ha conservado íntegra, no sólo en su forma, sino hasta en los más mínimos detalles y contextura interior: lo triste es que manos malvadas plenas de sevicia lo hayan desvencijado posteriormente al descubrimiento. El fenómeno que se ha producido es el siguiente: en el discurrir de tantos miles de años la materia orgánica fue adquiriendo tal cantidad de dureza que llegó a petrificarse, es decir, que la sustancia leñosa y hasta las más diminutas fibras, han sido sustituidas por material duro, o sea, que nos encontramos ante un árbol de piedra, pero con nueva sustancia».

Más fotos:

El científico José Luis Reoyo, en 1967, analizando el recién ‘emergido’ roble.
El científico José Luis Reoyo, en 1967, analizando el recién ‘emergido’ roble. - Foto: Fede
El maravilloso árbol puede verse desde la calle Miranda.
El maravilloso árbol puede verse desde la calle Miranda. - Foto: Patricia

Estudio y admiración. Señalaba el director del Museo de Burgos como explicación a esa increíble metamorfosis que entre las muchas hipótesis planteadas «quizás la que tenga más probabilidades de verosimilitud es la de que si las sustancias orgánicas están sumergidas en agua se descomponen lentamente, máxime si están sepultadas en la tierra, y las moléculas de sílice o de cualquier otro mineral vienen a sustituir a las moléculas o partículas orgánicas desprendidas por putrefacción. Las sustancias fosilizantes más corrientes son la sílice y la caliza, que son probablemente las componentes de este ejemplar. Pero para que se produzca esta transformación es necesario muchísimos miles de años, tal vez millones. Y ahora que está a salvo en el Museo es imprescindible restaurarlo sin premura, pero a conciencia, trabajo que va a realizar con su pericia y solvencia el maestro cantero don Valentín Hernando Moral (...) Lo cierto es que todos debemos congratularnos y entonar albricias, pues el singular ¿roble? fosilizado se ha salvado en lo posible y se halla depositado en lugar francamente idóneo para su conservación, estudio y admiración. Porque si la cultura significa algo para los burgaleses debe introducirse en la vida, en la de todos los días; no puede quedar relegada a un motivo de fondo paisajista.