No se han olvidado todavía en Covarrubias de aquellas semanas de trajín, cuando la hermosa villa rachela se convirtió en plató de cine para una superproducción de lujo americano-española. El Galín, por ejemplo, no dio abasto aquellos días entre desayunos, almuerzos, comidas y cenas. No hay más que repasar las fotos del gran Eliseo Villafranca para atestiguar la expectación que levantó en la comarca el desembarco del equipo técnico con toda su fanfarria. «Esto parecía Hollywood», recuerda con cariño un octogenario Ricardo Ladriñán, que trabajó como jefe de grupo de los extras cobrando, reconoce, una fortuna. «Fue algo fabuloso, espectacular», subraya.
Se cumplen ahora cincuenta años del rodaje de una película que convirtió el Valle de Carazo en un gran teatro al aire libre; al rebufo de éxitos comoEl Cid, las tierras castellanas iban a conocer una época dorada, acogiendo durante aquella década de los años sesenta numerosos rodajes de postín. El valle de las espadas, dirigida por el español Javier Setó, realizó un enorme despliegue técnico y contó con miles de extras locales en todos los lugares de rodaje, que se repartió entre Covarrubias, Santo Domingo de Silos, San Pedro de Arlanza, Peral de Arlanza, Berlangas de Duero, San Esteban, Calatañazor, Covaleda, Peñafiel o Fuensaldaña.
El valle de las espadas fue el título con el que se comercializó en España, ya que en Estados Unidos se llamó The castilian, y narra la epopeya del conde Fernán González a partir de la leyenda del caballo y el azor, aquella que cuenta que el caballero castellano se convirtió en conde merced al ‘regalo’ que le hizo de sus inseparables animales al rey de León. El guion es un refrito también arrancando del ‘Poema de Fernán González’ y pasó por la cartelera sin demasiado éxito, o al menos ni parecido al que había cosechado poco antes El Cid. El reparto, con actores españoles y norteamericanos, no era magro.
Cierto que no había un Charlton Heston o un Orson Welles de turno, pero sí secundarios de lujo yanquis como Broderik Crawford, Frankie Avalon o César Romero. El papel femenino fue para la sensual y bella actriz mexicana Tere Velázquez. Dos de los actores principales eran españoles. En el papel de Fernán González, un jovencísimo Espartaco Santoni (cierto que nacido en Venezuela), que ya despuntaba como latin lover; en el del rey de León, el gran Fernando Rey, que ya había participado en películas como Viridiana (a las órdenes de Luis Buñuel).
formidable rodaje. Más de 2.000 extras tomaron parte del rodaje. Una de las escenas más espectaculares, que recrea la principal batalla de la película, se rodó en tierras burgalesas con hasta cinco cámaras. Ladriñán recuerda que participó, espada en ristre, en al menos seis batallas, y destacó el fantástico papel que hicieron los extras burgaleses, a los que él en persona reclutó por los pueblos del entorno. Evoca además una simpática anécdota, reveladora de lo duro que era sobrevivir en aquella Castilla rural. Se ofrecía más dinero a aquellos extras que supieran montar a caballo, toda vez que muchas de las escenas así lo exigían. Eran muchos los que se apuntaban, resultando a la hora de la verdad no conocer en absoluto los secretos del noble arte de la equitación. Hubo casos, incluso, de improvisados actores que no devolvieron los ropajes de época en la creencia de que éstas también eran para ellos
No les fue nada mal a los burgaleses que participaron en tan fascinantes escenas, ya que llegaron a pagarlos hasta 90 pesetas por una jornada, un dineral para la época, y en muchos caso también el almuerzo. «Fue un rodaje bonito y, sobre todo, económico para nosotros», admite. La película se estrenó en el extinto cine Avenida de Burgos al año siguiente y contó con la presencia del propio Espartaco Santoni, cuya visita levantó una lógica expectación. Según las crónicas de la época, habitualmente entusiastas cuando había condimentos patrios, fueran estos actores o paisajes, resultaron más que generosas, llegando a calificarse la cinta como de obra maestra del celuloide, una película «grandiosa y única».
No lo fue, ni mucho menos, tampoco en Estados Unidos. Aunque en la comarca burgalesa todavía queda memoria de aquel formidable rodaje, la propia historia del cine ha relegado la cinta al desván olvido.