Un paleolítico muy vivo y de cuatro patas

J.Á.G.
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Hay un trabajo duro para mantener la reserva de Salgüero de Juarros. Hay que hacer un seguimiento para el control integral de los animales. Los que más cuidados reciben son, sin duda, las estrellas, los bisontes

Un paleolítico muy vivo y de cuatro patas - Foto: Patricia

La palabra safari, indefectiblemente, va unida a África, a grandes reservas como la de Masai Mara y otras similares del continente negro, pero en esta ocasión no es necesario viajar a lugares tan remotos ni volar a recónditos continentes. En Burgos es posible hacer una emocionante inmersión en la naturaleza más salvaje y, de paso, un viaje a la prehistoria pleistocénica recreada a menos de una decena de kilómetros de los yacimientos de la sierra de Atapuerca. En los montes de Valcabadillo y Cuesta Lechal, en Salgüero de Juarros, la aventura está servida de la mano de Paleolítico Vivo y de sus dos impulsores Eduardo Cerdá y Estefanía Muro, un naturalista y una bióloga. Desde 2015 ponen toda su ilusión y trabajo en esta reserva donde hoy pastan a sus anchas una decena de bisontes europeos y casi otra de caballos de Przewalski, équidos originarios de Mongolia, ambas razas en peligro de extinción. Además se suman medio centenar de cuernilargos uros -en realidad bóvidos de Heck, traídos de Holanda-, y una treintena bellos tarpanes, una recreación del antepasado de los caballos domésticos. A todos ellos se han unido más recientemente una peluda flemática vacada de 14 higlands, raza originaria de las inhóspitas tierras altas de Escocia. En otoño, por cierto, la idea es contar además con ejemplares de muflones, ciervos, renos y gamos...

Fuera de esos atestados zoos y parques temáticos, el viaje que propone Paleolítico Vivo -la iniciativa cuenta con el asesoramiento de científicos y naturalistas externos- permite al visitante no solo acercarse con seguridad a los animales, sacar estupendas fotografías, sino echar a volar la imaginación y aproximarse al hábitat y poner en contexto esa fauna ancestral que poblaba la sierra de Atapuerca y su entorno. Para ello, nada mejor que seguir los pasos de Miguelón y los Anteccesor, que con toda seguridad acudirían a los cazaderos de los montes de Salgüero, Mozoncillo, San Adrián, Brieva, San Millán, o mismamente Castrillo del Val en busca de carne para alimentarse y pieles para cubrirse. Los ancestros de todos esos animales que hoy pastan y ramonean en los montes de Valcabadillo y Cuestral Lechal se pueden ver pintados en las paredes de las cuevas de Altamira, Lascaux o Chauvet…

Esta expedición no necesita de grandes despliegues. Se puede realizar en cómodos todoterrenos abiertos y diseñados para el transporte de grupos, pero también hay opción de hacer la descubierta a pie por senderos y trochas, tratando de descubrir entre las rasas y matas boscosas a los animales, siempre guardando las distancias de seguridad y siguiendo las instrucciones. En esta ocasión la visita es motorizada. Los visitantes, llegados de distintas localidades de la provincia así como de otras localidades de Castilla y León, han preferido la comodidad y la protección de los vehículos -hay numerosos niños- para este singular viaje por la naturaleza más prehistórica en la comarca juarreña. Arturo Fuente y Paloma Cuesta, dos estudiosos y enamorados también del medio natural les acompañan en esta ocasión e ilustran la expedición con todo tipo de explicaciones.

Un paleolítico muy vivo y de cuatro patasUn paleolítico muy vivo y de cuatro patas - Foto: Patricia

En estos momentos, además no es nada raro cruzarse con algún que otro corzo, jabalí o, sin ir más lejos, con algún raposo merodeando en busca de conejos o perdices despistadas. La avifauna es también abundante, especialmente la de rapaces nocturnas y diurnas. Los buitres leonados y algunos negros surcan los aires buscando cadáveres que descarnar. Llevarse unos prismáticos es una buena idea, también para observar también otras pequeñas aves que revolotean entre los árboles. Los sonidos del bosque de Salgüero de Juarros no se limitan a los mugidos de los bisontes, de uros y esas peludas higlands, tampoco a los relinchos de las yeguas y de los inquietos przewalskis y los indómitos tarpanes machos en la época de celo. Están también los de un montón de pequeñas aves como el picapinos, urracas, cuervos, los chichipanes... Incluso Eduardo Cerdá cree adivinar a lo lejos el particular canto de una madrugadora codorniz…

Sus adorados animales no tiene depredadores ancestrales. Es la única concesión que rompe ese equilibrio natural de las especies introducidas. No se tiene conocimiento de que ninguna manada de lobos merodee por ahí, pero cruza los dedos, porque aunque es un ferviente admirador de Félix Rodríguez de la Fuente, no le gustaría ver a sus animales convertidos en presa. Tampoco a Estefanía Muro, que tienen un especial cariño a los bisontes, pero también al resto de animales. Llevan los crotales en las orejas, pero a muchos les conocen por sus nombres. En un entorno casi virgen, repleto de centenarios robles melojos y trufados de verdes praderas y rasas de bosque bajo, los indómitos animales han recuperado su hábitat más montaraz en casi medio millar de hectáreas que conforman en la actualidad la reserva burgalesa, que no es la única que hay en Castilla y León, pero sí la que está a un tiro de piedra de los yacimientos de Atapuerca y que contextualiza la evolución humana y las fases de domesticación de los animales.

No se ve, pero entre bambalinas, hay un trabajo duro para mantener esta reserva en perfecto estado de visita. Hay que hacer un seguimiento para el control integral de los animales. Los que más cuidados reciben son, sin duda, las estrellas, los bisontes. Estefanía Muro con su cerbatana de aire comprimido, mientras continúa la visita, consigue inyectar a Shian, uno de los machos corneado por Mocho -el líder de la manada-, un dardo con un antiinflamatorio para curarle la cojera. De paso Nomir recibe otro, con un antiparasitario para acabar con la causa de su aparente debilidad. Y es que estos animales son cuidados con esmero porque son como de la familia. Ahí, en la pradera, junto a la laguna abastecida por manantial de claras aguas, que hace de abrevadero está África, la primera hembra nacida en la reserva de Salgüero hace ya tres años, y también Félix, el ternero de Frida que va a a cumplir el año y bautizado así en honor de Félix Rodríguez de la Fuente. La manada está siempre vigilante a cualquier movimiento, a los todoterreno, y también al ir y venir de los prezwalski, con los que comparten espacio en la pradera. Pablowski, el primer ejemplar nacido en la comarca juarreña, y Yurta, la primera yegua, no se separa del resto de la manada de estos équidos, que se dan un aire al onagro asiático. Está entrando en edad fértil y en breve será llevada a Palencia para evitar que sea cubierta por su propio padre, evitando así la endogamia genética.

Un paleolítico muy vivo y de cuatro patasUn paleolítico muy vivo y de cuatro patas - Foto: Patricia

En otro cercado más amplio pastan también a su anchas el resto de animales que conforman esta reserva. No les falta ni espacio ni comida, porque además de la que encuentran en las praderas y los bosques tienen otra suplementaria que se les aporta diariamente y también aprovechando las visitas. Por eso el ruido de los motores es sinónimo de suculento aperitivo y se acercan como mansos corderos, esperando el premio, sin preocuparles la cercanía de los visitantes. Algunos incluso meten la testud esperando también alguna caricia. Una gozada ver a esos tarpanes, entre los que se encuentra Necky, que sigue agradeciendo a Estefanía Muro esas curas a las que acudía dócil cuando hace ya tiempo recibió un profundo mordisco de otra yegua, o Amalia, la primera tarpana que llegó a estos lares y que tiene ese nombre en honor de una buena amiga de Estefanía Muro y Eduardo Cerdá. También en las rasas y entre los robles melojos ramonean los uros, que resaltan por su negritud y su cornamenta bien armada. No es fácil reconocerlos, ni ellos ni el resto de los guías de Paleolítico Vivo, no tienen problema. Entre los que se acercan, impelidos por los sabrosos pellet de pienso, está Pavarotti, un tenor en materia de mugidos o Rambo, que a pesar del nombre es un macho tranquilo. En cuanto a las peludas higlands su similitud morfológica hace complicado reconocerlas, aunque Cuernivuelta no se les despista porque su testud la delata.

Estos curiosos bóvidos escoceses son la primera entrega en la segunda fase de la reserva, que contará, en una aproximación a la domesticación de ganado, con la incorporación de algunas cabezas de caballo losino, un équido autóctono del valle burgalés que le presta su nombre y cuyo último bastión se encuentra en el centro de recuperación en los montes de Pancorbo. También está previsto añadir la oveja ojalada, una raza ovina originaria de las regiones montañosas de las provincias de Soria, Teruel y Guadalajara que se halla también en grave peligro de extinción.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 8 de mayo de 2021.