Roma, paraíso para creadores

R. PÉREZ BARREDO
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La Academia de España en Roma, institución que cumple 150 años, ha acogido como becarios a diversos burgaleses a lo largo de este tiempo

Vista general de Roma. - Foto: Alberto Rodrigo

Dejé por ti todo lo que era mío./Dame tú, Roma, a cambio de mis penas/ tanto como dejé para tenerte. Estos versos de Rafael Alberti pertenecen a su libro Roma, peligro para caminantes, el primero de cuantos escribió el gran poeta gaditano durante su exilio en la Ciudad de Eterna, adonde llegó desde Argentina. Es una obra melancólica y elegíaca, luminosa, plena de belleza, un canto a una ciudad tan imposible por atesorar tantos prodigios que a menudo el poeta siente la necesidad de huir. Pero sabe, como nadie, que ningún lugar del mundo posee una estética tan subyugante como Roma. En su barrio más antiguo, el Trastevere, hay una colina, un promontorio que llaman el Gianícolo. Allí se asienta un edificio muy singular, una construcción fascinante y romántica, una mezcla de convento austero y palacio decadente que es la Real Academia de España en Roma.Esta institución, que tiene el objeto primordial de contribuir a la formación artística y humanística de creadores, restauradores e investigadores, con la finalidad derivada de lograr una mayor presencia cultural española en Italia, un mejor entendimiento de las culturas de ambos países y una mayor vinculación cultural entre Europa e Iberoamérica, cumple 150 años. Por ella han pasado, en este tiempo, cientos de creadores españoles. Y un buen puñado de burgaleses. Lo hizo, entre los años 1976 y 1978, el añorado compositor Alejandro Yagüe, por ejemplo.Otros lo hicieron después: los escritores Óscar Esquivias, Carlos Contreras Elvira y José Gutiérrez Román; también el historiador del arte René Jesús Payo; o los artistas plásticos Fernando Renes y Alón Carrasco. Cuatro de ellos nos evocan su experiencia romana, que los marcó de forma indeleble.

René Jesús PayoHistoriador del arte

"Allí sentí por primera vez el Síndrome de Stendhal"

René Jesús Payo, hoy catedrático de Historia del Arte de la Universidad, llegó a Roma en el otoño de 1998 -se van a cumplir 25 años- para incorporarse como becario de la Real Academia Española en Roma. El proceso selectivo, recuerda, no fue sencillo "y la defensa del proyecto a desarrollar, que se celebró en la Real Academia de San Fernando de Madrid, me impuso por la solemnidad con la que se juzgó en uno de los salones dieciochescos de la casi tricentenaria institución, con un tribunal presidido por uno de los maestros de la Historia del Arte de todos los tiempos: Antonio Bonet Correa". Su llegada al Gianícolo, tras un viaje en taxi desde la estación Termini, en el que recorrió buena parte de la Roma histórica, fue de iniciación. "Al descender del vehículo quedé fascinado por la vista de Roma (una de las mejores junto a la que se obtiene desde Villa Medici y el Aventino). Y ahí estaba, San Pietro in Montorio, sede de la Academia, con su tempietto de Bramante, con sus obras de Bernini y Sebastiano del Piombo… y donde duermen su sueño perpetuo algunos de los grandes hombres del Renacimiento y del barroco romano. ¿Puede haber un lugar mejor en el mundo para un Historiador del arte? No. El lugar era abrumador y allí sentí por primera vez algo cercano a eso que llaman el síndrome de Stendhal".

René J. Payo, en 1999, al poco de regresar de Roma. René J. Payo, en 1999, al poco de regresar de Roma. - Foto: Alberto Rodrigo

La habitación que se le asignó tenía unas bellas vistas "a un jardín desbordante. Pronto conocí a de mis compañeros de estancia, Carlota, Salvador, Nany, Eduardo, Françoise, Gonzalo… Cada uno un universo de saberes, creatividad, intereses… Con muchos sigo manteniendo contacto y amistad, y algunos son hoy prestigiosos directores de museos, profesores, artistas, gestores culturales, escritores… Porque la Academia de España en Roma no solo es el lugar excepcional donde desarrollar un proyecto sino también esa Arcadia Feliz donde florece la amistad y el compañerismo", subraya Payo. Desde esa primera jornada fue viendo cómo días y semanas pasaban rápidamente entre visitas a iglesias, museos, bibliotecas, palacios, academias, archivos… "Fruto de ellos son varios estudios científicos. Pero también entre excursiones de fin de semana -Viterbo, Frascati, Palestrina, Montecasino, Orvieto, Pienza…- y entre reuniones de confraternización entre compañeros de nuestra academia con los de las otras instituciones culturales extranjeras en Roma, aunque siempre estábamos de acuerdo en que las mejores fiestas eran las que organizábamos en nuestra sede, en aquel maravillo claustro de los años finales del siglo XVI, entre frescos del Pomarancio y con el rumor de la fuente barroca".

Uno es, ante todo, sus recuerdos, afirma Payo. "Pues bien, en mi ser Roma tiene un papel esencial. No me concibo a mí mismo sin esa espera continua de regresar a esa ciudad de ciudades y a esa Academia de España en la que todos los que hemos pasado por ella hemos dejado parte de nuestro corazón. Ex Roma lux".

Carlos Contreras ElviraPoeta y dramaturgo

Óscar Esquivias, en la Fontana di Trevi. Óscar Esquivias, en la Fontana di Trevi. - Foto: Alberto Rodrigo

"Conviví con artistas que han enriquecido mi vida y mi obra"

El escritor Carlos Contreras Elvira vivió la experiencia romana en el curso 2012-2013. "Aunque ya había vivido experiencias similares previamente -durante los dos años anteriores fui residente de creación en la Residencia de Estudiantes-, en la Academia tuve más tiempo para escribir porque ya había terminado mis estudios". Fue algo inolvidable para el poeta y dramaturgo burgalés. "Fue un año memorable por muchos motivos: allí terminé Rukeli, que más tarde ganaría el premio Calderón de la Barca y que considero mi mejor libro (casualmente, se acaba de traducir al italiano, lo va a publicar la Universidad de Roma Tre e iré a presentarlo a lo largo de 2023); allí conviví con grandes artistas de distintas disciplinas con los que sigo manteniendo el contacto y que tanto han enriquecido mi vida y mi escritura, a menudo con colaboraciones; y luego, claro, está la propia Academia, sus grandes ventanales, Roma desparramándose desde el Gianícolo, las campanas de San Pietro in Montorio volteando al único estornino de una bandada de estorninos, ese balcón cercano al bar Calisto en el que dicen que tendía su ropa interior Sofía Loren, la santa Cecilia de Maderno, el apartamento de Piazza Adriana en el que vivió Marinetti con la pintora Benedetta Cappa, la parmigiana regiana de Tonnarello, La grande bellezza de Sorrentino, la tumba del joven Keats o la villa en la que Cleopatra y Marco Antonio se amaban en secreto. Fue un año lleno de estímulos en el que tuvimos a la vida cogida por el cuello sin saberlo. Haber pasado por la Academia de España en Roma ha sido una de las experiencias personales y profesionales más gratas que he vivido, por lo que le deseo larga vida a un lugar tan abierto y aglutinador, tan único".

Óscar EsquiviasNovelista

"Meses después de regresar aún soñaba que estaba en Roma"

Los recuerdos del escritor Óscar Esquivias, becado en la Ciudad Eterna durante el curso 2005/2006, sólo podían ser novelescos: "Mi primera noche en la Academia de Roma tuvo algo de escena onírica. Llegué al anochecer y me encontré con que un rayo había desbaratado la instalación eléctrica del edificio, así que atravesé a oscuras los claustros, pasillos y jardines bajo un aguacero, con truenos y relámpagos sobre mi cabeza, como si fuera el fantasma de Beatrice Cenci (los lectores deben saber que la Academia tiene su fantasma y muchos becarios aseguran haberlo visto). Yo iba muy ilusionado, pero no podía imaginar lo feliz que iba a ser entre aquellos muros (y fuera de ellos, claro, en esa ciudad)".

El escritor Carlos Contreras Elvira, en el corazón de la Ciudad Eterna. El escritor Carlos Contreras Elvira, en el corazón de la Ciudad Eterna. - Foto: Blanca Muñoz

Tanto lo fue, afirma, que meses después, cuando se terminó la beca y regresó a España, tuvo durante mucho tiempo un sueño recurrente: "Vagaba a solas por Roma y, pese a que me resultaban familiares todas las calles, era incapaz de encontrar el camino de vuelta a la Academia, como si la via dei Pettinari y el Ponte Sisto hubieran desaparecido y me viera atrapado al otro lado del Tíber. Y ya se sabe lo que pasa en las pesadillas: cuanto más me empeñaba en regresar, más me desorientaba. No hace falta ser el doctor Freud para interpretar este sueño: mi mente se negaba a la idea de que yo ya no vivía en ese caserón precioso de San Pietro in Montorio, rechazaba que el estudio número 6 estuviera ocupado por otra persona, pero a la vez sabía que era algo irremediable, que había dejado de ser becario en Roma. Nunca he estado más cerca de llevar una vida de príncipe o de rico heredero que los meses que pasé en la Academia de España, en aquel espléndido lugar, mitad palacio, mitad convento, destartalado y hermosísimo, como es toda Roma. La vida de los escritores (de los artistas en general) suele ser muy azarosa y precaria. Como los pájaros evangélicos o la pobre cigarra de la fábula, nos pasamos el día cantando y nunca sabemos de qué vamos a vivir la mañana siguiente, así que es muy raro tener un periodo de tranquilidad en el que poder dedicar todo el tiempo simplemente a aprender, convivir con otros artistas e investigadores y a crear".

"El jardín de la Academia, con sus magnolios añosos, era para mí el equivalente al de Epicuro, un templo de la sabiduría y del disfrute. Aquel jardín estaba lleno de mirlos y grillos, como si ellos fueran también becarios músicos del reino animal (había también muchos gatos, gorriones y luciérnagas). Durante aquel tiempo yo repetía mucho una frase de Pasolini: Notte, fa presto a passare! (¡Noche, pasa deprisa!), porque describía muy bien esa exaltación alegre en la que vivía, deseoso de que amaneciera para salir temprano a las callejas romanas y perderme por ellas. En aquellos meses, no como en los sueños posteriores, mis pies sí sabían encontrar la via dei Pettinari, el Ponte Sisto y las empinadas escalinatas que me devolvían a casa (qué privilegio llamar 'casa'" a un lugar como la Academia). Al pensar en aquel tiempo en el que pude disfrutar de la beca Valle Inclán (y escribo 'disfrutar' con toda la carga de entusiasmo y felicidad que se pueda dar a esta palabra), me siento agradecido por lo que viví y, a la vez, melancólico por no seguir en aquel edificio con fantasma que corona el Trastevere, por no ser un eterno becario en Roma, que es lo que me gustaría ser siempre: joven, entregado a la creación, receptivo, feliz. Me temo que, después de escribir esto, ya sé con qué voy a soñar esta noche...".

Fernando RenesArtista visual

Fernando Renes, en su estudio de la Academia de España en la capital de Italia.Fernando Renes, en su estudio de la Academia de España en la capital de Italia. - Foto: Begoña Zubero

"Fue una de las mejores experiencias que he tenido en mi vida"

La Academia de España en Roma acogió al artista visual Fernando Renes entre octubre de 2013 y junio de 2014. Para este creador nacido en Covarrubias en 1970, la romana fue una vivencia absolutamente esencial tanto en su faceta artística como humana: "Fue una de las experiencias mejores que he tenido en mi vida. Para aquel entonces llevaba ya viviendo 16 años en Nueva York y hacía como dos que estaba barruntando la vuelta a España; me animé a pedir la beca porque intuía que iba a pasar, de alguna forma sabía que podía ser ese colchón entre mi experiencia americana y la vuelta a casa", evoca Renes.

Así fue para el artista burgalés, que tiene obras en colecciones tan importantes como la Fundación Botín, el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León), el Museo Artium de Vitoriao el Queens Museum of Art, New York. "Estar en Roma era estar ya en casa después de 16 años en Brooklyn, lo necesitaba, hacía rato que me faltaba la chispa y tenía una necesidad imperiosa de cambio de paradigma. Roma proveyó con creces, tanto que a mi hija le pusimos nombre romano: Sabina".