De Paquito el Chocolatero al Bizarrap

J.M.P. / Burgos
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La música comenzó a formar parte de su vida a los 13 años. Junto a unos amigos de Aranda aprendió a tocar el saxofón y a recorrer las fiestas de la provincia

Samuel Martín y su saxofón. - Foto: Valdivielso

La primera vez de Samuel en una charanga fue en 1991. Tenía 13 años. En su Aranda de Duero natal, donde la cultura musical y de peñistas ya pegaba fuerte en aquella época. Había espíritu y ganas de compartir la fiesta con el pueblo, no solo con las propias peñas. Él pertenecía -sigue perteneciendo- a una con solera: la peña La Ribera. Fue su amigo Eduardo el que le metió el gusanillo musical. Los mayores querían montar una charanga y animaron a los más jóvenes a aprender a tocar un instrumento. No tenía ni idea de música, "en sexto de EGB suspendía la asignatura y la profesora decía a mi madre que no era lo mío". Pero a Samuel le picó la curiosidad y se decantó por el saxofón, "lo vi tan bonito que me quedé con él. Ahora no lo cambio por nada". Para otros fueron la trompeta y la percusión.

Eran cinco colegas con inquietudes musicales que poco después montaron su propia charanga. Los Chones nacía el 2 de enero de 1994, y hasta ahora. Ese mismo año empezaron a tocar en los sampedros. "Era muy diferente. Al principio no tenía ese ambiente festivo de ahora. Cuando nosotros llegamos, ya habían venido peñas de Vitoria para ayudar. Era todo muy serio. En las bajadas de toros no te podías ni mover", recuerda Samuel.

Las ganas de jarana de Aranda, donde todo era descontrol, no las encontraban en la capital. "No dejaban participar a la gente que no era de la peña". Empezaron con Los Felices. Fue un choque, "esto es la capi, nosotros veníamos del pueblo". Pero no desistieron y no tardaron en llevar a los peñistas a su terreno, a la fiesta y el descontrol controlado. Poco a poco, las fiestas fueron cambiando.

Eran unos tiempos con pocas agrupaciones musicales que animaran al personal. Era por tanto un mundo que estaba por explotar. Según fueron pasando los años fueron apareciendo más charangas y lo que empezó siendo la aventura de un grupo de amigos que se divertía haciendo música y ayudaba a las peñas se fue profesionalizando. Empezaron a estudiar música más a fondo, a mejorar el producto, "ya no solo es 'hacer ruido', ahora también tienes que hacer música".

Las coreografías, la teatralización, hubo muchas cosas que tuvieron que ir aprendiendo y mejorando y que poco a poco se iba notando en la trayectoria de las fiestas de Burgos. Lo que empezó siendo súper estricto, serio y muy cerrado para los peñistas, se fue haciendo más transversal, cada vez más festivo y compartido. Para lograr este objetivo también fue muy importante la incorporación de jóvenes a las peñas. "En aquella época no había chavales de 18-20 años, ahora tienes peñas en las que más de la mitad de los miembros son chavalería. Cambió la mentalidad. Hemos sido testigos privilegiados de la evolución de las fiestas".

Y esos cambios se notaron también en su agenda. En un principio, bueno era el año en el que hacían 20 bolos. Eso ya era una barbaridad. A día de hoy, un año normal, sin covid, son 110-120 actuaciones. Y tienen que decir que no a muchas propuestas.

Las nuevas exigencias obligaron también a ampliar el plantel de artistas. Empezaron siendo 5 'chones' -tres de ellos todavía se mantienen- y a día de hoy son una media de 30. Ya no es solo una charanga, también es una filosofía de unir a las familias y hacer más cosas con esa base musical.

El repertorio. El gusto del público ha cambiado mucho en todos estos años. Hay clásicos, eso sí, que permanecen. En los noventa, Paquito el Chocolatero lo era todo. Eso ha desaparecido. La gente ya no lo quiere. Hay otros temas, como El Tablón, El Pincho de Tortilla... que no han pasado de moda. Canciones cortas y pegadizas.

Antes se buscaban ritmos muy reconocidos para crear un popurrí con canciones de Nino Bravo, por ejemplo, y ahora se busca estar a la última. Ya sea Bizarrap o algún DJ que esté de moda. "Antaño, lo que buscábamos todos era tocar lo mismo y ahora sacas la partitura en una semana y cada charanga tiene una voz porque creamos una armonización", señala Samuel.

Han cambiado los temas y ha mejorado mucho el oído del público. Los miembros de las charangas tienen estudios y gusto musical. "El cliente es más experto y eso te obliga a ser más profesional y a hacer mejor música. Ahora una misma canción tiene 7 voces. La percusión tiene su propia partitura...".

Las peñas que les contratan tienen personas que controlan de música y son exigentes. Y es normal. Una charanga en fiestas de Burgos viene a costar unos 9.000 euros. Hay que gastar bien el dinero que se invierte. Antaño, lo que importaba era empezar el viernes y llegar al último viernes, que hubiese ruido.

La actuación de las charangas en los primeros tiempos se concentraba sobre todo en la subida y la bajada de los toros. Ahora es difícil no encontrarse con alguna en cualquier rincón de la ciudad y a cualquier hora durante los 10 días de los sampedros.

Ahora se llevan mucho los vermús toreros animados con música. O los conciertos nocturnos incluidos en el programa festero. "Antes por la noche tocaban aquellos a los que se les había ido de madre el día".

Los Chones son ya unos clásicos en las fiestas mayores de Burgos. Desde que se hicieron oír por las calles de la capital han tocado para varias peñas: Los Felices, Aramburu, Poca Pena y Los Gamones. A todas ellas intentan contagiarlas con su filosofía, que no es otra que divertir, divertirse e integrarse con los peñistas.

Samuel tiene unas cuantas anécdotas, pero, como en Las Vegas, lo que pasa en una charanga se queda en la charanga. No les han tirado al pilón en ningún pueblo, entre otras cosas porque se han mimetizado con las cuadrillas, "no me han tirado al pilón, pero sí he ayudado a tirar al pilón a muchos", recuerda el saxofonista arandino.