Héroes y caídos burgaleses en el 'Desastre del 98'

R.P.B.
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En Cuba, que fue la sepultura del otrora deslumbrante imperio español, brillaron hace 125 años varios burgaleses en la lucha contra los insurrectos.Sus nombres son hoy por todos recordados

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: el general Santocildes, Ruperto Martín, héroe de Cascorro, Víctor Hortigüela, héroe de Holguín y Sanz Pastor, héroe de San Ulpiano.

Cuba fue la sepultura de los últimos restos del otrora inabarcable imperio español. También lo fue Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, sí, pero Cuba simbolizaba como ninguna otra posesión aquel pasado de esplendor. Cuba, la joya del Caribe, la primera gran isla que descubrió Cristóbal Colón en su aventura transatlántica, aquel territorio fértil que durante siglos contribuyó a enriquecer la hacienda española, fue el escenario del derrumbe español en tierras de ultramar. En el llamado 'Desastre del 98', del que se cumplen ahora 125 años, hubo protagonistas burgaleses. Héroes y caídos. Y héroes caídos. En la guerra de independencia cubana hubo un militar burgalés que brilló con fulgor especial, aunque dejara su vida en el empeño: Fidel Alonso de Santocildes.  

En 1895, en plenas hostilidades con los rebeldes isleños, el general nacido en Cubo de Bureba, a la sazón uno de los más prestigiosos del Ejército español, se vio envuelto en una emboscada. En una de las batallas que han pasado a la historia por su ferocidad, en pleno corazón de la isla, Santocildes, al frente de 1.500 hombres, tuvo que enfrentarse a un contigente liderado por el rebelde Antonio Maceo que contó con el factor sorpresa y un mejor conocimiento del terreno. En la batalla de Peralejo exhibió el burgalés el talento guerrero que le procuró fama y generó ascensos fulgurantes, así como numerosas condecoraciones desde que abrazara la vida castrense. Pese a que los españoles se supieron pronto perdidos, Santocildes encabezó la ofensiva, siendo de los primeros en recibir el plomo enemigo. Así, recibió dos disparos que lo dejaron en estado grave. Pese a que sus hombres, que lo admiraban y apreciaban, trataron de llevárselo de la primera línea de ataque, según los supervivientes no se dejó, argumentando que se trataba de unos inofensivos arañazos cuando en realidad se trataba de heridas severas. 

Siguió luchando hasta que recibió un tercer disparo, que le hirió en la cabeza y le provocó la muerte. La desaparición de Santocildes se sintió mucho entre los españoles. No en vano, había sido el primer presidente de la Sociedad Benéfica Burgalesa, ubicada en La Habana, que aún sigue existiendo y que ha sido el hogar, durante décadas, de todos aquellos burgaleses que llegaron a la isla en busca de un futuro mejor. 

Pascual Sanz Pastor es otro de los militares burgaleses que dejaron su impronta en Cuba. En plena insurrección (1878), y con el grado de coronel, este militar nacido en Zazuar protagonizó la conocida como Batalla de San Ulpiano: cuatro días resistió el burgalés con sus hombres a una emboscada feroz en la que perdió prácticamente a todo su batallón hasta que llegaron en su auxilio. Fue por ello condecorado y ascendido a brigadier.

Héroes menos famosos. También tienen su hueco en la posteridad militar española dos burgaleses de menor graduación que los anteriores, pero no por ello fueron menos importantes en la guerra librada contra los insurrectos cubanos. Uno de ellos es Víctor Hortigüela Carrillo.En 1896, encontrándose este sargento al mando de un batallón con diecinueve hombres guarneciendo un fortín en la línea de Holguín a Gibara, muy cerca de Aguas Claras, se vieron atacados por miles de rebeldes capitaneados por Máximo Gómez, Calixto García y otros cabecillas insurrectos. Durante cuatro horas, los rebeldes cañonearon sin piedad el fortín, dejándolo casi en ruinas. 

El asedio era tan brutal que a los españoles se hacía imposible permanecer allí, y el burgalés natural de La Ventilla ordenó a varios de sus soldados que salieron y condujeran a los heridos otro fortín situado a tres kilómetros de distancia. Pero él se quedó, tan sólo con dos soldados, aguantando heroicamente en el fuerte mientras trataba de proteger la retirada de sus hombres.No sólo lo consiguió, sino que tanto él como los soldados que permanecieron a su lado lograron también salvar la vida. Por esta actuació fue condecorado con la laureada de San Fernando al sargento, que tan bizarramente se ha conducido. Dos años más tarde, a Hortigüela, reconocido además como una grandísima y buena persona, se le hizo entrega pública de la condecoración en la plaza de armas de Holguín, siendo abrazado por el general Luque al son de la Marcha Real.

Ruperto Martín, natural de Barbadillo del Mercado, fue testigo y protagonista de una de las batallas más afamadas de la contienda que enfrentó alEjército español con los insurrectos cubanos: la de Cascorro, donde destacó aquel Eloy Gonzalo que hoy tiene estatua en la castiza plaza madrileña que hace referencia a aquel combate. Ruperto Martín se hallaba acuartelado en esa pequeña localidad de la región de Camagüey en 1896 cuando se produjo un ataque y asedio brutal por parte de los rebeldes. El cerco, a cañonazo limpio, se prolongó durante días. «Aguantamos a pie firme, sin comer y menos aún sin dormir. A los diez cañonazos preguntaba el capitán: ¿cuántos van? ¡Van diez! ¡Pues trago de ron!», le contó Ruperto Martín a la escritora María Cruz Ebro, que recogió el testimonio en su libro Memorias de una burgalesa. Aquel capitán se llamaba Francisco Neila, responsable de negarse a la rendición que le ofrecían los insurrectos.

Ruperto Martín ocupó durante todo el asedio el puesto de vigía, siempre peligroso por su exposición al enemigo. Así que siempre evocó que sobrevivió de milagro: «A mí me salvó la Divina Providencia. Una noche estaba yo en el corredor de la casa cuando oí una voz que me decía: ¡Quítate de ahí! Me volví rápidamente y nada. Ni por detrás, ni a uno ni a otro lado había alma viviente. Ocupé de nuevo mi puesto y de nuevo volví a oír: ¡Quítate de ahí! Y así tres veces. Intrigado por aquellas misteriosas voces, abandoné el corredor y entré en la sala contigua. Una bala me pasó rozando y fue a estrellarse justo en el sitio que yo antes había ocupado...». Tras otra de rendición rechazada (Neila entregó al emisario rebelde un puro para él y otro para su jefe), el alcalde de Cascorro, que hasta entonces había estado del lado español, se pasó al bando insurrecto, convirtiéndose la casa del regidor en una de las principales amenazas para los sitiados. Así las cosas, Neila pidió un voluntario que intentase acercarse a ese flanco y prenderlo fuego. Ruperto Martín fue uno de ellos. Pero no el único. A pesar de lo arriesgado de la misión, fueron varios los españoles que se postularon. Finalmente la responsabilidad recayó en un madrileño, Eloy Gonzalo, que tenía más experiencia y veteranía.

La operación se llevó a cabo cuando ya amanecía. Eloy Gonzalo sólo pidió una cosa: que le ataran con una cuerda para, en caso de no regresar con vida, los suyos pudieran recuperar el cadáver. Sin embargo, el soldado español cumplió: prendió fuego a la casa, sorprendiendo a los sublevados, y regresó con vida a la guarnición. Exaltados por el éxito, ebrios de patriotismo, el grueso de los españoles lanzó un ataque que resultó incontenible y desmoralizador para los sitiadores, que decidieron abandonar Cascorro poco después, cuando en apoyo de los españoles llegó el general Adolfo Jiménez Castellanos con sus hombres. La resistencia de Cascorro fue noticia de primera plana en todos los periódicos de España. También Diario de Burgos se hizo eco de ello. Especialmente de la Orden General del Ejército de La Habana, que rezaba así: «Una compañía del primer batallón del Regimiento María Cristina que guarnecía el poblado de Cascorro, se ha defendido durante trece día contra fuerzas insurrectas muy superiores, mandadas por los principales cabecillas de Oriente. Ni las 219 granadas que le dispararon ni la debilidad de los muros de sus tres fuertes, ni las repetidas intimidaciones de rendición, ni los cuatro muertos y once heridos que tuvieron, fueron bastante para conseguir que el ánimo de los defensores decayese un instante, seguro como estaban de que serían socorridos, como lo fueron, por las fuerzas del general Castellanos. Tan brillante hecho me complace publicarlo en orden general para conocimiento de su ejército, y en nombre de S.M. la Reina Regente, felicito a los defensores de Cascorro, que serán recompensados cual merecen, porque han sabido con su valor demostrar que no en vano lleva su regimiento en nombre de tan Augusta Señora, poniendo una vez más de relieve las cualidades de este ejército de operaciones que se honra en mandar vuestro general. Valeriano Weyler». 

Ruperto Martín y el resto de sus compañeros fueron condecorados con una medalla y les fue entregado un diploma emitido por el Casino Español de Puerto Príncipe. Ambos recuerdos fueron siempre motivo de orgullo del burgalés. Tras la guerra, Martín regresó a Burgos. En 1945 la ciudad le tributó un homenaje y por decreto fue reconocido como teniente del Ejército español.