Cantineras de vocación y nómadas

F.T. / Castrillo Solarana
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Nuria González y su hija Nerea abren el bar de Castrillo Solarana, su nuevo destino tras un periplo no exento de éxitos y algún que otro fracaso por varias tascas o tabernas de pueblo

Para Nuria González (i.) llevar el bar de un pueblo supone un reto, que en Castrillo Solarana afronta con su hija Nerea. - Foto: Luis López Araico

La vida no ha sido fácil para Nuria González, una mujer valiente, que ha sacado adelante a sus dos hijas y sigue peleando para tener una vida mejor. Esta cantinera de vocación y profesión, aunque es auxiliar de clínica y ha trabajado en ayuda a domicilio, está otra vez a las puertas de iniciar una nueva aventura, en esta ocasión al frente de un bar de pueblo, el de Castrillo Solarana, un establecimiento cerrado desde primeros de año y que este viernes, a partir de las siete de la tarde, reabre para continuar siendo el centro social de la vida de este pueblo en el que ahora apenas vive una treintena de vecinos.

En esta aventura, Nuria no estará sola, ya que a este barco se ha subido su hija Nerea, quien pese a su juventud también acumula cierta experiencia en el complejo sector de la hostelería. Ambas, con los nervios propios del 'estreno', confían en el éxito de este proyecto porque conocen bien el sector y acumulan una larga experiencia, la que da haber estado al frente de un buen número de cantinas. «He perdido la cuenta» de los bares que he llevado, afirma en tono jocoso Nuria, que solo prefiere acordarse de aquellos en los que ha sido feliz trabajando y viviendo.

«Hay pueblos como Villahoz y Salas de Bureba donde se trabajaba mucho», asegura Nuria, que recuerda que de Villahoz se marchó porque el bar que tenía alquilado «se hundió y el propietario no quiso arreglarlo, se lo quise comprar pero me pedía 130.000 euros, una barbaridad». De Salas de Bureba, donde estuvo tres años al frente del bar Stop, se marchó. «Tenía mucho trabajo, comenzaba a las ocho de la mañana y acababa a las doce de la noche, estaba sola -con una niña pequeña, que la tenía en la cocina- porque no hay personal de hostelería que quiera trabajar en los pueblos», asevera esta cantinera, que es como la gusta que la llamen, al recordar su paso por estos dos pueblos, «en los que más se alterna, un domingo en Villahoz he llegado a vender 40 kilos de patatas bravas y las cervezas por cajas», recalca.

No todas las experiencias han sido tan positivas como en estos dos pueblos, en Salas de Bureba Nuria incluso tiene una casa. Otros lugares por los que ha pasado prefiere olvidarlos, como por ejemplo Arcos de la Llana, donde ha regentado un bar los tres últimos meses. «El mismo día que abrimos vi que no iba a funcionar y que pagar 850 euros mensuales de renta iba a ser imposible porque es un pueblo dormitorio, la gente no sale, y hay tres bares», afirma con resignación.

Nuria y su hija, que no duda al asegurar que «como quien dice nací y crecí en un bar», se afanan estos días en ordenar y poner en funcionamiento el bar de Castrillo, que también será su casa porque vivirán en la planta de arriba, y lo hacen con ilusión y la certeza de que «aquí no vamos a perder mucho porque las condiciones son muy buenas, nos dejan gestionar a nosotras y la gente muy maja». La intención de las nuevas cantineras de Castrillo es, además del servicio de bar y variedad de tapas, ofrecer también la posibilidad de adquirir comida para llevar y menús, «pero por encargo porque no hay gente para ofrecerlo a diario», declaran.

A la espera de que el pueblo recupere el bullicio y la alegría estival, Nuria y Nerea aseguran que son felices viviendo en los pueblos. «Si nos da para vivir, aquí no quedamos», afirman madre e hija, quienes confían en que a partir de Semana Santa el bar de Castrillo Solarana sea un referente en la comarca del Arlanza.

Satisfacción vecinal. Tener el bar en funcionamiento es mantener abierta la puerta a la esperanza para que el pueblo siga vivo y pueda sortear el maleficio de la España vaciada. En Castrillo Solarana, la junta vecinal se volcó nada más irse los anteriores arrendatarios para que en un corto espacio de tiempo reabrir de nuevo y lo hicieron sin regatear esfuerzos y dando todo tipo de facilidades. «No ha sido nada fácil», asegura la alcaldesa María de Lara Román, muy satisfecha porque lograr que abra de nuevo, 'es todo un lujo' en estos tiempos en los que muchos establecimientos rurales siguen cerrados porque nadie se hace cargo de ellos.

Castrillo, además de no cobrar renta, se compromete a abonar parte de la factura eléctrica, el seguro del local y a proporcionar a la familia una casa de 120 metros cuadrados, totalmente acondicionada. «Lo único que tienen que poner, como hemos hecho siempre, es una fianza de 500 euros», afirma la alcaldesa, que confía en el 'éxito' de los nuevos responsables, «porque tienen experiencia». Además de las facilidades municipales, el contrato contempla una serie de 'ventajas' para los arrendatarios, como poder cerrar dos días a la semana o tener un mes de vacaciones. «Son derechos que tiene cualquier trabajador», asegura Román.

Ahora, con los deberes hechos por parte de la junta vecinal, que pertenece al municipio de Lerma, la regidora espera que la familia se adapte al pueblo y los vecinos a ellos para que el bar siga abierto, «porque si está cerrado los vecinos ni se ven», asegura la regidora de este pueblo, que ya tiene cantineras, y tres vecinas más.