Lo primero de todo es aclarar que, lo que se vota en el Congreso la próxima semana, por si el revoltijo y los posados de la pasarela política los tienen desorientados, es si Pedro Sánchez es o no presidente de España. Eso esencialmente y, hasta únicamente, es lo que se decide. No lo parece en medio de toda esta parafernalia, pero les prometo que es eso, Sánchez, sí o no, lo que van a votar los diputados. Ninguna otra cosa.
La pregunta ingenua, absolutamente simple e ingenua, que entonces nos surge es ¿si la investidura es la del señor Sánchez, si es el que sea o no presidente, lo que se decide, no debiera ser él, y ante todo él, quien le pidiera a Rajoy reunión y apoyo, y no hacerlo, como lo ha hecho, Rivera? Y, ¿en qué papel y condición queda el líder de Ciudadanos al hacerlo? Es más, y aún peor, hacerlo cuando el señor Sánchez del señor Rajoy dice que «caca, culo, pedo y pis» y que no le acepta ni un café, que lo desprecia tanto a él como a su partido. Aunque sea el más votado, aunque le haya ganado las elecciones con mas de 1,7 millones de apoyos y 33 escaños de diferencia, aunque él sea Sánchez el IV de Madrid. Entonces, insisto, si el que se presenta es Pedro Sánchez, si a quien se vota es a Sánchez y Sánchez va como va por la vida, ¿cuál es el papel que asume Rivera? Recadero es la expresión más suave que he encontrado en la lengua castellana. Pero hay otras.
Sin embargo, el líder de Ciudadanos ha asumido ese empeño como si fuera un destino cuasi heroico y ha impostado su actuación hasta llegar al envío solemne de una carta donde se admoniza al presidente en funciones y se le dice que debe unirse al pacto, o sea votar o propiciar con su abstención la investidura de Sánchez, porque lo que él ha pactado entiende que debe de asumirlo el señor Rajoy como propio. Doscientas medidas que, según Rivera, son de total recibo para el PP, a pesar de que al leer el acuerdo resulte que lo suscrito, aunque luego Rivera lo entienda de una manera y Sánchez de la contraria, supone una enmienda a la totalidad en todo lo realizado por el Gobierno popular en estos cuatro años.
A saber: Derogación de la Reforma Laboral, total según Sánchez, parcial según Rivera; derogación de la ley de Educación, de la de Seguridad Ciudadana y de la de Prisión Permanente Revisable para los peores asesinos y terroristas; liquidación de las Diputaciones Provinciales; y reimpulso de la ley de Memoria Histórica de Zapatero, que resembró de nuevo el odio entre españoles. Eso por citar solo algunos de los puntos a los que ha de decir amén, sin rechistar, como sumiso adherente, el señor Rajoy. Y, ¿por qué? Pues porque el señor Rivera, que no el señor Sánchez, que no se va a rebajar a ello, se lo pida.
En honor a la verdad hay que decir que en el acuerdo se incluye, y lo entiendo como lo más positivo y trascendente, la plasmación de la negativa sin paliativos a los referéndums separatistas y al cacareado Derecho de Secesión (Decisión, edulcoran los promotores), aunque luego salió Carmen Chacón diciendo que se había pactado bajo cuerda hacer uno, una vez arreglada a conveniencia la Constitución para poder hacerlo legal.
Las formas, poses y posados cuentan también, y mucho, en este caso. Lo de Rivera, enviando su carta, fue todo un autorretrato añadido a su anuncio y convocatoria a los retrateros para que lo inmortalizaran, por si con la desmesurara celebración de su acuerdo impostándolo como si fuera una Constitución para el mundo y un momento de conjunción planetaria de la Humanidad, que dijo antaño la otra, no hubieran tenido bastante. La muy educada, incluso afectuosa, pero aún más socarrona respuesta de Rajoy, dejó muy desnudito al muñeco y a la pasarela llenita de lentejuelas caídas del vestido. De entrada, al decirle que con que le hubiera llamado por teléfono, como siempre, hubiera sobrado, y que estaba dispuesto a verle cuando quiera y encantado.
La misiva no tiene desperdicio alguno: «Querido Albert: Agradezco mucho la carta que me has remitido. Hubiera bastado -como hasta ahora- una llamada telefónica. Sabes que siempre estoy a tu disposición. Me dices que has llegado a un acuerdo con el secretario general del PSOE para votar su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Tienes perfecto derecho a hacerlo. Espero que comprendas que yo no me sume a ese pacto, que no pueda suscribir ese contrato de adhesión y que, por tanto, no vaya a apoyar a tu candidato. Entre otras razones, porque no he sido invitado por él a hacerlo. No hace falta que te recuerde todas las veces que él mismo ha dicho públicamente que no está dispuesto a pedir, ni a aceptar, el apoyo del Partido Popular, sino que está buscando -como tú sabes- el respaldo o la abstención de Podemos. Es más, su único objetivo -según él mismo ha señalado- es echar al Partido Popular del Gobierno. Y su programa no es otro que derogar toda la labor que el Ejecutivo ha llevado a cabo en estos últimos años y que, entre otras cosas, nos han permitido ser el país que lidera el crecimiento y la creación de empleo entre las principales naciones de la Zona Euro. Comprenderás que, siendo el Partido Popular el más votado en España, se me haga muy difícil explicar a los simpatizantes de mi formación -a los cuales me debo- que apoyo a quien no ha ganado, para derogar todo lo que mi Gobierno ha hecho y sustituirlo por el programa del PSOE. Sabes que siempre estoy a tu disposición y, dado que has leído mi propuesta y te parece interesante, espero que -si Podemos no acaba sumando su apoyo al tuyo para investir a Pedro Sánchez- podamos trabajar juntos en ese amplio Ejecutivo de coalición que te propuse tres días después de las elecciones y que te pareció muy razonable; cosa que yo te agradecí profundamente. Un fuerte abrazo».
Pasada ya la medianoche, sin duda picado por tamaña réplica, Rivera contestaba vía tuit, reproduciendo su previa misiva, con este mensaje: «Rajoy dijo no al Rey y ahora ha dicho no a @CiudadanosCs y al consenso constitucionalista. Esta es la carta enviada. pic.twitter.com/k1WCcA0HLG». Así, aunque en todo hay mucho discutible, resplandece, a la luz de lo escrito anteriormente, una mentira: Rajoy en absoluto ha dicho no a Ciudadanos y al consenso constitucionalista. A quien le ha dicho no, porque no puede sino hacerlo y porque el otro se lo ha dicho a él hasta 17 veces, ha sido a Sánchez. Y porque lo que se vota en el Congreso y vuelvo al principio, no es la investidura del señor Rivera, aunque lo pueda parecer a veces, sino al señor Sánchez como presidente.
Pretender, como se pretende y se presiona con argumentos absolutamente kafkianos, que a quien se intenta no solo desalojar sino eliminar, a quien se ha insultado y despreciado (a él y a su partido) y hasta vejado declarándolo persona non grata (eso ha hecho el PSOE en Pontevedra, en la ciudad que considera su hogar) debe, A) cavar el mismo su tumba; B) amortajarse; C) Meterse en el hoyo, y D) Proceder a echarse encima las paletadas de tierra. Y todo ello sin que el triunfador, que lo será si hace tal, se digne siquiera a decirle Anda Mariano, suicídate y entiérrate por mí, hombre.
Para eso manda a Rivera. Y el naranja clamorea su misión por todos lados como si de una labor sagrada y salvadora se tratara. Pues, con el más profundo dolor lo digo, y espero que esto sea tan solo un desvarío pasajero. Pero, esta semana pasada Albert Rivera empezó disfrazándose de Suárez, y acabó de recadero de Sánchez.