El día que ardió Molteplás

L.M. / Burgos
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La firma burgalesa, fabricante de piezas por inyección de termoplásticos en Villalonquéjar, fue pasto de las llamas hace 20 años. Los trabajadores se siguen emocionando al recordar un suceso que eclipsó la resaca de aquel San Pedro

Ningún trabajador ha conseguido olvidar aquel fatídico 30 de junio de 2003. - Foto: Valdivielso

El 30 de junio de 2003 era día de abono de nómina y paga extraordinaria para los cerca de 75 trabajadores de Molteplas, dedicada a la fabricación de piezas por inyección de termoplásticos. Al coincidir el 29 -festividad de San Pedro ySan Pablo- en domingo, la compañía decidió dar libre la jornada del lunes a toda su plantilla. Jesús González, actual director de Calidad, se encontraba con su familia pasando unos días en Port Aventura. Rafael Martínez, responsable de mantenimiento, se preparaba para salir de su domicilio en dirección a la plaza de toros, mientras que Sonia Cámara estaba en su casa. A todos ellos no se les olvidará nunca qué estaban haciendo cuando se enteraron de que su centro de trabajo estaba ardiendo.

Hoy se cumple el vigésimo aniversario del incendio de Molteplas, un suceso que pilló con el pie cambiado a la ciudad de Burgos, que celebraba sus fiestas patronales por todo lo alto. El origen del fuego se cree que pudo estar en un condensador eléctrico, en uno de los extremos de la nave de Villalonquéjar, que generó una enorme cantidad de humo. La columna negra se llegó a observar desde la propia Lerma, a casi 40 kilómetros de distancia, impulsada por unas impresionantes rachas de viento. Ignacio Álvarez y Rubén Alonso, actuales CEO del Grupo Mecacontrol (en el que se incluye Molteplas) y director de la fábrica trabajaban en la acera de enfrente para otra firma.

Ellos, por contra, no tenían el día libre, por lo que fueron de los primeros en alertar del incidente y colaborar para salvar todo lo posible. «Nos organizamos con nuestra maquinaria para entrar y retirar la producción o el material más cercano a la salida», rememora Álvarez, que recuerda cómo en las jornadas siguientes trataron de dar el mejor de los servicios a los clientes de la empresa vecina. Mientras las fuerzas y cuerpos de seguridad y algunos voluntarios se afanaban por salvar todo lo posible antes de que las llamas impidieron acceder al interior, decenas de trabajadores se agolpaban en las afueras del recinto.

Interior de la fábrica tras el incendioInterior de la fábrica tras el incendio - Foto: Jesús J. Matí­as«Me llamó mi hermano y pensé que me vacilaba cuando me dijo que se estaba quemando la fábrica. Al insistir tanto me di cuenta de la gravedad», indica González. Al contrario que muchos de sus compañeros, él vivió el suceso a centenares de kilómetros de distancia. «Los que estaban en Burgos podían ir a Villalonquéjar a tratar de ayudar. Yo desde lejos no pude hacer nada. Lo pasé realmente mal, fue angustioso. Tuve que esperar un par de días porque las combinaciones de transporte no eran buenas», confiesa.

A Sonia Cámara fueron sus padres los que le pusieron sobreaviso.«Entraron en casa diciendo que se veía mucho humo y que algo pasaba en el polígono», admite. Cuando se enteró que era la planta en la que llevaba apenas dos años a través de una empresa de trabajo temporal se quedó helada. Veinte años después se le sigue poniendo, literalmente, la piel de gallina cuando habla de ello. «¿Qué iba a ser de mí? Cuando hablo de esto me emociono. Tenía que empezar de nuevo, era una compañía en la que todos nos conocíamos», recuerda con los pelos de punta pese al tiempo que ha transcurrido.

Con el paso de las horas poco a poco se fue haciendo una aproximación del alcance del suceso. El coste ascendió hasta superar los 3 millones de euros, ya que apenas se salvó el almacén y sus oficinas: el resto, véase el área de producción o los laboratorios quedaron completamente calcinados. Junto a las instalaciones, que quedaron completamente devoradas por las llamas, también se perdieron miles de documentos claves para la fabricación de piezas y el funcionamiento interno de la compañía. «La estructura que nos soportaba como empresa ardió ese día», asegura González, que alaba la digitalización que se impuso desde entonces para evitar estos percances.

resurrección. A los pocos días Molteplas consiguió recobrar cierta actividad. En un local de unos 10 metros cuadrados que se salvó empezaron a trabajar, aunque apenas cabían. «No teníamos espacio casi ni para echar para atrás la silla», recuerda González, que compaginaba la labor en Villalonquéjar con los viajes. Martínez sí que estuvo desde prácticamente el primer día, inicialmente colaborando con las tareas de desescombro y recuperación de los moldes de cada uno de los clientes para que pudieran seguir inyectando sus piezas en otras empresas. «Llegabas por la mañana, te ponías el mono y cuando terminabas estabas negro como un tizón de la ceniza», admite. Colocaron un toldo sobre una de las máquinas, que casualmente habían adquirido hace poco, para poder recobrar algo de normalidad. «Fue un verano en el que no cayó una gota de lluvia. Eso nos ayudó mucho y nos quitó un montón de problemas», indica.

A Cámara, al tener un contrato a través de una ETT, le costó más reincorporarse. No obstante, reconoce que jamás se le olvidará el día que pudo regresar: el 30 de noviembre de 2003, justo tres meses después del suceso. «Cuatro chicas llevábamos un montón de tiempo trabajando y fue todo un detalle que se acordaran de nosotras. Se lo agradezco muchísimo al anterior gerente», apunta.

En estos 20 años se han sucedido otros incendios de notable relevancia en Burgos: al de Campofrío de noviembre de 2014, el más relevante, se unen otros como el que asoló las naves de la gestora de residuos GPA primero en julio de 2006 y posteriormente en junio de 2012. Ese mismo año, pero en el mes de abril, el fuego se cebó con Ubiplast, que no obstante logró salvar los almacenes y la línea de producción. Más recientemente hay que lamentar el suceso que se llevó por delante un complejo con paja en Molifibra. «Antes quizás no te llamaba tanto la atención, pero desde que nos pasó a nosotros se me revuelve el cuerpo. Te pones en su lugar y es duro», apunta Martínez.

Ignacio Álvarez, CEO del Grupo Mecacontrol, explica que sus predecesores en el cargo «lo tuvieron claro» y apostaron por continuar con la actividad en Villalonquéjar. «Hay otras empresas que por distintos factores, véase el seguro o las dificultades, no logran renacer», especifica. Sea como fuere, la firma burgalesa consiguió resurgir de sus cenizas y hacerse un hueco importante dentro de la industria local. En estos momentos su plantilla supera el centenar de trabajadores, provee a importantes empresas auxiliares de la automoción de Burgos y de fuera de la provincia e incluso se volcó en los momentos más duros de la pandemia con la fabricación de tejido para epis y la colaboración con otras pymes.