Briviesca se queda sin tabernas

S.F.L.
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La mítica tasca Quintana cierra las puertas por jubilación tras permanecer al servicio de los clientes durante más de un siglo. La reciente clausura de Pelokaki deja a la ciudad huérfana de los dos últimos locales con esencia de bodeguilla

Pili ha trabajado durante 38 años en el local que inauguró el tío abuelo de su marido Manolo hace más de un siglo. - Foto: S.F.L.

En Briviesca hay gustos para todo y la taberna Quintana recopilaba prácticamente todos. «Tenían los mejores vinagrillos de la ciudad», declara Juan Carlos refiriéndose a las gildas y los pepinillos que entre Manolo y Pili, los propietarios, preparaban a diario excepto los domingos, que tocaba descansar. «¡Hemos vivido unas veladas inolvidables!», revela Elena al hacer memoria de los recuerdos que guarda de las fiestas que se montaban en el local. Pero sin duda, lo que más presente mantienen los vecinos de mayor edad son las merendolas que se pegaban antes de la reforma. 

Atrás quedaron los platos de conejo y liebre que la abuela Visi cocinaba con todo su cariño. También los pellejos de vino. Las cosas no perduran eternamente. Los negocios tampoco. Y la necesidad de descansar cada vez se hacía más evidente en el matrimonio, que muy a pesar de la clientela, han clausurado las puertas después de 38 años al frente de la nave. 

Manolo sirvió los «primeros cacharros» con 15 años, y no tuvo la manera de librar una Navidad, Semana Santa o las fiestas patronales de Nuestra Señora y San Roque. Por entonces compaginaba sus estudios con la barra para ayudar a su madre a sacar adelante el negocio. Sus hermanas Elisa y Mariví también metieron infinidad de horas, pero «terminaron por buscarse otras cosa. Yo me quería quedar aquí y propuse a mi madre regentar la taberna con la que ahora es mi mujer», relata el dueño. Las casi cuatro décadas de trabajo constante y la necesidad de disfrutar de una nueva etapa, han llevado a que el burebano obtenga la jubilación antes de tiempo. Confiesa -con la boca pequeña- que no siente «pena por el cierre» y reconoce que buscando en los álbumes familiares fotografías antiguas no ha podido remediar reír a carcajada al rememorar momentos que no puede desvelar porque «lo que ha pasado en el bar, se queda en el bar». 

El establecimiento lo fundó un hermano de su abuelo Serapio, que tras el fallecimiento de este dejó la taberna que regentaba en Santa Olalla de Bureba para encargarse de la briviescana hace más de cien años. «No recuerdo la fecha exacta de la inauguración, desconozco si fue a finales del siglo XIX o a principios del XX, pero todo aquel que ha pasado por aquí ha comprobado como la esencia de taberna pervivía entre los muros de piedra y el mostrador de madera », manifiesta con orgullo. Los principios de su era fueron «buenísimos» y la actividad se mantuvo así hasta hace «unos 20 años». Pero los hábitos de las personas han cambiado. «Antaño, alternaban cuadrillas de diez o doce personas, incluso más. Hacían a diario su ronda y siempre había gente a quien servir una copa. Eso, desgraciadamente, desapareció hace tiempo», asevera.

A partir de ya, los clientes fijos podrán pasar tiempo con la pareja en la calle, en su casa o en otros locales. Asimismo, los jugadores de la Lotería, Euromillón y diferentes quinielas deberán acercarse hasta el estanco. «He vivido situaciones divertidas, horrorosas y emocionantes entre estas cuatro paredes. Pero toca cambiar de aires, disfrutar de mi familia y de mi ciudad. También de viajar. Nunca olvidaré todo lo que esta taberna me ha dado», sentencia con cierta sensibilidad.

Otra despedida. Los años pasan y lamentablemente la ciudad despide a dos de los puntos de reunión más míticos. La taberna Pelokaki, ubicada en la Plaza Santa María, la regentó el matrimonio formado por Alfredo y María Luisa desde mediados de los años 80 hasta hace semanas. El local lo abrió el abuelo de ella, que era de Sarracín y que tenía el sobrenombre precisamente de Pelokaki. En su interior generaciones de vecinos de la ciudad y de otros pueblos de la comarca se reunían para degustar sus preciadas tapas.

A día de hoy, en la cristalera de la puerta puede leerse con dificultad (la verja de metal obstaculiza la visión) un cartel que anuncia que el local se alquila. En los últimos tiempos, los más jóvenes se han animado a probar suerte en la hostelería. ¿Volverán las tabernas a cobrar vida? El tiempo lo dirá.