Esta semana, además de cumplirse el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania, también se conmemoraba el cabo de año de la caída, derrumbe o despeñamiento de Pablo Casado de la Presidencia del Partido Popular. Se ha rememorado el papel de algunos de los actores de aquellos días que estuvieron a punto de arrasar todas las plantas de la sede central de la formación conservadora en la calle Génova. Alguno de ellos, como Isabel Díaz Ayuso, el propio Casado y su mano derecha Teodoro García Egea, fueron protagonistas destacados y sus comparecencias públicas les subieron a los cielos -a la presidenta madrileña- o les arrastraron hasta los infiernos -al palentino y al murciano-. Sin embargo, conviene fijarse en otros cargos secundarios, en los 'flotantes', los agradaores, los que sobreviven ante cualquier temporal. Esos que en plena batalla se posicionaron con el que en ese momento tenía las riendas del partido y de cuyas decisiones dependía la silla en la que aposentan sus traseros. 

A alguno de ellos, esta semana les han recordado los mensajes de aliento que mandaron al que fuera su amado líder. Los escribieron cuando aún creían que apostaban a caballo ganador. Fueron de gatillo fácil y pronto se tuvieron que arrepentir, cuando comprobaron que el apoyo que tenía entre los fieles del partido la lideresa madrileña podía arruinar sus carreras.  

Tiene 'mérito' ese perfil de políticos acomodaticios, o marxistas -ya saben, de los de «estos son mis principios pero si no te gustan tengo otros»-. Posiblemente de ellos será el reino de los cielos. O al menos el paraíso del escaño en el que perpetuarse. El problema lo tiene el líder de turno, al que no le conviene confiar demasiado en ellos, teniendo en cuenta que la mayoría flotan, sí, pero a la hora de la verdad, no llegan siquiera a mojarse.