Siempre me ha fascinado más indagar en la herida profunda del perdedor que en la algarabía del vencedor. Quizá lo hago porque observo a los personajes desde una perspectiva literaria y en esto nos enseñó Cervantes más que nadie. Aunque Navokov dice que don Quijote tiene las mismas victorias que derrotas (6-3 y 3-6, como si fuera un partido de tenis, inventado entonces), las primeras suelen ser producto de un azar grotesco, mientras que las segundas son la obvia realidad de un ser que vive perdido en un sueño. Entre otras muchas cosas, ese libro es la historia de un perdedor que glorifica sus derrotas con un idealismo que encandiló a los mismísimos románticos alemanes del siglo XIX, que fueron los primeros en percibir el enorme espiritualismo que existe en el que sueña lo imposible y lo envuelve la derrota. Sin embargo, cuando analizo el rostro de Casado, y pienso en esa figura de hombre derrotado frente a la masa que sonríe como si hubiera ganado el Tour, no veo ni el romanticismo ni el espiritualismo de su derrota, veo una postura falsa de felicidad y una mirada triste.
No creo que Casado haya pasado unos buenos días en el congreso del PP. Si se pudiera realizar una radiografía de sus aguas profundas se verían turbulentas, y pienso que habrá sentido una angustia de pesadilla. Con Rajoy, al lado de Feijó, mirando a los asistentes con la mano en el pecho, perdido entre los militantes, besando a su mujer, saludando a Ayuso con un beso frío y árido, en todas sus poses una extraña sonrisa le agita el rostro y es tan excesiva que es imposible de creer. Con la sangre aún fresca mojando su camisa, con el inevitable dolor de la soledad alojado en su alma, si uno muestra esa casi carcajada las horas de ensayo se le salen por las mejillas.
Mirando aquella representación, la de un líder sacrificado, cierta vergüenza ajena emergía por el aire ante las carantoñas de los exacólitos que no perdieron tiempo en dejarlo tirado en la cuneta. El líder le llamó amigo, pero apenas dedicó unos segundos a su presencia. Fue tan banal la referencia que sonó como otra puñalada más, y esta no por la espalda, sino de frente y mirándolo a los ojos.
Si yo fuera Casado no habría aparecido por allí. Me habría quedado en mi casa pensando en el resto de mi vida, mascullando la lejanía de la política como forma de vida. No habría ido a ver como aquellos que elevé, muchos de los cuales me hablaron de fidelidad personal, en el momento más claro para demostrarla no perdieron tiempo en desgarrar mi pecho lanzada a lanzada, hasta dejarme desangrado. Me habría ido a dar un paseo por el campo sintiendo mi soledad con orgullo, y habría pensado en que después de esa derrota soy un ser más sabio, porque conozco mejor al ser humano.