Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Basura

15/01/2024

Lo dejó escrito don Thomas de Quincey, uno de los moralistas más originales de la Inglaterra victoriana: Si uno comienza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Algo similar parece haber concluido el gobierno de nuestro robusto poema tallado en granito: alguna cabeza esclarecida habrá pensado sin duda que de vender droga o participar en una pelea con armas blancas se pasa sin esfuerzo a montar un botellón en las faldas del castillo o a saltarse los semáforos en ámbar, y en ese punto uno se deja llevar y termina por abandonar las bolsas de basura en la santa calle. Así que, expuestos al último extremo de gravedad de dicha deriva, se ha ordenado a la Policía Local que, en cumplimiento de su función tutelar dentro del organismo social, monte un dispositivo especial que no quite el ojo de encima a un contenedor instalado en la plaza de Alonso Martínez que amanece cada día rodeado de embalajes de cartón y otras inmundicias y haga caer todo el peso de la ley sobre los inciviles vecinos que se ciscan de tan ignominioso modo en la ordenanza municipal de gestión de residuos. 

Tras unos días de vigilancia infructuosa, se ha decidido que los agentes patrullen de paisano (se desconoce al cierre de esta edición si los hay apostados en los tejados del Palacio de Capitanía o del Edificio Monasterio, o acaso ocultos en las entrañas de nuestra red de alcantarillado), expediente que al parecer ha acabado por mosquear a los pobres policías, que se malician que alguien los está obligando a hacer el ridículo. La publicidad que ha recibido el tal despliegue hace improbable que alguien sea sorprendido in fraganti depositando la basura fuera de sitio, pero, llegados a este punto, uno se cuidaría muy mucho de dejar caer un chicle al suelo cerca de ese caballero que parece estar comprando un cupón, o salir con un cafelito a la puerta del bar al paso de dos señoras de aspecto inocente que se dirigen a la tienda de encurtidos, no vaya a ser que se trate de inspectores de incógnito y hayamos de darnos presos por una bagatela.