«Hay intervenciones que no cuentas en casa»

F.L.D.
-

Julio Estébanez, subjefe del servicio de Bomberos, se jubilará el 3 de febrero tras casi 40 años en el cuerpo y pasar por casi todos los puestos. Su vocación, dice, siempre fue la de mejorar

Estébanez junto a varios compañeros del cuerpo en el garaje del parque de la avenida Cantabria. - Foto: Patricia

Recién inaugurada la década de los 80, Julio Estébanez llevaba ya un tiempo trabajando en una gestoría de la avenida delCid, frente al antiguo parque de Bomberos. Para él fue inevitable fijarse en los camiones y el trajín que acontecía a diario en ese edificio. Le picó el gusanillo y decidió probar suerte. Entró a la primera y desde entonces ha dedicado toda su vida a este servicio. Pasó por todos los puestos hasta llegar a subjefe. Incluso le tocó ser la cabeza visible mientras estuvo la plaza de jefatura vacante. Después de 38 años, 3 meses y 3 días, dirá adiós al que considera el oficio más «apasionante» del mundo. 

Estébanez resta mérito a la facilidad con la que ingresó en el cuerpo con solo 21 años. «Me llamaban el niño porque era rubio y tenía una cara muy juvenil. Pesaba poco más de 60 kilos, solo de fibra. Me gustaban mucho las artes marciales y tal vez por eso me costó menos entrar. Pero también tuve que prepararme la parte teórica», narra con cierta sonrisa nostálgica. La misma con la que recuerda el viejo parque de la avenida del Cid, donde todo estaba anticuado y limitado. «Hacíamos prácticas en un patio de vecinos», advierte. Un año después, se 'mudaron' al actual edificio de la avenida Cantabria, donde se produjo «una mejoría notable». 

Tuve la ambición por superarme, pero hice muchos sacrificios que sufrió mi familia» 

Ya por entonces era plenamente consciente de que lo difícil no era llegar al servicio, si no mejorar cada día. Se dio cuenta de que ser Bombero era un aprendizaje constante. «La sociedad evoluciona y tú te tienes que adaptar. A veces la gente no es consciente de la preparación a la que nos sometemos. Tenemos que mejorar constantemente», asegura. Su ambición, añade, le llevó a querer progresar aún más. A superarse cada pocos años. Cada vez que salía una plaza, opositaba. 

De bombero pasó a conductor, luego fue cabo de intervención, después sargento y, finalmente, subjefe. «Tuve esa intención de mejorar, pero también hice muchos sacrificios que mis hijos y mi mujer han sufrido porque no les he dedicado el tiempo que me hubiera gustado. Han tenido mucha paciencia conmigo», confiesa visiblemente emocionado. 

En la subjefatura tuvo que lidiar con una enemiga que muchas veces fue peor que el fuego: la burocracia. Porque durante siete años los Bomberos estuvieron sin jefe y él tuvo que asumir la responsabilidad. Desarrolló el arrojo suficiente para reclamar lo necesario para el cuerpo. A su vez, tuvo que tirar de mano izquierda para explicar a sus compañeros, y en algunos casos amigos, que las cosas a veces son más complicadas de lo que parecen. «Yo nunca quise ser jefe. Me tocó y traté de hacerlo lo mejor que pude», insiste. 

Cuando entré con 21 años me llamaban el niño porque tenía una cara muy juvenil» 

En estos casi 40 años en el servicio de extinción, sus ojos han visto demasiadas cosas. Unas buenas y otras no tanto. Estas últimas trata de ponerlas en el hueco más recóndito de su memoria, aunque a veces sea inevitable recordar. Casi como si fuera ayer rememora el trayecto desde el parque a la Comisaría de Policía en el atentado de ETA en 1990. «Me acuerdo que el jefe nos dijo que había que tener cuidado por si pudiera haber réplicas», apunta. Años después, tuvo que descolgar el teléfono de madrugada por la bomba que la banda terrorista puso en la casa cuartel. No puede olvidar, tampoco, el incendio en el Quinta Avenida, en el que vivieron momentos dramáticos como la lesión de un compañero; o el de Campofrío, el «más devastador» acontecido en Burgos. Y qué decir de la pandemia, algo que ni siquiera llegó a pensar que podría vivir. «Hay muchas intervenciones que no cuentas en casa, pero que se quedan clavadas», dice. 

Sobresale lo bueno, insiste. La familiaridad, el compañerismo, las risas de las  guardias. Deja algunas cosas pendientes, lamenta, pero también una huella gigante en el parque. Ahora le toca recuperar el tiempo con su familia. 

El incendio en Campofrío fue el más devastador en la ciudad. Recuerdo sobre todo la impotencia»