Albert Martínez López-Amor

Mar y Montaña

Albert Martínez López-Amor


Emigrantes rumberos

23/05/2024

«Con una copa de vino y una guitarra en la mano, nosotros los españoles qué pronto nos alegramos». Hay que decirlo cantando y palmeando a doble compás, y ya tendríamos en el saco una de las rumbas que más éxito cosechaba en las noches de Bruselas a finales de los años 70. En aquella época, el barrio de Saint Gilles de la capital de Europa era un hervidero de tabernas y restaurantes españoles. Se calcula que había más de 250 establecimientos. Y hasta 10 tablaos flamencos animaban los sábados de la bulliciosa Rue Haute.

Luego llegaba el lunes y, antes de que amaneciera, miles de asturianos, andaluces, castellanos y gallegos se encaminaban a las fábricas, deprimidos bajo el cielo gris de Bélgica. Les esperaba una semana de duro trabajo y sólo les consolaba el recuerdo de la juerga. Tomar unos vinos con los paisanos era la vía de escape para paliar la pena del emigrante, ese síndrome de desamparo que siente todo aquel que se ve abocado a ir a ganarse la vida lejos de su origen.

Entre los hispano-belgas, la socialización tenía banda sonora propia. En los arrabales bruselenses surgieron decenas de intérpretes de copla y flamenco, con nombres como Carmen la Malagueñita, Dúo Brisas, Los Chiringos de Andalucía, Los Bardos de España, Los Caballeros, Tony el Francés, Los Chorvos o Diego Talismán, autor y cantante de la rumba que abre estas líneas. Éste último era natural de Peñarroya-Pueblonuevo, un pueblo de Córdoba del que procedían miles de personas instaladas en el municipio de Vilvoorde, en el extrarradio de Bruselas.

Todos estos datos los recopila el maestro salmantino Miguel Menéndez en su trabajo documental y discográfico Rumba hispano belga. Sonidos de la emigración española en Bélgica (1960-1989). Cuenta Miguel, él mismo inmigrante contemporáneo en ese país, que un día sorprendió a una señora tirando al contenedor un disco de vinilo de llamativa portada. Al preguntarle sobre el desecho en cuestión, Miguel halló sin querer el cabo de una exuberante madeja llena de historias y sonidos. Y antes de que se perdieran en el olvido, decidió recuperar el rastro de aquellos tiempos y aquellas voces. Su recopilación es todo un monumento a la memoria de una época no tan lejana. De cuando fuimos inmigrantes y las fiestas, los vinos, las rumbas y las recetas que viajaron con nosotros actuaron de alivio para mitigar la nostalgia.