Albert Martínez López-Amor

Mar y Montaña

Albert Martínez López-Amor


Qué define una ciudad

14/03/2024

Hace años, en Barcelona, un puñado de arquitectos, diseñadores e incluso algún cocinero se reunieron para tratar de identificar el color de su ciudad. Tras meses de sesudas deliberaciones llegaron a la conclusión de que el tono más definitorio era el del lomo de una sardina, esto es, un plateado con irisaciones azuladas. De todas maneras, puntualizaron, este cromatismo puede cambiar en función de cómo le toca el sol. Eso es un nadar y guardar la ropa de manual.

El otro día recordé esta pequeña anécdota de sardinas y colores al cruzar a hora temprana la plaza de la Libertad de Burgos. Como Proust con la magdalena, el detonante fue una nube invisible de cebolla pochada y leña de encina prendida. El olor de un asador de toda la vida me llevó a pensar si ese sería un rasgo relevante de la identidad burgalesa. Seguí andando y, por la calle San Juan, los pequeños charcos entre adoquines reflejaban los entramados de madera de los miradores. Blanco sobre gris: ¿sería esta combinación el color de Burgos o, al menos, de su casco histórico? ¿O la tonalidad de la caliza de Hontoria que cubre la catedral es tan potente que nunca cederá su cetro?

La cuestión es qué aparece en nuestra mente cuando pensamos en una ciudad. Y creo que la paleta de posibles respuestas es casi infinita. ¿Cómo lo ve cada uno de ustedes? Si son de los que suben y bajan de Gamonal al centro varias veces al día, quizá el color de su Burgos particular sea el rojo de los autobuses municipales. Si son de los que tienen el tiempo y la suerte de dar largos paseos por La Quinta o por El Parral, puede que se les aparezca el verde de los chopos y castaños cuando piensen en la ciudad. ¿Y un turista, identificará a Burgos con el blanco de la puerta de Santa María? ¿Con el color negro de una morcilla? Con el terroso de una fuente de barro rebosante de asado?

Quizá lo que define a la ciudad, cualquier ciudad, es el cambio. Cambio de sensaciones, de olores, de colores, de caras, de paisajes urbanos. Del asfalto a los parques, de los barrios ventosos a los pequeños rincones medievales, el espacio y sus impresiones sensoriales aparecen ante los ojos, y por la nariz, como una película sin fin. Porque la ciudad es movimiento, y cada vez más acelerado.