Joyas medievales de Oña rescatadas de las sombras

S.F.L. / Briviesca
-

El Testamento del conde Gundesindo, la Biblia del año 934 o el documento fundacional del Monasterio San Salvador son algunos de los textos que desaparecieron del cenobio en 1835 por la Desamortización y ahora están bajo custodia

Joyas medievales de Oña rescatadas de las sombras - Foto: ALBERTO RODRIGO.

La Ilustración y la crisis del Antiguo Régimen supusieron el inicio de una serie de procesos desamortizadores en España que afectaron a la Iglesia y, tanto órdenes religiosas como templos, se vieron privados de bienes que habían acumulado durante siglos. El resultado de la famosa ley de Desamortización de Mendizábal tuvo unas consecuencias funestas para el arte, la cultura y hasta para la misma economía. Esta fue una de las principales causas de la multitud de destrucciones y del abandono del Monasterio San Salvador de Oña en 1835 por parte de la comunidad benedictina. Ello desembocó además en que la grandiosa biblioteca medieval quedara totalmente expoliada y sus libros y documentos, de los que muchos no aparecieron, partieran un viaje alrededor del mundo.

El Testamento del conde Gundesindo -fechado en el siglo XI pero se trata de una copia de tres documentos del siglo IX- fue uno de esos escritos que terminó bajo la custodia de Nicolai Petrovich Lijachiev, un coleccionista ruso que lo adquirió a principios del siglo XX. A día de hoy, la pieza original descansa junto a otros 400 más de procedencia española en el Archivo del Instituto de Historia de San Petersburgo, pero gracias al esfuerzo de los investigadores Máximo Gutiérrez e Iván Gastañaga, lo que parecía imposible hace décadas, ahora es una realidad: Rusia ha donado a Cantabria una copia digitalizada en tres dimensiones que desde el 17 de mayo permanece en su Archivo Histórico.

Con letra visigótica, se menciona a varias villas cántabras como Liérganes, Penagos o Piélago, de una dote que realizó el conde Gundesindo al Monasterio de Fístoles, además de aportar datos sobre la historia de Cantabria y Burgos. Hasta 1982 resultó imposible acceder a él pero todo cambió cuando el catedrático de Historia Medieval, Emilio Saiz, lo localizó aunque sin éxito de obtener una copia. En 1988 falleció y su hijo Carlos editó un libro con la información recopilada por el investigador. Ahora, con la copia disponible, cualquier ciudadano interesado en consultarlo, «está libre de ello», declara Francisco García, director del Archivo Histórico Provincial de Cantabria.

Otra de esas joyas de valor incalculable que desapareció de Oña en 1835 fue la Biblia del año 943. A diferencia de otras tuvo la suerte de caer en buenas manos y actualmente doce de sus páginas las conserva la Hermandad de Sacerdotes Operario Diocesano, que tras una reciente intervención por el prestigioso centro de Restauración de la Biblioteca Apostólica de la Ciudad del Vaticano, se encuentra en un estado impecable. La hoja número trece descansa en el Monasterio de Silos. 

La Sagrada Escritura ha sobrevivido a numerosos avatares a lo largo de la historia. Diásporas, disputas medievales, guerras, desamortizaciones e incluso a las ascuas y parrillas de la mujer de cierto escribano del partido de Villarcayo en la localidad de Pereda, que la llegó a utilizar para asar chorizos. En la documentación que se conserva se dice que Bonifacio Cárcamo, párroco de la localidad, empleaba estas mismas hojas de la Biblia para encuadernar libros que regalaba a sus amigos. Este testimonio lo recoge el propio Vicente Pereda, operario diocesano y natural de la localidad de Hornillalatorre, quién recibió en el verano de 1904 un tomo como obsequio envuelto en las sublimes páginas. «Gracias a Pereda, que no solo rescató el fragmento sino que espontáneamente dio facilidades para que los hombres de estudios pudieran utilizarlo, hoy en día podemos admirarla y alegrarnos de este vestigio del pasado glorioso de Castilla», declara Cecilio Adrián Haro, delegado adjunto de Patrimonio.

Esta famosa pieza castellana vio la luz por primera vez en el «desaparecido Monasterio de San Pedro y Santo Tomás de Valeránica», añade el religioso. El gran medievalista Fray Justo Pérez de Urbel lo situaba en época mozárabe, allá por el año 925, aunque dejó de existir como centro de elaboración de códices y documentos alrededor del año mil como consecuencia del temible militar andalusí Almanzor. Durante casi los cien años de la vida del propio cenobio desarrolló su actividad como copista de códices y escritor de documentos el que ha sido considerado el más grande calígrafo español, el monje Florencia de Valeránica. «Muchos de los lectores se preguntarán que contiene su texto. Sencillamente el final del Evangelio de San Lucas desde el capítulo 22 versículo 67 y todo el Evangelio de San Juan; terminado el cual, se lee lo siguiente en el último folio, al final de la penúltima columna: Incipit Premium Sancti Peregrini Episcopi», aclara Haro.

Un documento de tal importancia nunca pasó desapercibido entre los entendidos, y en su primera estancia en la Ciudad Eterna en 1908 se interesó por su investigación el abad benedictino Adeodato Gasquet, que lo estudió durante seis años. Ya en 1926, Vicente Pereda se lo mostró al benedictino silense fray Germán Prado, que por esa época era el maestro de coro del Monasterio de Santo Domingo de Silos. Fue a partir de 1932 donde los propios monjes publicaron un opúsculo con su descripción y con fotocopia de algunos folios. 

Documento fundacional. Cecilio Adrián Haro recuerda lo que muchos ya saben. «Tan solo se ha salvado una mínima parte de la importantísima biblioteca de la abadía oniense». Los antiguos escritos que perdieron su lugar por las sucesivas desamortizaciones «acabaron siendo propiedad de comerciantes, sobre todo de Europa», aclara el religioso. Si hay un documento destacable que durante siglos nadie conocía su ubicación ese es el fundacional original del Monasterio de Oña del año 1011, que en la actualidad se ubica en el Archivo Diocesario de Burgos. El conde Sacho García, fundador de la abadía en el 1011, «ordenó realizar siete copias del original, una para cada noble, con la idea de refrendar que la propiedad se la había entregado a su hija Trigidia», explica.

El hallazgo del diploma en una nevada tarde invernal de 1978 en Villaescusa la Solana constituyó una noticia paleográfica importante al tratarse de un documento condal castellano de comienzos del siglo XI. Pero las esperanzas se vieron colmadas con la llegada al Archivo Diocesano en años posteriores de dos nuevas copias halladas en la provincia burgalesa; una en la sacristía de la iglesia de Villaescusa de Tobalina, y otra en Padilla de Abajo. 

Matías Vicario, archivero diocesano, encontró este escrito y tres más que aparecieron -copias literales- forraban un libro de bautismo. En el momento en el que se dispersó la biblioteca del Monasterio San Salvador como consecuencia de la Desamortización todos los documentos se perdieron, salieron del inmueble sin control, y algunos llegaron a los pueblos. 

Como curiosidad sobre el cenobio oniense, «gran parte de la documentación se escondió en una chimenea y colocaron un armario por delante para que nadie los encontrara. Uno de los enviados por el Gobierno para investigar el depósito de los bienes confiscados al Monasterio se topó con el lugar tras un chivatazo y encontró parte del archivo de la biblioteca junto a un hoja donde se leía papel para hacer panderetas», comenta Haro, los cuales se pueden consultar hoy en el Archivo Histórico Nacional.