Ya sólo queda la memoria y algunas ajadas fotografías. El resto yace bajo las aguas del Arlanza. Pero allí, en un recóndito paraje ubicado a unos pocos kilómetros de Castrillo de la Reina, el universal escultor Eduardo Chillida creó un 'Edén' que disfrutó durante años junto a su familia. El molino de Los Vados fue el retiro favorito del genial artista guipuzcoano, de su mujer, Pilar Belzunce, y de su extensa prole: ocho hijos tuvo el matrimonio. En el centenario del nacimiento de su padre, una de ellas, Susana, ha publicado una obra personal e íntima en la que rinde homenaje a sus progenitores. En Una vida para el arte (Galaxia Gutenberg) repasa la trayectoria profesional del creador del Peine del viento o Elogio del horizonte y de aquella mujer tan relevante y adelantada a su tiempo trufando el relato de numerosas anécdotas personales, familiares; de recuerdos luminosos y tristes. Y lo completa con fotografías del álbum familiar, muchas de ellas inéditas.
El molino de Los Vados tiene un gran protagonismo en el libro, tanto en el texto como en las imágenes. Escribe Susana Chillida: «Allí, a varios kilómetros del pueblo más cercano, sin luz eléctrica ni agua corriente, mis padres crearon el pequeño 'edén' que todos disfrutamos fuera invierno o verano. Utilizábamos una nevera de barco y el agua la traíamos desde un manantial. Convertir aquello en un hogar fue una aventura que acometieron con ganas y ayuda de sus hijos mayores. Yo estaba en plena adolescencia y prefería quedarme con mis amigos en Donostia. Sólo ayudé en la plantación de un montón de árboles, pero no me involucré en la búsqueda de restos de antiguas edificaciones de pastoreo ni cargué con sus hermosas piedras para construir el porche monacal o las sencillas arcadas sobre el río que completaron la casa en la que años más tarde me casé».
Este párrafo habla a las claras de la importancia que este enclave burgalés tuvo para los Chillida-Belzunce. Evoca Susana que sus padres llevaban años «buscando con afán un lugar de calma, con clima seco y no demasiado alejado de San Sebastián, que aportase salud a sus pulmones y a sus huesos. Todos participamos en la búsqueda y se barajaron emplazamientos como el pantano de Yesa, donde había un pueblo abandonado. Finalmente, fue el crítico de arte José María Moreno Galván, que tenía otro molino por la zona, quien les descubrió el lugar en 1971: una pradera extensa con un molino de agua bajo cuya estructura simple corría el río Arlanza (...) Mis padres solían asentarse allí durante largas temporadas veraniegas junto a mis hermanos más pequeños, y los demás acudíamos de vez en cuando».
Fotograma de 'Chillida. El arte y los sueños'. Se ve al artista en el entorno rocoso del molino. - Foto: Del libro 'Una vida para el arte'Evocación de la felicidad. Susana Chillida recrea con precisión la felicidad que a todos procuraba estar en aquel apartado rincón en mitad de la naturaleza y de la nada, rodeados de un silencio mineral, cósmico. «Por la mañana, por la tarde, por la noche, pasaban rebaños de ovejas, de vacas, de caballos, y amigables pastores con sus perros. Teníamos quinqués, butanos, velas... y la gran chimena hecha por mi padre, que era un verdadero 'lugar de encuentros' junto al fuego. Además, los montes, las rocas, el río con su puente románico y la gran pradera nos acompañaban. El cielo allí era inmenso. Cada noche paseábamos por la pradera bajo el orbe plagado de estrellas». Recuerda, asimismo, que Eduardo Chillida «inmerso en la naturaleza» leía, paseaba «y a veces pintaba. Eran los suyos cuadros pequeños y contundentes, hechos sin pretensión alguna, que hoy mantienen la memoria de un lugar».
El cielo era inmenso.Cada noche paseábamos bajo el orbe plagado de estrellas»
Subraya la autora del precioso libro que el molino burgalés «fue un lugar importante para Chillida» y que de su existencia apenas si sabían los amigos más cercanos, «pues solían ser invitados a pasar algunos días con ellos». Todos los Chillida se enamoraron del lugar y de su privilegiado entorno: «Hacer excursiones por aquella zona tan rica en cultura nos encantaba a todos. Covarrubias, con su colegiata donde escuchamos tantos conciertos inolvidables, sus edificios medievales y el Torreón de doña Urraca; el monasterio de Santo Domingo de Silos, cuyo claustro es una joya románica, o la abadía donde se pueden escuchar sus cantos gregorianos». Hace esta hija del genial escultor una remembranza de cómo éste se involucró en defensa del monasterio de San Pedro de Arlanza cuando se proyectó el embalse llamado de Retuerta, que contemplaba la anegación de tan histórica abadía. «Fue uno de los personajes públicos que lucharon para que no fuera hundido». Por fortuna, imperó el sentido común y aquel proyecto quedó desechado.
Pilar, con sus hijas Guiomar y Carmen; al fondo, el molino de Los Vados. - Foto: Del libro 'Una vida para el arte'Sin embargo, «cosas del destino», escribe Susana Chillida, «después de muchos años fue su propio molino de Los Vados, tan solitario, el que terminó por ser derrumbado y más tarde anegado, al igual que el precioso valle donde tanto disfrutamos toda la familia. Afortunadamente nuestro padre nunca lo vio», apostilla.
Último sentir en Los Vados. Una vida para el arte se cierra con una evocación sobre el molino burgalés de los Chillida-Belzunce. Es un texto evocador que Susana escribe tras haberse acercado a aquel mágico lugar tantos años después de desaparecer: «(...) No sabía lo que iba a sentir. Quedaba el inicio del caminito en cuyo barro nos atascamos todos el día de mi boda; quedaba la rudimentaria puerta que algún pastor colocó para contener al ganado, su truco para abrirla y su sonido inscrito en la memoria. Poco más adelante llegó el cambio. Entre los robles bajos había un camino más grande semiasfaltado, que se superponía al antiguo para dar cabida a camiones. Postes de electricidad manchaban el paisaje. Y luego, al fondo, al dejar el coche, vimos que no había modo de bajar a la casa porque ya no había casa. Metros y metros de tierra la cubrían. Se fueron árboles que plantamos, y las enormes rocas bajo las cuáles es ubicaba el molino se veían muy pequeñas, aunque bajo tierra seguirían intactas. El canal que pasaba bajo el molino había sido desviado, y el río que corría al frente, separando la pradera de las montañas, no podía ya traspasarse. Las piedras de lo que había sido un puente romano yacían abandonadas en la orilla».
Más fotos:
Pilar Belzunce trabajando en el entorno del molino. - Foto: Del libro 'Una vida para el arte'
El artista, pintando en Los Vados. - Foto: Del libro 'Una vida para el arte'
«Hablar de las tremendas esclusas de hormigón que cortaban el paso al manantial es absurdo. La visión de la montaña de piedra había sido en parte cercenada, pero quedaba la cima donde filmé a mi padre y eso alivió nuestra pena. Aún nadie sabía si se continuaría o no con el pantano algún día. Sólo sé que ver intactas las tumbas prehistóricas excavadas frente a la vieja tenada, trepar la montaña y buscar un pequeño txoko junto al manantial desde el que aún brotaba agua, ajenos al desastre, fue tranquilizador», escribe con nostalgia y dolorosa melancolía.