El cultivo del viñedo en el territorio de la DO Ribera del Duero está cada vez en menos manos. En la última década, los registros del Consejo Regulador arrojan un saldo negativo de viticultores, con una pérdida de un millar de titulares de viñedo. Una época de recesión en lo que al cuidado de la viña se refiere que ha pasado de los 8.413 que había en 2013 a los 7.419 del último censo, un 12% menos en sólo diez años.
Estas cifras a la baja contrastan con la tendencia al alza de la superficie plantada de cepas. El incremento de viñedo lleva una curva ascendente desde la década de los años 80 del siglo pasado, cuando se creó la DO Ribera del Duero, y no ha parado hasta la actualidad. Sin embargo, el número de hectáreas plantadas según los años se ha ralentizado sobremanera, tanto que desde 2021 al año actual se ha plantado menos de una cuarta parte que en la década anterior.
Lo que dan a entender estos dos parámetros puestos en contexto es que hay menos viticultores para atender un mayor número de hectáreas de viñas. La media actual sería de algo más de tres hectáreas y media por viticultor, cuando hace diez años era de algo más de dos hectáreas por cada agricultor registrado en la DO. Una de las circunstancias que explican esta tendencia es la compra por parte de grandes bodegas de más viñedo para elaborar con sus propias uvas. «El desembarco de los grupos bodegueros, de Rioja y de otras partes, está acaparando el viñedo que hay a la venta, así que, si te quieres hacer con algo, o lo pagas a precio de oro o se lo quedan ellos», explica un joven agricultor arandino.
Las organizaciones agrarias llevan tiempo advirtiendo de esta situación y pidiendo que se congele el incremento de la superficie autorizada de la DO, para comprobar la evolución del mercado y protegiendo así el precio de la materia prima que recibe el agricultor a título principal. «Las bodegas están buscando tener más producción y, además, pagan menos por la uva; así que lo único que nos queda es bajar los niveles de calidad para ajustar lo que ganamos a los costes», denuncia un viticultor veterano, alertando de que «eso va en contra de nuestro sello de identidad, no me extraña que los jóvenes no quieran coger el testigo».
Porque ese es el otro problema de la pérdida de gestores de viñedos. «Entre los jóvenes, es raro encontrarse con alguien que no tenga un antecedente familiar; te puedes dedicar al viñedo si lo has mamado y apuestas por mantenerlo, pero cada vez más las nuevas generaciones se van a estudiar fuera y pocos vuelven para seguir con las viñas», confirma Eduardo Izquierdo una tendencia que se viene repitiendo cada vez con más frecuencia.
Más allá de lo duro que es el trabajo en el campo, los viticultores reconocen que el incremento de la burocracia lastra sobremanera los nuevos proyectos de incorporación de jóvenes. A ello se suma que ahora el cultivo de la vid requiere de una formación muy específica y de una inversión importante en mano de obra para atenderla casi todo el año, lo que complica aún más la apuesta por este sector para aquellos que no tengan una base familiar en la que apoyarse.