María Jesús Jabato

Señales de vida

María Jesús Jabato


Sombreros

04/08/2023

Corre agosto y alertan los dermatólogos de que hay que protegerse del sol, aplicarse cremas fotoprotectoras y utilizar sombrero para evitar el calor en la cabeza, que es malo tener las neuronas al hervor, y esto lo sabían muy bien antiguamente, cuando el verano se poblaba de sombreros de paja y gorras de seda, y el invierno de sombreros, boinas y gorras de fieltro, que también el frío es malo para la azotea. Tan extendido estaba el uso del sombrero que se diría que formaba parte de la persona; ¡Ay qué trabajo me cuesta/ quererte como te quiero!/ Por tu amor me duele el aire,/ el corazón/ y el sombrero, escribió García Lorca.

En Burgos se denominó Sombrerería a la calle en la que se concentraban los comerciantes del sector, entre los que destacaba Julio Saiz, sombrerero burgalés afincado en Madrid, cuya fábrica de sombreros de paja era famosa en toda España. En 1915 este industrial abrió  en el número cuatro de la citada calle un establecimiento, Casa Saiz, en cuya instalación, según la prensa de la época, no reparó en gastos; dos estanterías al estilo americano, modernos mostradores y dos amplios escaparates, el de la derecha, destinado a la exposición de sombreros de caballero, de todo tipo, incluso de sacerdote y birretes de togado, y el de la izquierda, a los de señora y niños de ambos sexos, de piqué y tusor, bateleras y sombreros de paja y tagal, verdaderas preciosidades según el redactor de la crónica de la inauguración del local. El éxito acompañó a la sombrerería, que poco después de abrir sus puertas en Burgos anunciaba la venta de millares de sombreros de paja desde tres pesetas, y, con el verano en puertas, se dirigía a los cazadores ofreciéndoles, salacots y sombreros de dril con o sin cogotera, para evitar el calor, y, al público en general, todo tipo de gorras, incluso de seda negra, que se agotaban rápidamente obligando a su reposición.

Julio Saiz murió tempranamente y le sustituyó su hijo, Julio Saiz Tallón, que veraneaba en Burgos y paseaba por el Espolón cubierto por uno de sus famosos sombreros de paja. Lo sabemos porque los plumillas, siempre en la calle, daban cuenta de quién entraba en la ciudad y quién salía de ella, pero esta es historia que no cabe en esta columna, una historia de trajes de lino, trenes y sombreros.
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