Entre caminos del agua y veredas jacobeas

J.Á.G.
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Ese mar interior que es el pantano del Ebro y que comparten el Valle de Valdebezana y Arija es, sin duda, otro enclave de singular atractivo junto al del Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón. Ancha y seductora es además toda la comarca

Entre caminos del agua y veredas jacobeas - Foto: Alberto Rodrigo

La proximidad a Cantabria y también la vecindad con el País Vasco, sin duda, marca la personalidad propia del bello y bucólico Valle de Valdebezana, el municipio más norteño y pasiego de la comarca de Merindades. Los montes del Somo y del Escudo y las aguas del embalse del Ebro, que también riega sus tierras, conforman más de 150 kilómetros cuadrados en los que se asientan, dispersos, 27 pueblos a cuál más atractivo, aunque algunos, lamentablemente están condenados al silencio por el azote de la despoblación. Entre verdes pastos -en los que se alimentan caballos y vacas, depresiones y surgencias, desafiantes cañones, sinuosos desfiladeros, escarpadas montañas y tupidos bosques de hayas y robles existen espectaculares enclaves naturales, algunos subterráneos, y paisajes de ensueño surcados por mil caminos, senderos y trochas, algunos creadas por el hombre y otras cinceladas por los elementos.

El salto de las Pisas es uno de esos caminos del agua que surcan la accidentada orografía del Valle de Valdebezana en Villabáscones, a apenas cuatro kilómetros de Soncillo, la capital del municipio. De ahí sale la carretera de San Cibrián que llega a este pequeño núcleo del que parte esta ruta, que forma parte del GR-85. La excursión no solo permite disfrutar de estas cascadas escalonadas, sino de la paz y tranquilidad de un paseo entre hayedos y robledales mientras se recorre un serpenteante sendero de margas y calizas. En tiempo seco no plantea excesivas dificultades, aunque sí cuando el río de La Gándara, que en los secos verano y otoños se conforma con casi un hilo de agua, coge ímpetu y se desboca con las lluvias y los deshielos, complicando los pasos, aunque se compensa con ese agua que cae desde las alturas. Son dificultades asumibles para disfrutar de este entorno paradisiaco, de un bosque vivo, casi encantado en el que la imaginación vuela y, a veces, los caminantes, sobre todo los más pequeños, creen ver entre milenarios árboles duendes y elfos. No es complicado tampoco oír los trinos de aves, casi invisibles, que anidan y se pierden en las copas de los árboles. Los suelos son una auténtica lección de botánica para los amantes de la flora.

La ruta permite un amplio abanico de posibilidades a la hora de diseñar el recorrido y tiempos porque junto a esas tres horas y los 13 kilómetros que se propone para avezados senderistas, hay otra, la más familiar y popular que parte del mismo caserío de Villabáscones. En poco más de hora y media, a buen paso, se llega al pie de la cascada. Si prefieren salir de Soncillo hay una pista de casi cinco kilómetros. Otra opción, en este caso desde la vecina Merindad de Valdeporres, parte de Puentedey y requiere siete kilómetros de marcha. Desde Quintanabaldo a la cascada hay apenas 2,2 kilómetros. Hay que seguir, aunque algunas están borradas, las marcas rojas, blancas y verdes y en la bifurcación según se sale de Villabáscones elijan la senda superior, a la vuelta se puede regresar por la inferior, que llaman ruta corta y va pareja al río de la Gándara, que discurre encajonado en este enclave singular. Unas piedras permiten vadear la pequeña laguna y acceder a la surgencia fluvial que va acompasada con las estaciones, la pluviometría y deshielo, por lo que para verla en todo su esplendor es mejor acudir en invierno, en otoño o en primavera después del deshielo, si es que hay nevadas fuertes, apunta David González y Jesús Chomón, dos caminantes que son asiduos de estas y otras rutas y caminos que surcan el valle, como el desfiladero de las Palancas, una opción más que interesante para seguir disfrutando de espectaculares hitos hidrológicos.

De piedra en piedra. Puestos a seguir esas veredas fluviales de los que presumen y con razón en la comarca de Merindades, nada mejor que trasladarse a Lándraves o a Munilla, unidos por otra de las rutas más singulares en el Valle de Valdebezana, el desfiladero de las Palancas, que forma parte del sendero GR-58 y que conforma un eslabón más de esas rutas de los sentidos. De piedra en piedra, con mucho cuidado, se puede disfrutar de otro enclave natural en el que el agua, la piedra y el bosque suman sus encantos.

Entre altas y verticales paredes discurre esta ruta, utilizada desde la antigüedad por vecinos de distintos pueblos para acotar distancias y llegar antes a fiestas, romerías y mercados. El nombre hace referencia a unas pequeñas presas con troncos de madera que permitían remansar las aguas del río de la Serna y utilizarlas como paso. Aún se sostienen algunos trozos de cementada acera que han resistido el embate de las crecidas pegados a los bordes. La falta de conservación es evidente y sería necesaria además alguna intervención para poner en valor turístico, como se ha hecho con el desfiladero de la Yecla, este recurso sin estropear el entorno natural. En sus aguas aún es posible ver esos cangrejos señal con los que se han repoblado los ríos burgaleses. Mientras tanto, no sin hacer gala de equilibrio y soltura, es posible sortear con ventura este paso. En épocas de fuerte lluvias y de deshielos es, no obstante, impracticable.

Los altos farallones, los abiertos paisajes, los intrincados bosques de hayas, robles, alisos, avellanos y un sinfín de arbustos y plantas, algunas medicinales, acompañan en el paseo que se inicia en Lándraves, a 13 kilómetros de Soncillo. Desde los altozanos de este pequeño pueblo, casi deshabitado, además hay magníficas vistas de la sierra de Munilla y del desfiladero. Esos cincuenta metros iniciales a lo largo de una estrecha grieta calcárea -tres metros separa una pared de otra- se suman a otro tramo -de 300 metros- no tan impresionante de esta ruta en la que bien se echa la mañana. A medio camino, un refrigerio en la zona habilitada y que cuenta con mesas de madera, como en el caso de la cascada de las Pisas. Callejear y pasear por Lándraves y Munilla es obligado, no lo olviden.

Camino Olvidado. Y de rutas jacobeas con historia hay que seguir hablando también en estas tierras norteñas, que también cuentan con la suya propia. El Camino Olvidado, cada día, está siéndolo menos gracias a los grupos de acción local, colectivos jacobeos -entre ellos el de Merindades- y el apoyo de entidades privadas y públicas que colaboran en su señalización y promoción. No es, como explican algunos de los impulsores, un "camino de rosas" ni tiene ese alto número de peregrinos del francés, el aquitano o del de la Vía de Bayona, pero sí se están internando por el cada vez más andarines para descubrir la belleza de un sinfín de pueblos y bucólicos paisajes de Vizcaya, norte de Burgos, la montaña palentina, los valles pasiegos y la comarca leonesa de El Bierzo.

Una de las 21 etapas discurre por el Valle de Valdebezana, que se ha unido a interesante proyecto de recuperación de los históricos caminos de peregrinación en el norte de la provincia. En concreto se trata de la etapa 5, de 2,8 kilómetros, comienza en Santelices, cruzando el río Engaña por un viaducto del antiguo Santander-Mediterráneo, reconvertido en vía verde hasta San Martín de las Ollas. Sale de la Merindad de Valdeporres por Argomedo después de atravesar un curioso puente de piedras. Desde allí continúa por hayedos y robledales, ya con menos pendiente, hasta Soncillo, que le separa 4,6 kilómetros de Virtus. Dos kilómetros más allá Cilleruelo de Bezana da paso a Quintanilla San Román, Mediana de San Román, Herbosa, ya pegada al pantano del Ebro, hasta llegar a San Vicente de Villamezán y concluir en Arija, que perteneció al Valle de Valdebezana, pero hoy es un municipio independiente.

Aunque todos los pueblos tienen enorme atractivo, Herbosa añade uno adicional, sus famosas turberas. A orillas del embalse se desarrolla una de las más singulares y que lleva el nombre de Margarita. Está formada por una gran laguna principal y dos temporales. Explotada para la obtención de la turba, actualmente se está regenerando. La turba, utilizada como carburante y abono orgánico, se la llamó el carbón del pobre. Era utilizada desde tiempos inmemoriales por los vecinos para calentar sus glorias y cocinas. Entre la flora que la 'parasitan' se puede observar especímenes de unas singulares plantas carnívoras. Tampoco faltan pinos centenarios, brezos y otras plantas arbustivas.

Actualmente, tras su restauración está incluida como humedal en la Red Natura 2000 y cuenta con un magnífico observatorio ornitológico desde el que avistar la avifauna que la habita. Además de pájaros, también se pueden observar no pocos jabalíes, corzos e incluso, algún aventurero, ha visto hasta lobos que han bajado del cercano monte de Hijedo. Ocupa una extensión de unas 60 hectáreas, al suroeste de Herbosa, en el camino de Santa Gadea. La actuación en la Margarita sirvió al Aula de Medio Ambiente de Caja Burgos para desarrollar un plan experimental de educación ambiental que ejecutó durante 9 años.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 5 de diciembre de 2020.