Tras las huellas del silencio

FERNANDO TRESPADERNE
-

El proyecto turístico y cultural Monasterio de Lerma arranca con visitas guiadas a esta 'fortaleza' que habitaron durante 400 años las carmelitas descalzas y que aún conserva todas las esencias de la austeridad y clausura

Intramuros la vida en clausura se ve y se vive de otro modo, como se puede comprobar en la visita guiada por este monasterio de Lerma. - Foto: Jesús J. Matías

Las puertas del Monasterio de la Madre de Dios de la villa ducal abren sus puertas para seguir las huellas que a lo largo de 400 años dejaron sus moradoras, las carmelitas descalzas, y conocer la vida en clausura, una experiencia que en pocos lugares se puede vivir como en este convento que conserva la esencia y la austeridad de un modo de vida desconocido fuera de sus muros, aún para los propios lermeños, que se acercan con mucha ilusión y curiosidad a conocer todo lo que esconden los altos muros de esta fortaleza religiosa llena de misterios e historias por contar.

Muchas de esas historias, transmitidas por las últimas religiosas que habitaron este convento hasta hace siete años, salpican la amena visita que dirige el guía Gustavo Peña por unas estancias que permanecen intactas, ya que si algo han pretendido los propietarios de esta 'pequeña ciudad' religiosa es tocar lo mínimo posible el lugar para que conserve su carácter y transmita con solo entrar en él las huellas y reglas de la vida en clausura que durante siglos han seguido las religiosas que han morado aquí. 

Desde que se accede al recinto, a través de la capilla, a la que en un futuro se podrá entrar gratuitamente, ya se respira un ambiente de austeridad, no solo por el estilo arquitectónico que impera en este complejo conventual construido, al igual que los otros cinco monasterios que hay en la villa, por el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III, que pretendió que en la villa estuvieran representadas todas las órdenes religiosas, recuerda el guía de este viaje al pasado, un gran conocedor de la historia lermeña.

Traspasar los altos muros que bordean a este recinto, son los más altos de todo el Carmelo mundial con una media de casi nueve metros de altura, alcanzando incluso los trece en algún punto, es entrar en el reino del silencio del que pretende ser uno de los primeros centro de interpretación de la vida en clausura, un mundo por descubrir ya que no se puede entrar a ninguno de los todavía habitados. 

Los lermeños, los primeros visitantes, han vivido imaginándose cómo podría ser la vida intramuros en un recinto que ocupa 13.000 metros cuadrados, con edificaciones sobre 3.000 de ellos, y una superficie construida de casi 7.000 en tres plantas y numerosas estancias, además de una huerta de 10.000 metros que se está acondicionando como jardín y que se alquilará para celebrar eventos de todo tipo.

 Salvo esta zona de la huerta, en la que se trabaja intensamente para que esté lista antes del verano, el resto de inmuebles y dependencias se recorren en una visita guiada de hora y media de duración. Un recorrido salpicado de vestigios y curiosidades de la vida de las monjas, ya que su espíritu sigue estando presente en muchos lugares del convento y en los objetos que los visitantes miran y tocan con la curiosidad de alguien que está descubriendo un mundo desconocido, a pesar de que le han tenido ahí, al lado, toda su vida.

Tocar las campanas, ver el otro lado del torno (el de la clausura), tocar la tela con la que confeccionaban los vestidos, abrir el cajetín en el que bajo llave guardaban el teléfono que las mantenía en contacto con el mundo exterior o ver las dos 'urnas' para votar, que se asemejan a dos manzanas. «La última votación que hicieron con estas urnas, utilizando alubias blancas y rojas, fue para decidir si continuaban o se marchaban de Lerma, como finalmente hicieron, a Villanueva de la Jara (Cuenca)», recuerda Peña. Estas son algunas de las experiencias que se agradecen a lo largo de una visita en la que el frío, a pesar de la agradable temperatura exterior, es también protagonista en un edificio sin calefacción y sin electricidad en muchas de las estancias y que está salpicado en las paredes de los pasillos y claustros de frases que invitan a detenerse y reflexionar.

Un máximo de 25 celdas. Una de las dependencias que más curiosidad despiertan en el visitante son las austeras celdas que ocupaban las religiosas y que en los conventos de las carmelitas descalzas no podían superar las veinticinco. «De esas 25 celdas, 21 estaban ocupadas por monjas y las otras 4, que estaban separadas del resto y tenían otros acceso a la capilla, por novicias», afirma Peña mientras los visitantes entran en una de ellas. 

Las camas con jergones de paja y la austeridad sorprende al grupo de lermeños que por primera vez en su vida, a pesar de que la mayor parte de ellos ha crecido escuchando el tañir de las campañas de este convento, han traspasado sus infranqueables muros y entrado más allá del torno y de la capilla. Tocar el jergón o la manta, de la misma tela que los hábitos, proporciona una sensación difícil de describir, pero que transporte a otra época. 

No solo las celdas, todo sigue tal cual lo dejaron las religiosas, el mismo mobiliario, en gran parte donado por los lermeños, cómodas y armarios, «que no tienen espejo porque no hay ninguno en todo el monasterio, no estaban permitidos y se retiraban de las puertas de los muebles», asevera Peña, mientras conduce al grupo tocando un instrumento de madera, «el mismo que utilizaban para despertar a las monjas y que se lo llevaron porque no sabían a qué se destinaría el monasterio, ahora nos lo han dado porque consideran que estamos haciendo las cosas bien», asegura.

 Otro lugar para tomar contacto con la vida monacal es el coro alto, «ahí está la urna que contenía el cuerpo incorrupto, momificado de una hermana, y que la escondieron cuando abandonaron el convento en 1814 al ser ocupado por las tropas francesas», manifiesta Peña, que se adelanta a contestar a los muchos interrogantes que suscita cada rincón o estancia.

Una de las dependencias que sorprende, por sus dimensiones, es la cocina de leña, que ha sido reformada siguiendo la estructura original. Esta cocina incluso cuenta con su propio un pozo de agua, hay ocho en todo el recinto, y está llamada a ser uno de los ejes sobre los que pilotarán algunos de los proyectos en los que trabajan los propietarios, como por ejemplo la organización de cursos de cocina tradicional. Un extraordinario moral de 400 años preside la entrada a un singular palomar para terminar el recorrido en un pequeño cementerio, donde el visitante regresa del silencio al mundo real.