Una noche para pintar

I.L.H.
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Los seis artistas del retablo 'La tortuga de Gauguin' se interrogaron sobre el arte efímero y la necesidad de colorear el mundo. Entre las 146 actividades programadas ayer hubo cuadros líricos, expresionistas y abstractos

El primer número de ‘La tortuga de Gauguin’ consistió en la creación de los seis autorretratos de los artistas que pintaban detrás de los lienzos transparentes. - Foto: Alberto Rodrigo

Si hubiera que elegir un color para definir la jornada de ayer habría cientos por los que decantarse. Estaba el verde de los árboles de la ribera del río Arlanzón, meciéndose con la intervención lumínica de Javier Riera. Los colores de las flores de los franceses Aerosculpture hipnotizando con el movimiento circular. El arco iris cromático del público en la calle. Olos tonos líricos de los conciertos y bailes que sonaron por la mayoría de plazas y museos. El cuadro de la Noche Blanca fue impresionista al hablar de multitudes (más dispersas que en otras ocasiones) y expresionista sobre su valoración. Pero como mínimo la noche (y el día, que la jornada empezó a las 16:30 horas) se dejó pintar de bullicio, arte en la calle, propuestas compartidas y animación.

Entre los cuadros de la jornada destacó el que se pintó en el paseo de Atapuerca sobre una estructura de nueve metros de altura. Un retablo conformado por seis lienzos transparentes fueron cambiando de color conforme los artistas de la compañía Luc Amorós daban forma a La tortuga de Gauguin, el espectáculo estrella de la programación organizada por la Gerencia Municipal de Cultura.

Desde esos balcones hechos para pintar dieron vida a sus propios autorretratos, crearon entre los seis el rostro de Fayum con la siguiente reflexión: «hay miradas pintadas que duran mucho más que un selfie; conozco algunas con veinte siglos» y se preguntaron sobre la influencia, la inspiración o la dominación en el arte. 

Entre la performance y el arte visual, La tortuga de Gauguin montó un andamio desde el que criticar la comercialización del arte y desde el que gritar la necesidad de pintar el mundo de imágenes, de impresiones y de nuestros propios sueños. ¿Por qué pintas? se preguntaban al final. Y como con la elección del color de la noche, cada cual podría optar aquí por una respuesta acorde a su forma de ver la vida.

Con una coordinación que daba envidia, un juego de luces y transparencias que potenciaba las creaciones y un gran lienzo colectivo, los franceses contaron la anécdota que da nombre al espectáculo: una tortuga sobre cuyo caparazón pintó Gauguin, y la idea de que gracias a su longevidad, una obra del pintor sigue surcando los fondos marinos librándose a su vez de la especulación.

Además del espectáculo de los franceses, que congregó a numerosos público pero sin llegar a abarrotarse la zona, la Noche Blanca proponía otras 145 actividades para las que en algunos casos había que reservar espacio o hacer cola (Capitanía, por ejemplo, volvió a triunfar) y en otros podías encontrarte la función durante el paseo(el centro juvenil SAFAaprovechó para hacer una pequeña demostración del musical Anastasia, que representante estos días). 

Esa es, al fin y al cabo, la idea de la Noche Blanca: que coincidan espectáculos de diversos formatos y estilos y que, si la temperatura no te lo impide, puedas disfrutar de unos cuantos acudiendo con horario establecido o encontrándotelos en el paseo.