Memoria de un crimen casi perfecto

RODRIGO PÉREZ BARREDO / Burgos
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Se cumplen 75 años del asesinato de Dominga del Pino, degollada por su novio, José García, en el paraje conocido como 'La Canal'. Días más tarde, su autor y la querida de éste, Francisca, fueron detenidos. La historia inspiró la película 'Amantes'

El criminal emuló durante la reconstrucción del crimen cómo degolló a la que fue su novia. - Foto: FEDE

Había comenzado a caer una fina llovizna. Sentados sobre la yerba, entre trigales que ya apuntaban a lo alto, José se sacó la gabardina y gentilmente cubrió también con ésta el cuerpo de Dominga, su prometida. Guarecidos bajo la prenda, en lo que parecía un abrazo de enamorados, brilló en un instante la navaja barbera que él sostenía en una de sus manos. Pero cuando ella alcanzó a ver su acerado destello, la afilada hoja había rebanado su cuello y la vida se le estaba escapando a borbotones. Muy cerca de la fábrica de luz El Porvenir y del cuartel de Artillería, en el paraje conocido como La Canal, quedó yerto el cuerpo de la muchacha. Su asesino, después de ejecutar el plan preconcebido, regresó sobre sus pasos para encontrarse con su amante y huir de la ciudad. En el lugar del crimen, el arma homicida, restos de la merienda que la pareja había compartido, las hojas de periódico que la envolvían y un pequeño papel manuscrito en el que podía leerse un nombre: Dominga del Pino Rodríguez

A primera hora del día siguiente, el labrador Sebastián Abajo Sainz encontró el cadáver de la mujer y dio rápido aviso a la Policía. Nada encontraron los agentes que ayudara a identificar a la mujer, que tenía el pelo castaño e iba vestida con blusa azul celeste, chaqueta azul oscuro, falda gris, medias de seda y zapatos negros de ante. No había entre sus ropas ninguna documentación. Aquella joven que había sido degollada constituía un verdadero misterio: nadie había denunciado desaparición alguna, y en las horas siguientes al hallazgo, cuando ya toda la ciudad estaba al tanto del luctuoso suceso, no hubo persona que la reclamara ni fuera capaz de reconocerla o identificarla, y a fe que cuando su cadáver fue expuesto en la morgue aquello fue un ir y venir de curiosos y morbosos. Se llegó a producir, incluso, algún equívoco, como el de varias empleadas de la fábrica de Fibras Textiles, que creyeron reconocer en la difunta a una compañera que se había despedido de la factoría poco antes de descubrirse el crimen; cuando los policías se personaron en el domicilio de esa mujer, de nombre Teresa Hontoria, fue ella misma quien les abrió la puerta...

El suceso, del que se cumplen ahora 75 años, conmovió a la sociedad burgalesa, y tuvo repercusión nacional: periódicos de la época se hicieron eco de un crimen que a punto estuvo de ser perfecto. Un asesinato que se había urdido muy lejos de Burgos, en el barrio madrileño de Tetuán, donde residían los tres protagonistas de una historia que, décadas después, inspiraría una de las más afamadas películas españolas: Amantes, dirigida por Vicente Aranda.

José García San Juan, de 24 años, había conocido a Dominga del Pino, de 30, cuando ambos trabajaban -él como ordenanza, ella como cocinera- para un comandante del ejército. Él, segoviano; ella, toledana, habían formalizado un noviazgo estable, pero José había iniciado una arrebatada y tormentosa relación con una vecina del edificio en el que tenía alquilada la habitación en la que vivía. La mujer, Francisca Sánchez Morales y conocida como 'La molinera', era una viuda mayor que él: tenía 45 años y un modo de vida en los márgenes de la ley: se desempeñaba como timadora profesional y ya había tenido problemas con la justicia. Como confesaría José ante la justicia tras su detención, el influjo que ésta ejercía sobre él era incontrolable, cual si dominara su ser, como si se tratara de una marioneta en sus manos.

Sea como fuere, semanas antes del 16 de mayo de 1948, día en el que se cometió el crimen, José y Francisca, que ya vivían amancebados, trazaron con meticulosidad el plan. El objetivo era quitarse de en medio a Dominga, que constituía un obstáculo en su relación amorosa, y de paso obtener un buen pellizco económico: José había sabido de boca de su ingenua novia que ésta tenía unos buenos ahorros, en torno a 19.000 pesetas. Comoquiera que entre sus proyectos, creía la buena de Dominga, estaba el de casarse y emprender un negocio propio, la joven le hizo partícipe a su novio de ese patrimonio, que les vendría de perlas para iniciar una vida en común. Al parecer, llegaron incluso a visitar a la familia de ella en el pueblo toledano de Santa Olalla para comunicar tan buenas nuevas.

Francisca y José acordaron que éste debía convencer a Dominga de que necesitaba parte de ese dinero para sacar adelante un negocio que le había surgido en Burgos y que podía convertirse, en adelante, en su modo de vida. No fue casual la elección de la ciudad castellana: él había trabajado allí como sirviente y era un lugar en que nadie conocía a Dominga. Y así fue como la pareja de tortolitos llegó a Burgos en la mitad de mayo, tras una fugaz visita a Segovia. Se alojaron en la pensión 'El Riojano', ubicada en la plaza de Vega. En la mañana del día siguiente llegó Francisca, que insufló de arrestos a su amante ante las dudas de última hora que le entraron a éste, que por momentos flaqueó, reconociéndose incapaz de matar a sangre fría: Debió mostrarse de lo más convincente, porque el hombre ejecutó el plan esa misma tarde. La 'orden' de Francisca, tal y como recoge el sumario, fue escueta y directa: «La sacas al campo, la cortas el pescuezo y ya está». No contaron Francisca y José con la pericia policial, si bien él había dejado la escena del crimen con numerosos cabos sueltos: la mitad de una hoja de papel cebolla escrita a máquina que hacía referencia a un cursillo de formación de conductores de la sexta Región Militar, hojas de los periódicos del Ya de Madrid y El Adelantado de Segovia, el arma homicida y el trozo de papel escrito a mano en el que rezaba Dominga del Pino Rodríguez. 

En el transcurso de la investigación, el camarero de la casa de comidas 'David', ubicada en la plaza de Vega, arrojó cierta luz: recordó haberle envuelto en papel de periódico un buen currusco de pan a la joven que yacía en la morgue; y que, cuando lo hizo, no se hallaba sola, sino acompañada por un joven de frente cetrina y bigotillo. Mientras, por otro lado, fueron entregadas en Comisaría por el propietario de la pensión 'El Riojano' cuatro hojas de viajeros, dos de entrada fechadas a 16 de mayo, y dos de salida, fechadas a 17 de mayo: ambas correspondían a José García San Juan y a Dominga del Pino Rodríguez. Desde la central policial de Burgos se cursó un telegrama con la descripción de José a todas las comisarías de España, rogando colaboración para su identificación y detención.

Tres días después, tras la autopsia, Dominga fue enterrada en el cementerio de Burgos. Su inhumación sin haber sido siquiera identificada parecía cerrar en falso el suceso. Pero el día 20 hubo noticia: José había sido identificado y detenido en Valladolid, en compañía de Francisca. Cuando se produjeron los hechos, la pareja estaba en posesión de un baúl, un cuadro metido en un saco de tela y seis maletas, en una de las cuales fueron encontradas 19.000 pesetas. Desde el principio, él se mostró abatido, se derrumbó y confesó. Ella, sin embargo, se mantuvo altiva y desafiante. Fueron los dos obligados a reconstruir el asesinato punto por punto. E incluso a escenificarlo, desempeñando Francisca el papel de Dominga con la cámara del gran Federico Vélez como testigo y fedatario de excepción. En el juicio que se siguió fueron condenados a pena de muerte, que después fue conmutada por 30 años de prisión. Francisca murió al poco de recobrar la libertad. José rehizo su vida. No volvieron a verse. Muchos años después, la investigadora María Castañón descubrió que la tumba de Dominga del Pino sigue estando en el cementerio de San José, en el patio de San Fidel. No hay lápida ni panteón. No hay cruz ni inscripción alguna. Sólo tierra y olvido.