Los últimos dominicos

Angélica González / Burgos
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Enrique Ruiz, Arsenio Gutiérrez y Fortunato Bodero hacen las maletas rumbo a sus nuevos destinos. La falta de nuevas vocaciones obliga a cerrar la casa que la orden tiene en Burgos

Aparentemente no están tristes. Es más, tienen ganas de hacer chistes mientras embalan sus efectos personales: «Entre los tres sumamos 250 años», asegura Enrique Ruiz cuando se le pregunta por su edad. Sus dos compañeros, Arsenio Gutiérrez y Fortunato Bodero, lo celebran con carcajadas. Son los tres últimos dominicos que quedan en Burgos y que se despiden definitivamente de la ciudad cerrando la única casa que la orden tiene en la capital de la provincia de origen de su fundador, Santo Domingo de Guzmán. ¿La razón? La falta de relevo, de vocaciones, de jóvenes que quieran dejarse seducir por el carisma del santo de Caleruega, que no es otro que el de la predicación. Hace 44 años -coincidiendo con el octavo centenario del nacimiento de Santo Domingo- se inauguró el templo de singular arquitectura en la Plaza del Dos de Mayo y desde entonces los dominicos se han dedicado a múltiples tareas: la docencia -con especial presencia en la Facultad de Teología- y la pastoral, con diversas actividades como la gestión de la Delegación de Vida y Familia, la Frater (colectivo de personas con discapacidad física) o la pastoral penitenciaria.

En estas más de cuatro décadas han pasado 35 frailes por esas mismas dependencias cuya propiedad se dividirá ahora entre la diócesis, cuyos sacerdotes atenderán la parroquia, y el colegio de la Sagrada Familia. «Hace ya unos quince años que se empezó a notar una disminución grande de vocaciones y el envejecimiento de los frailes por lo que no dábamos abasto con todos nuestros centros. Se planteó cuáles eran los más significativos a la hora de permanecer y entre esas casas de las que se podía prescindir sin demasiado problema estaba la de Burgos», explica Arsenio  Gutiérrez, que aprovecha para recordar que el primer convento de los dominicos estuvo en el solar donde ahora se levanta el Museo de la Evolución. Enrique Ruiz añade que el alcalde, Javier Lacalle, le prometió a él personalmente que se pondría una sencilla lápida recordando este hecho... y hasta ahora.

Fortunato, Arsenio y Enrique no están tristes. Si acaso, tienen alguna pena por lo que supone de decadencia de una orden a la que han dedicado toda su vida y que en Burgos no tiene la presencia que debería: «Pero quizás sea culpa nuestra, de los propios dominicos». En cualquier caso, se marchan -hacia Caleruega, Canarias y León, respectivamente- con la sensación del deber cumplido. El domingo dicen adiós con una misa a la que asistirá el provincial de la orden en España, Javier Carballo, y el arzobispo, Francisco Gil Hellín. Buen viaje.